Esta es sin duda la novela que convirtió a Pauls en escritor muy precozmente, demasiado joven, y están sin embargo ahí, no sólo la rastro de sus primeras lecturas y el fuego cruzado de estas perplejidades, está el pudor – y la gracia – de una curiosidad sofisticada que anticipará los materiales e instrumentos de transgresión de una obra inigualablemente inteligente, divertidísima e inimitable hasta ahora, en su radicalidad de extremar el estilo de su escritura.
El pudor del pornógrafo es la primera novela del escritor argentino Alan Pauls que escribió con tan solo 21 años y publicó en 1984, y que hoy, 30 años después, Anagrama la reedita junto a un posfacio inédito del autor argentino.
Ese mismo año Bolaño publicaría su primera novela escrita a cuatro manos con su amigo A.G. Porta, Consejos de Morrison a un discípulo de Joyce; uno antes, en 1983, aparecería también los Pichiciegos de R. Fogwill, y O. Lamborghini escribiría su Tadeys.
Las primeras novelas de escritores siempre tienen para sus lectores algo de morbo inadmisible, una especie de fetichismo de taxidermista a la espera que el bicho miniaturizado cobre vida y salte al cuello como bomba de relojería. El lector puede acceder al autor en una etapa temprana, si ocupamos el cliché a su “caja negra” como las de los aviones pero que muchas veces todavía no despegan del todo. Así, este especie de documento clandestino que es la primera novela, nos puede parecer una foto-sepia avergonzada por el paso del tiempo; un puñado de consignas de juventud, arañazos desesperados a las vanguardias de época, gadgets narrativos subversivos, todo dispuesto como un collage indisciplinado pero legible para acceder a la cartografía ocultista de los instintos del narrador en estado salvaje. Es por esto que, las primeras obras de escritores o artistas nos resultan tan inagotablemente seductoras, y es este caso, ésta de Alan Pauls, nos sugiere la constatación de esta suposición.
El pudor del pornógrafo es una novela vocacionalmente epistolar, paródica, a ratos pervertida y de imprecisable aire Sadiano. Un escriba –consultor sexual– se encarga de responder cartas lascivas a desesperados remitentes hambrientos de respuestas pervertidas, o de la interacción misma de este ritual que bastaría para desatar la necesidad masturbatoria de la soledad compartida. La puesta en escena la completa Úrsula, una mujer de la cuál el pornógrafo se enamora, o al menos eso cree, a la espera de recibir sus cartas que se tornan cada vez más insinuantes y comprometidas; y un mensajero enmascarado, que es el enlace entre ambos. La seducción erótica a través de un ejercicio epistolar monacal, saturado de arcaísmos; la excitación voyeur -tópico que aparecerá a menudo en la obra posterior de Pauls – ; el placer extorsivo de saberse deseado pero nunca ser poseído, son algunos asuntos que sugiere la trama. Más bien: todo esto se podría desmontar como una representación teatral grotesca y divertida, que busca pervertir en alguna medida, la atención del lector, convertido en un voyeurista más de orgías, pulsiones reprimidas, y el absurdo del amor romántico, con un aire delicado de opereta frívola que desanima cualquier pretensión ‘seriona’ de novela de género. De manera deliberada o no, Alan Pauls, deja en la evocación del lector un trabajo pendiente de lectura inacabada, una inquietante y creciente perplejidad, un vaporoso estado de ánimo en la espera de desentrañar la historia u olvidarla rápidamente.
Y aunque esté lejos todavía de sus novelas posteriores como Wasabi o El pasado (Premio Herralde 2003), tiene algo de esa rara frecuencia sonora de orden musical en su prosa. Algo que atraviesa toda su obra, y que él mismo define como un “tipo de flujo, de goce, de cortocircuito verbal o estilístico” Roberto Bolaño contaba, medio en broma, medio en serio – a quién consideraba uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos – que tuvo que releer al menos 10 veces una carta que le había enviado “el señor” Alan Pauls, en donde lo único que hacía, según le relataba en el escrito, junto con terminar de leer una novela en la playa, era contemplar una especie de duna que el viento cambiaba de sitio de forma más que perfectible… Los fraseos del escritor argentino, son difícil de digerir de buenas y a primeras, es cierto, pero en las relecturas se amplifica un placer de oscuro encantamiento. Además de ser un estilista elegante, Pauls está dotado por una extraordinaria habilidad para el pensamiento digresivo y analítico, que se delata en la solución estilística de las frases de largo aliento y el uso de una puntuación poco ortodoxa, arriesgada, – quizás el ‘heredero’ más aventajado de Fogwill en este apartado – y una erudita cultura cinéfila, entre otras parafilias.
Esta es sin duda la novela que lo convirtió en escritor muy precozmente, demasiado joven, y están sin embargo ahí, no sólo la rastro de sus primeras lecturas y el fuego cruzado de estas perplejidades, está el pudor – y la gracia – de una curiosidad sofisticada que anticipará los materiales e instrumentos de transgresión de una obra inigualablemente inteligente, divertidísima e inimitable hasta ahora, en su radicalidad de extremar el estilo de su escritura.