Una cocina que más allá de ofrecer platos de inspiración criolla, posee actitud chilena al abordar cocciones y sazones al estilo nacional. Una mirada diferente y sabrosa creada por un equipo joven y con ganas de darle un plus a los sabores urbanos.
Hora de almuerzo en el centro un día de octubre, y en la esquina de Compañía con Amunátegui se hace fila para comer pese al calor y pese a que son centenares los comedores que atienden a la marea de gente que se mueve estrecha y estresada por las estresadas y estrechas calles de aquel barrio. Muchos lugares son más baratos, pero quizá no posean el registro de sabores de este recién llegado. Apenas tiene cuatro meses funcionando y al parecer marca distancias, ya no sólo por estar en una esquina, ofrecer algo más de comodidad y lucir un cartel vistoso como de bodegón bonaerense. Sino porque sus dueños están empezando a competir de igual a igual frente a sus pares, destacando gracias a una voluntad renovadora respecto a la oferta de cocina criolla del sector. Como en el poker, su Chile y algo más.
Más allá del menú diario de mediodía, ya entrada la noche, con todo más calmo y con un ambiente más de bar -o de restobar al que acuden los vecinos y cercanos- se aprecia todo lo bueno, bonito y barato que puede llegar ser. Ok, hay mesas cojas, platos que podrían resolverse mejor (Solabaprieta, con prietas y castañas de cajú) y un servicio que puede ralentizarse un poco, sobre todo en las bebidas, pero también son aspectos propios del asentamiento de cualquier restaurante. El resto, lo de fondo, luce bastante mejor. La carta es amplia y con muchos nombres sacados del imaginario urbano –Carlos Cazueli, Pitchanga, Chanchulín, Jaibon Burguer-. Pero lo más importante, aparte de una excelente relación entre precio y calidad, es que conectan muy bien y con estilo sus ansias por darle una vuelta de tuerca a muchas recetas o maneras de preparar los platos a la chilena, respetando reglas básicas, esas que no dejan espacio a condimentaciones complejas más allá de la naturaleza de los productos.
Comenzamos con una Parta lleina (palta reina, $ 3.890), trozos de palta y pollo grandes, puestos en timbal, tibios y bastante bien sazonados, con la carne ligeramente tostada que levantó bien el gusto del plato. Y eso del gusto se amplía a otras dimensiones cuando aparece la hora de las cocciones a conciencia como la de la Pitchanga de legumbres ($ 3.990) mezcla de ¡15! tipos de legumbres diferentes –porotos, habas, lentejas, arvejas, etc.- cocinadas en caldo de pernil de chancho y presentada en una ollita de greda inmensa (¿Seguro que no es para dos?) y que puede que esté sobrecocinada para algunos, pero el sabor de esa verdadera crema, al fin y al cabo, es lo que no se olvida. Aparte, en la zona de los sándwiches, dicen que aprendieron de un restaurante de Conchalí eso de servirlos en marraqueta fresca y con un vasito de caldo, cosa que funciona de maravillas en el Popular’s ($ 2.990) que lleva cebolla caramelizada, longaniza del sur y chunchules cocidos, luego pasados por harina tostada y después fritos, que le entregan un crocante sensacional a la mezcla. Uno de los socios es hijo de matarife de Franklin. Vaya que se nota el oficio.
Hay una lista de cervezas artesanales con shop Kudell -una respetable marca santiaguina- en dos versiones, y donde casi no ha entrado el imperio de CCU o afines, lo que le sube los bonos entre bebedores con altura de miras. Podría tener más vinos, sí, por qué no: les vendría bastante bien para dar a conocer algunas marcas ante ese gran público –y turistas- que pasan a diario por esas calles. Pero lo que tienen, las armas para dar a conocer con estilo los modos de cocinar y sazonar a la chilena, les convierte en un espacio para tener en cuenta en el Centro, mucho más allá del almuerzo.
Allí Cachencho, ese personaje infantil de los años ’70 personificado por Fernando Gallardo y al que debe su nombre, se comería toda la comida.
Compañía 1385 esq. Amunátegui, Santiago Centro.
Tel. 09 7495 2356