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Sanfic 10: La mecánica de un festival «mediático» en la que pocos parecen creer Crítica de festival

Sanfic 10: La mecánica de un festival «mediático» en la que pocos parecen creer

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Por razones económicas y también estéticas, el Sanfic 10, no brilló como años anteriores. La crisis que enfrenta el grupo económico de Saieh se notó en la ausencia de invitados de «lujo» como se había acostumbrado en años anteriores. Pero más importante que eso, fue la consagración de un cierto cinismo instalado en la mecánica del festival con públicos que van a ser «vistos» en lugar de ir a «ver», spots publicitarios que critican el «valor» las películas y filmes que transitan entre un exotismo humanitario y una ficción calculada para obtener premios.


Seamos sinceros, nos costó este año Sanfic. No tanto por la baja presupuestaria (reflejo de la crisis económica por la que pasan las empresas de Saieh), cuestión que afectó directamente a la línea de invitados de lujo que venía trayendo el festival desde sus inicios como Abel Ferrara y William Defoe, entre otros, si no porque este parece haber sido un festival de transición, menos firme en la línea programática y más evidente en la parte de marketing e imagen corporativa, vinculado esencialmente a Corpartes. Se suma también el ambiente farandulero que el año pasado se detectó con claridad y un público, quizás, no lo necesariamente comprometido con el cine. Algo así como: un público que va para ser «visto» en lugar de para «ver».

Es curioso decirlo pero la sensación general después de este festival fue la de cierto pesar por algo que quizás es completamente ajeno a Sanfic como festival, pero que lo incluye: un cierto cinismo rastreable en la mecánica de un funcionamiento en el cual nadie parece creer.

[cita]Es curioso decirlo pero la sensación general después de este festival fue la de cierto pesar por algo que quizás es completamente ajeno a Sanfic como festival, pero que lo incluye: un cierto cinismo rastreable en la mecánica de un funcionamiento en el cual nadie parece creer.[/cita]

¿Los síntomas? Un tipo de espectador que bien puede estar hablando durante toda la película o revisando su celular; la naturaleza abiertamente irónica de los spots de este año donde se ponía en duda el propio “valor” de las películas; y una de selección de filmes que parece transitar -muchas veces discursivamente- entre un nuevo exotismo humanitario (que también es cínico) y una ficción calculada para los premios (como los que alude su campaña publicitaria).

Todo esto lleva a pensar en la naturaleza contemporánea de los festivales de cine, en las pequeñas máquinas mercantiles y estatales que se promueven en foros de producción y en la poca o nula atención a los procesos de recepción. En parte, esto viene dado por una anulación que el mismo circuito desecha, que se inicia en los pitchings modulando temas y estéticas y termina en los premios, claro está.

La industria formula sus pasos claramente bajo los llamados estándares de calidad en una cadena de valor que por sí misma no cree generar error ni exclusión. La palabra  clave aquí es «elitismo» y a ninguno de los participantes del juego parece escandalizarle mucho.

Dicho de otro modo hablamos de aquello que en sociología se llama “reproducción simbólica”. Sus agentes en los medios y en las instituciones, configuran un discurso público sin grandes sobresaltos y desde Chile se trata de repetir un modelo y adaptarlo de la mejor manera. Bien por Corpartes, bien por Qué Pasa y La Tercera: el tablero está completo de su lado. Sumo a esto el clima generado hacía solo pocos días por un artículo en Artes y Letras donde críticos ausentes de festivales como Héctor Soto, Ernesto Ayala o Ascanio Cavallo declaran los tiempos de su agonía.

En otras palabras, Sanfic ha perdido cierta astucia al interior del negociado para meter el gol programático. Las películas, en tanto, que podríamos llamar “de resistencia” junto a mucha de la energía visible del festival, parecen haber ido a parar a lo mediático y al correcto funcionamiento.

No es que el sistema no funcione. De hecho, películas como Ida (Pawel Pawlikowski), María Graham (Valeria Sarmiento), La imagen perdida (Rithy Panh) o  Welcome to NY (Abel Ferrara) pertenecen a un régimen curioso del circuito global.  Directores que llevan un trabajo serio y a contrapelo y bien podrían ser el “error” del sistema y no su ratificación.

Este año la nueva sección sobre cine de montaña señala la búsqueda abierta para nuevos públicos ¿fracasó la cinefilia como modo de consumo y recepción? ¿es el “valor” artístico del cine algo dado a la baja? ¿es, definitivamente, el cierre de una etapa en el festival?

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