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“La flauta mágica”, un estreno de sombras vocales e irregularidades escénicas Cierre de la temporada lírica 2014 en el Teatro Municipal de Santiago

“La flauta mágica”, un estreno de sombras vocales e irregularidades escénicas

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Un año inédito para la régie nacional, fue el que transcurrió durante estos meses, en el antiguo recinto de la calle Agustinas. Pues dos artistas chilenos han dirigido el montaje, en un par de destacados títulos de la programación oficial: el cineasta Pablo Larraín y la profesora Miryam Singer. Mientras el primero naufragó en un mar que desconocía e ignoraba, la ex cantante exhibió, arriba del proscenio capitalino, las mismas ideas estéticas que anunció en notas y entrevistas de hace semanas. Nos pueden gustar o no, sus opciones al respecto, pero se agradecen su claridad conceptual, su audacia audiovisual y su digna y aplaudible trayectoria.


“Si ya sabemos como es Chile”, me dice un buen amigo mío, algo mayor, cada vez que desea retratar el impulso destructor que nos invade a los habitantes de esta tierra, siempre que queremos destruir o echar para abajo, a uno de los nuestros que sobresale en cualquier actividad pública, en especial, en esas que, con seriedad, aquí llamamos como las del “espíritu”.

Hago esta advertencia necesaria, para decir lo que viene a continuación, después de haber analizado las presentaciones tanto internacional, como estelar (nacional), de La flauta mágica, de Wofgang Amadeus Mozart, en el Teatro Municipal de Santiago; cuya dirección de arte, gestión audiovisual y diseño de vestuario, estuvieron a cargo de la prestigiosa régisseur, cantante y arquitecta chilena, Miryam Singer.

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Este crítico, en lo personal, no adhiere a los elementos escénicos que utilizó la destacada profesora de la UC, a fin de ilustrar, arriba de las tablas, sus visiones de la alegría y la persecución del amor, que encierran para ella, esta obra musical compuesta por el genio austriaco, y los diálogos y parlamentos que fueron redactados, por la pluma del poeta alemán Emanuel Schikaneder.

Creo que si bien, el conjunto de factores teatrales reunidos por Singer (las proyecciones de acuarelas de su autoría, el logrado carromato en que hace su aparición la Reina de la Noche, los hologramas en primer plano de Pamina y Papageno, la misma caja negra que hace de telón y pantalla gigante, las luces que retratan los extremos del fuego y del agua cuando la Princesa y Tamino se juran su pasión eterna, en fin); brillan por momentos, nunca consiguen plasmarse y “cuajar”, en una fórmula simbólica definitiva, que aseguren, en el transcurso del total de la pieza operística, una cosmovisión acabada del profundo significado que guarda La flauta mágica.

Y que por instantes, en esta oportunidad, y peligrosamente además, la acercan a un tipo de espectáculo (me la juego yo), que se alejan de la definición esencial en la que fue concebida originalmente: la del Singspiel, esa exquisita mezcla y cruce de géneros, que reafirman la vocación eminentemente escénica, y también musical, de este completísimo arte.

Valoro la claridad conceptual de Miryam Singer, su consecuencia creativa e intelectual, ya que montó en las instalaciones del recinto de calle Agustinas, tal cual los artefactos que nos anunció en una delicada y amena entrevista, concedida a las páginas de El Mostrador Cultura+Ciudad, a fines de la semana pasada.

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Con este juicio que realizo, no quiero decir que el montaje de la maestra chilena sea malo o mediocre, nada más lejano de la realidad, de lo que sucedió el miércoles 29, ocurrió ayer domingo, y acontecerá hasta el próximo 10 de noviembre en el Teatro Municipal de Santiago.

Sólo me parece que, por esa misma velocidad argumental y los cambios de cuadros que impuso y escribió como obligación para levantar su obra, el propio Wolfgang Amadeus Mozart, el camino artístico más indicado, a fin de salir airosos, era optar por tres escenarios distintos a lo sumo, virtuosos, preciosistas, con sus variaciones de luces y apoyo tecnológico pertinentes, a fin de representar el rito de iniciación universal que encarna La flauta mágica; quizás, la más conocida de las partituras inventadas por el músico de Salzburgo.

Enuncio esta idea, porque a veces, en efecto, se nos extraviaba la relación existente entre un tópico audiovisual y otro, entre la bicicleta circense y la oscuridad de esa “muralla” negra, por ejemplo, que abarcaba la totalidad del espacio decorado y de su campo visual.

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Y esa brusquedad en el montaje, en el paso de un encuadre al siguiente, un ejercicio de Singer que sólo perseguía seguir las anotaciones de Mozart, serle fiel en el fondo y en la forma, atrapar la riqueza estética de su ópera; sólo terminaron generando una amalgama de desordenados elementos, lo concedo, pueden serle interesantes y entretenidos a una amplia mayoría de las audiencias, pero que, concluyen, por diluir lo esencial de esta producción. Que La flauta mágica es un clásico del género, que debe seguir ciertos parámetros, y que si se desea innovar, muy bienvenido sea, pero que ocurra en otro formato, en un proscenio donde prevalezcan la precariedad y la simplicidad de recursos, no en el principal escenario del país, en el que siempre cabe la posibilidad de replicar a los grandes teatros del mundo, acercarnos a su complejidad y a la ilusión y al espejismo de su perfección.

Opino que a la maestra, quizás, le jugó una mala pasada el levantar esta pieza del austriaco en la sencillez y modestia de nuestros recintos de provincia, recorrer de Arica a Magallanes, la fragilidad de las artes escénicas chilenas. Y que ese conocimiento de nuestras limitaciones fundamentales, pueden haberle hecho pensar que, en el Municipal, sólo bastaba con hacer crecer el estilo, aumentar la colosalidad del esfuerzo.

Humildemente, creo que se debía reformular no el concepto ni las piedras angulares del mismo (muy bien delineadas, muy precisas en la mente de la régisseur), pero sí las herramientas, los materiales con el que se iba a diseñar el edificio y presentar al público la armazón de la abstracción que emanó de su talento.

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Digo esto con un gran respeto y admiración por Miryam Singer: construir una carrera como la que exhibe ella en su currículum, son palabras mayores en un país indolente e indiferente hacia cualquier manifestación artística minoritaria, como pueden serlo la ópera (que aquí nos convoca), la buena música popular, la literatura, la poesía y las artes visuales poco convencionales, en general.

Lo mejor de la régie: la irrupción de la Reina de la Noche, durante el primer acto. Majestuosa, divina, celestial, de otro mundo, en un carromato que se acercaba al centro del escenario, y que semejaba a una perspectiva espectral y fantasmal de la realidad. El efecto que producía el video con la imagen del planeta, a las espaldas de la cantante, con ella instalada arriba de la estructura de utilería, producían esa sensación de pieza maestra, y de estar en contacto con los valores humanos y las idea superiores, que se le adjudican al Sigspiel que presenciamos.

La Orquesta Filarmónica, musicalmente, se escuchó soberbia y acorde a las circunstancias, bajo la batuta de sus dos directores conocidos: el ruso Konstantin Chudovsky (titular) y el chileno José Luis Domínguez (residente). El desempeño del conjunto, al amparo de sus conductores, ha sido lo mejor, sacando logros y restas, de esta sexta fecha y final de la temporada de ópera 2014. Por pasajes sublime, a ratos con menores aires, pero siempre interpretando los motivos melódicos de Mozart con un sentido estético fiel y fidedigno, en donde predominaron las certezas del sonido, antes que las improvisaciones arriesgadas y confusas.

Los cantantes de las versiones internacional y estelar. Me parece que tanto la soprano Catalina Bertucci (Pamina) y el tenor Ezequiel Sánchez, por lo menos en lo que se ha visto y escuchado hasta el momento, tuvieron mejores desempeños vocales, con mayores facilidades para alcanzar las notas agudas ambos, que la dupla integrada por la alemana Anett Fritsch (su belleza se equipara a la de una actriz de cine del primer mundo) y el trabajo del puertorriqueño Joel Prieto.

Sin embargo, estos dos últimos son mejores actores que los chilenos, una cualidad importantísima en un crédito con amplios pasajes que se declaman a viva voz -sin el acompañamiento ni los agregados dramáticos que aportan la música y la orquesta-, y en donde la expresividad gestual y corporal, más el tono escogido por el intérprete, pesan bastante y se alzan con el adjetivo de vitales.

Una buena opción habría sido oír a Catalina Bertucci (su bello timbre embriaga) en el rol de la Pamina internacional, y a Anett Fritsch, en el papel de la Reina de la Noche, integrando el mismo elenco.

En efecto, ambas juntas, pudieron haber conformado un dueto inolvidable. Pues las sopranos encargadas de abordar ese importante personaje en las exhibiciones hasta ahora transcurridas, uno donde la mapuche Rayén Quitral tenía credenciales de inmortal (la estadounidense Jennifer O’ Loughlin en el montaje del día miércoles y la brasileña Carolina de Comi, durante la función de este domingo), quedaron en deuda; y se desenvolvieron muy por debajo de lo esperado, con un volumen menor del adecuado, para la fuerza y la frecuencia, en que se deben cantar las dos arias, breves y fundamentales, que le son propias a la Reina de la Noche: “O zitt’ re nicht” y “Der Hölle Rache”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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