En lo que fuera una joyería abducida por el mall gigante de sus cercanías, esta sandwichería aspira al refinamiento entre dos panes gracias a un sitio único y a una propuesta con pequeños detalles de buena cuna, aunque en tránsito a su consolidación como buen vecino del barrio.
El jazz perpetuo a volumen justo, una barra con las sillas altas más cómodas del nuevo Santiago sanguchero, comodidad y aislamiento acústico por sobre la media en una de las calles transitadas de la capital. Tiene sus atractivos la sobriedad de Herencia Chilena. Su dueño es hombre de moda, que genera sus recursos en los pasillos suntuosos de una boutique de avenida Alonso de Córdova, pero como a muchos, la cocina lo sedujo al punto de atreverse en desatar sus inquietudes en lo que fuera una joyería (las vitrinas blindadas son su legado), de las que optaron por ir tras del público que llena a diario el mall Costanera Center. Mejor para quien gusta de comer: ese mini exilio comercial ha dado espacio en esa zona de Providencia, a varios lugares como ese, donde suele haber unas cuantas cosas nuevas para probar.
Hay detalles que levantan el perfil de este todavía nuevo local. La lista de cervezas está seleccionada con ojo experto, desde los schop Morchela de Puerto Varas, a botellas con clase como Jester, Cuello Negro o Rothhammer, marcas que desde hace rato animan a los aficionados comprometidos con la cerveza de calidad. A la hora de comer está la búsqueda de novedad entre dos panes, aunque como en pocos casos dentro de la oleada reciente de sandwicherías, es el suave pero muy consistente pan amasado hecho a medida (cortesía de Las Rosas Chicas) el protagonista de una lista de recetas bautizadas mirando hacia el poniente con la nostalgia del siglo XX. Cal y Canto ($ 6.900, mechada de vacuno con panceta, pimentones, cebolla y mango), Quinta normal ($ 6.900, malaya del vacuno al tomillo con hojas verdes, palta, mayonesa), La Chimba ($ 5.900 pernil a la cerveza con tomates, cebolla, cilantro, ají verde y mayonesa), Ahumada, Estado, La Cañada, Chuchunco, Las Claras… un recurso ya manido. A nadie le extrañaría que se llamaran Los Leones, Lyon, Tobalaba, Prohibidencia o Josefa Alcaldesa. Un poco de actualidad no vendría nada de mal, y que ojala alcance para corregir los imperdonables errores ortográficos de una carta cuyo diseño, además, va en colisión directa contra el buen gusto del lugar.
Aún está en rodaje. Se nota en detalles como que la mitad de los platos no estaba disponible a media tarde y un almuerzo intenso en pedidos no justifica tanta escasez. Pero de lo probado se nota que sabor tiene. De menos a más, en el Lastarria ($ 6.900) apareció lomo de chancho a la mostaza, sabroso pero escaso, con pimentones bien preparados y de expresión dulce –sabrosos pero excesivos-, pesto y rúcula en suave contrapunto. Mucho mejor el Huelén ($ 5.900) costillar de chancho al merquén braseado, jugoso y delicado y con un par de quesos fundidos, cebolla y hojas verdes. Para la versión pernil, el mismo perfil de delicadeza y buen trato de la carne, que acompañado de cervezas de calidad o de jugos bien hechos, permiten el disfrute de una comida que aspira a quedarse en el barrio como un vecino destacado, líder quizá. Aunque para eso, todavía falta tramo por recorrer.