Leftraru logra sustentarse en la puesta en escena, en las actuaciones, el diseño, música y dirección. Aliocha de la Sotta construye un trabajo bien respaldado y monta una obra que tiene dobles lecturas sobre un tema al que todos los chilenos debemos mirar. Esta obra aclara que el teatro de tesis puede tener sentido, ser contemporáneo y en una época donde los espectáculos ideológicos parecen ser pasados de moda o “viejos”, reinstala su condición de necesario y pertinente a un entramado social aparentemente fragmentario, desideologizado y pobre en términos políticos.
La idea de la intertextualidad y la reescritura, ha convocado a múltiples autores desde siempre, de hecho, hay teorías literarias que suponen que, la escritura toda, es un enorme, inabarcable y rizomático intertexto, donde hipo texto -o el discurso originario- e hiper texto –el escrito que emerge del anterior- no pueden (ni necesitan) rastrearse.
El género dramático ha sido pródigo en este formato, las reescrituras de romanas de los griegos, las adaptaciones francesas de obras españolas, las múltiples copias y recopias, verdaderos palimpsestos del teatro Isabelino (Shakespeare no inventó un solo argumento de sus obras) son evidentes ejemplos de lo dicho; el siglo XX mismo, en pleno desarrollo de vanguardias y posvanguardias se dedicó, sistemáticamente en el caso de ciertos autores, a reescribir tragedias antiguas, ahí están para demostrarlo Anouillh, Cocteau, Sartre, Brecht que son solo los que primero se me vienen a la cabeza.
Así las cosas, cuando Bosco Cayo entrega Leftraru, el ejercicio es el mismo, en tanto construye su propia versión, inspirada, contagiada y contaminada por el texto de Isidora Aguirre –cuyo título es Lautaro- retomando de este modo una tradición que es antigua, habitual incluso y que ha recorrido los más variados formatos literarios, teatrales y artísticos.
La obra, cuenta cómo una comunidad mapuche es “elegida” para seleccionar –de entre variadas opciones- la escultura que representará al héroe Lautaro, proceso que está vinculado a un programa del gobierno regional (y central), la obra de Isidora Aguirre servirá a la comunidad para investigar la historia del Toqui. Esta es la estructura externa de la obra, evidentemente, lo que subyace a ella es la problemática relación de los mapuche con Chile, las posibilidades de comunicación, los modos de entenderse y la constante, tensa y a momentos violenta articulación identitaria de dicho pueblo, en medio de un contexto gubernamental que no los reconoce en el modo en que ellos esperan ser reconocidos, que no les habla en su forma, su lenguaje y que no puede dar cuenta, tampoco, de esta complejidad.
La comunidad está representada por el Lonco y su hija, la machi, los jóvenes mapuche crecidos en el lugar y otro muchacho que ha sido, como dijera Blest Gana sobre otro contexto, trasplantado a la ciudad, a la metrópoli, donde ha crecido y se ha asimilado; también aparecen dos huincas, una mujer que intenta (con escasa suerte) ser parte de la comunidad y un burócrata del gobierno que enfrentará a los (como él los llama) “indios”.
Las actuaciones, en general son buenas, en tanto, están despojadas de sobre actuación, en la que sería fácil caer tanto por el tema como por algunos pasajes del texto, los actores se mantienen en un rango que intenta solventar una opinión respecto de su trabajo, a través de la construcción misma de los personajes, la opinión de los actores, de las actrices y muy probablemente de la directora, se transfiguran en el rol, en el modo de afrontarlo y construirlo, en la estructura que le dan para entregarlo a público, cosa que a momentos resulta dificultosa por la tendencia de los textos a inscribirse dentro de los lugares comunes, una cierta obviedad y falta de profundidad que termina por convertir a los personajes en seres en blanco y negro, que son o buenos o malos, de allá o de acá, desarrollando un flaco favor al discurso político de la obra, en la medida que aunque incendiarios (y muy probablemente por ello mismo populares) le resta profundidad a la discusión en sus diversas aristas, tanto ideológicas como humanas.
Esto se nota especialmente cuando se intercalan escenas de la obra escrita por Isidora Aguirre, que resultan de mayor alcance que las de la nueva versión, además, el giro emotivo de la obra en que la ideología de uno de los muchachos revolucionarios se evidencia movilizada por el amor romántico pasional, quita gran parte del piso político al discurso; ciertamente, el amor es un asunto importante, social y humano, pero expuesto como se hace en el texto, parece ser el secreto freudiano que pulsiona a un falso revolucionario, lo que no deja de ser una buena idea para impresionar a los jóvenes.
A pesar de esto, las actrices y actores contribuyen notoriamente a la sustentación del texto, buscando modos de matizar y profundizar en sus parlamentos, resaltan en particular Iván Parra y Paulina Giglio, el primero intentando darle mayor fondo a su rol y construyendo un proceso discursivo ideológico en su personaje (que en principio parece no tenerlo) y Giglio, quien logra instalar grises y contradicciones en un personaje que es siempre igual a sí mismo en sus líneas.
La dirección a cargo de Aliocha de la Sotta es, como siempre, sólida, bien construida y da contenido a la puesta en escena, contenido ideológico, político y humano. El conflicto se desarrolla en virtud de una doble lectura del mismo, no solo se trata del trance mapuche chilenos, Mapuche- Estado, que en sí mismo es tratado y es un mundo, se trata también del conflicto de los sin voz, de los relegados, de los explotados en el Estado moderno, el conflicto del proletariado y la burguesía; la dirección universaliza la particularidad del problema y lo amplia a márgenes discursivos más extensos, sin por ello borrar la contingencia, esta permanece firme, porfiadamente, como el rostro constante y retador a la comodidad quieta, tranquila y autoreferencial, modernamente burguesa en la que los espectadores nos encontramos.
Así, la opción de la música que ingresa en la obra en momentos muy concretos y específicos, nunca sobrepasando a la situación escénica,da cuenta de una búsqueda en la línea de la dirección para sostener el montaje en virtud de constituir una mirada reflexiva y no simplemente espectacular.
En la misma lógica, el diseño escenográfico, despojado, sencillo (pero no simple), precisamente, apunta a la misma lógica, la dirección de Aliocha de la Sotta encaja muy bien de ese trabajo, porque en ambos casos, aunque hay conciencia profunda de la escenificación, hay sentido de la puesta en escena como totalidad, la escenografía y las luces no se entrometen en el proceso escénico, acompañan, sostienen, sustentan, pero no borran el punto central de la obra que es la acción en conflicto, por ello es importante detenerse en el trabajo de Ricardo Romero, quien logra desarrollar un espacio verosímil al montaje, constituitivo de ese mundo y contingente al discurso que allí se desarrolla, sin superponerse ni molestar; un trabajo preciso donde funciona perfectamente la idea de que menos es más.
Leftraru logra sustentarse en la puesta en escena, las actuaciones, el diseño, música y dirección, Aliocha de la Sotta construye un trabajo bien respaldado y monta una obra que tiene dobles lecturas sobre un tema al que todos los chilenos debemos mirar, vale la pena concientizar que el teatro de tesis puede tener sentido, ser contemporáneo y en una época donde los espectáculos ideológicos parecen ser pasados de moda o “viejos”, esta obra reinstala su condición de necesario y pertinente a un entramado social aparentemente fragmentario, desideologizado y pobre en términos políticos.
Matucana 100, Teatro Principal. 27 de Marzo al 19 de abril, viernes y sábado 20:30 horas, domingo 19:30 horas. 5.000 General. 3.000 Est y 3edad, 2.000, viernes popular