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Opinión: Los desafíos superlativos del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes El verano corto de Barattini y las tareas por cubrir de Ottone

Opinión: Los desafíos superlativos del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes

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Patricio Olavarría
Por : Patricio Olavarría Periodista especializado en Política Cultural
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Patricio Olavarría R. Director Programa Cultura Fundación Progresa


“Crónica de una muerte anunciada”. Claudia Barattini pasa a la historia como la primera Ministra Presidenta del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes que no logra terminar bien su periodo, y su gestión no fue bien evaluada por todos los sectores y la propia Casa de Gobierno. Ahora es el turno de Ernesto Ottone R., quien como nuevo Ministro tendrá el desafío, y la oportunidad de sacar del pantano la institucionalidad y poner el tema cultural a la altura que se merece.

No se trata de hacer leña del árbol caído, pero hay que tener un balance crítico y también con mirada de futuro del momento que vive la Institucionalidad Cultural de nuestro país. De la misma forma, hay que situar el tema cultural, como un desafío político e instalarlo como un problema central para una nación que busca ponerse a la altura de sociedades desarrolladas.

Después de un año y dos meses de incertidumbre en torno a la conducción de la institucionalidad cultural del país, hecho que solo se puede entender lamentablemente dada la poca experiencia política e institucional de la Ministra saliente, la carencia casi absoluta de una agenda legislativa coherente con el Programa de Cultura de la Presidenta, lo que fue acompañado de una lánguida gestión comunicacional, y un bajísimo empoderamiento de su figura y la propia institucionalidad en la ciudadanía, además de una equívoca relación establecida con los trabajadores de la institución que están representados por la Asociación de Funcionarios de la Cultura, el sector cultural y las autoridades deben sacar lecciones y entender que la cultura y las artes, requieren de una mirada y un diálogo social que solo puede ser enriquecido a través de la participación real, el liderazgo de los creadores, y la audacia de quienes conducen el proceso cultural.

No obstante, ahora lo que nos debe ocupar es el momento político que vive el país, y como esta etapa puede resultar beneficiosa para los desafíos que tienen la cultura y la institucionalidad como eje político que conduce y lidera su misión para todos los chilenos, que es ponerla realmente al alcance de los ciudadanos, desarrollando las artes, conservando el patrimonio, y promoviendo la participación. Sin duda, son ideas y términos que hemos escuchado hace mucho tiempo y ya parecen frases clichés hechas para los discursos de las autoridades de turno. El problema es cómo estas frases que abundan en la retórica se pueden convertir en un proyecto real y coherente con el crecimiento económico y en este caso con el crecimiento del presupuesto del propio Consejo de la Cultura que durante el período 2015 tuvo un aumento de sus recursos.  Cómo hacemos razonable que cuando se habla de mayor acceso y participación ciudadana no solo se beneficie a la industria, y se olvide a los creadores y gestores que no están necesariamente bajo las lógicas del mercado. Democratizar la cultura no es solo asignar recursos a la industria y su cadena productiva, lo que nadie niega y merece toda la atención e importancia, pero que debe ser coherente con la realidad económica del país, considerando que aún tenemos una tarea enorme en cuanto a las desigualdades de oportunidades y de acceso, especialmente en los sectores más pauperizados de la sociedad chilena.

El desafío del nuevo Ministro no es menor y ojalá se entienda que está en el contexto de un país que busca un nuevo contrato social. Lo político en la cultura y la creación que incluye las artes, debe generar un vínculo de representación real para los creadores, gestores, e intelectuales que están en el hacer cultural. No se puede pensar ni hacer la cultura en forma aislada solo para los artistas, como tampoco debe ser solo para quienes están en la industria. La integración social de todas las esferas que están en la producción simbólica se debe hacer con herramientas reales y muy concretas, que devienen de una voluntad política, y de un proceso democratizador de la producción cultural en todos sus ámbitos.

El Ministro tiene un desafío superlativo, que es conducir ahora el proceso que crea el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. También deberá hacerse cargo de la “reingeniería” de los fondos concursables, anunciado por la ex Ministra luego de verificarse problemas en el proceso de asignación de recursos el año pasado. Sin duda, la concursabilidad pública que ya tiene más de dos décadas en el país debe ser revisada en su diseño, métodos de asignación y evaluación, además de su impacto en la propia cadena productiva y social.

La relación con el sector privado, que ha estado gobernado sin una mayor sistematización a través de la Ley de Donaciones Culturales, debe pasar también a un estatus superior que sea algo mucho más que un asunto tributario para los empresarios. Se le debe exigir a la legislación que regule más, con mayor detención, promoviendo  la relación del sector privado con la cultura con una mirada que incentive y dinamice las industrias creativas, pero al mismo tiempo profundice las audiencias para que le den sustento y sentido al proceso cultural. No es posible abordar la creación con el trabajo que está en torno a ella, sin la participación de audiencias que no estén especializadas. Proceso de aprendizaje que pasa por el enriquecimiento y mejoramiento de la Educación Artística, y la subvención del Estado en forma comprometida con proyectos que trabajen con sectores vulnerables, o que tienen menor accesibilidad como es el caso de Balmaceda Arte Joven.

En lo que se refiere a la producción de contenidos y pensamiento en torno a la cultura, el arte, la estética y la creación y su diálogo con los ciudadanos, también existe un desafío que debiera estar en los planes de una institucionalidad moderna. La relación con el mundo académico y la intelectualidad no puede estar exiliada como lo ha sido hasta ahora de las políticas culturales,  por mucho que existan espacios de reflexión y debate dirigidos por entidades particulares. Es también el Estado a través de sus políticas y sus herramientas en conjunto con sus especialistas, quienes deben potenciar los espacios de pensamiento democrático, y la creación de públicos también para una sociedad más informada y crítica a la hora de pensar en la cultura. La investigación en torno a la cultura, que hasta hoy solo es administrada por líneas concursables con bajo presupuesto, de seguir así, no lograrán jamás liderar el proceso de pensamiento y exploración que necesita un país que quiere llegar al primer mundo en este ámbito.

El Gobierno hoy dio un paso importante en un contexto de crisis general de confianza entre los ciudadanos y la política que atraviesa por su peor momento de credibilidad. Es en este contexto que asume Ottone, un gestor cultural reconocido y con experiencia, con una formación sólida en cultura quien deberá mostrar habilidades para devolverle también al sector la confianza perdida en la institucionalidad cultural, en un proyecto de ley que deberá evaluar, y en la trizada relación entre los gremios asociados a la creación y el Consejo de la Cultura.  No es una tarea simple ni sencilla, pero a pesar del poco tiempo, podemos decir que se trata de un comienzo que también puede ser alentador.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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