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La Universidad de Chile y el patrimonio

La Universidad de Chile y el patrimonio

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En momentos de turbulencia intelectual y de escasez de relatos, la Chile aparece, todavía, como un faro del cual se espera una cierta iluminación. La Universidad no debería agobiarse por la polémica servida, si no que alegrarse del inmenso capital simbólico con que aún cuenta.


El aún no resuelto caso de la Facultad de Química, de la Universidad de Chile, plantea un punto de inflexión que vale la pena revisar. Digo no resuelto porque, independiente de que se construya y se inaugure, no ha logrado ser un referente conceptual en la inserción de un gran edificio en una calle histórica.

Se han levantado muchas voces ciudadanas, académicas y transversales contra un proyecto que, en aras de la extensión cultural del plantel universitario, barre con una memoria urbana de calidad y significado. ¿Quién podría refutar la importancia de contar con un Centro Cultural de gran categoría, que albergue a los cuerpos estables e incluya, además, otras dependencias de la Universidad? La trascendencia de la labor es innegable. La trampa está en que las buenas intenciones están contaminadas por la falta de prolijidad a la hora de enfrentar el problema, puesto que se ha puesto en tensión innecesaria el crecimiento con la preservación patrimonial.

El país ha sufrido el embate de las inmobiliarias en las últimas décadas, con una inmensa pérdida de barrios e inmuebles urbanos, sin una planificación previa, con planes reguladores cambiantes y permisivos y con un énfasis en la lógica del mercado. Todos somos responsables de lo anterior y no es el objetivo de esta columna analizar por qué ha ocurrido. Sin embargo, cuando este camino es tomado por la institución heredera de la Real Universidad de San Felipe; la Casa de Bello, el tradicional baluarte de la cultura y el conocimiento, la reacción es totalmente diferente.

En momentos de turbulencia intelectual y de escasez de relatos, la Chile aparece, todavía, como un faro del cual se espera una cierta iluminación. La Universidad no debería agobiarse por la polémica servida, si no que alegrarse del inmenso capital simbólico con que aún cuenta.

Nos importa que la institución desarme la última cuadra valiosa de la avenida, que deje al Museo Vicuña Mackenna reducido por la monumentalidad del edificio aledaño, que no conserve su propia historia, que se refiera solo a un “edificio”, olvidando su contexto y su inserción en el conjunto de la calle. Tampoco nos alivia el que se hable ahora de una “preservación de la fachada”. ¿De qué se trata eso? ¿No nos enseñaron a analizar proyectos en profundidad y enfrentarlos con seriedad? ¿Con qué clase de híbrido nos vamos a encontrar cuando ya sea demasiado tarde?

La falsa dicotomía que se ha planteado es que preservar una casa significa dejar a los cuerpos estables sin una sede y viceversa. Es una falacia enfrentar al patrimonio y la modernidad como si fueran enemigos irreconciliables. Lo que esperamos de la Universidad de Chile es que pueda entregarnos proyectos vanguardistas de interés y que, a su vez, pueda conservar su patrimonio, con la misma calidad. La institución no puede valorar un inmueble solo en función de una declaratoria oficial ni moverse en la misma lógica de una inmobiliaria. De ella esperamos, más bien exigimos, gestos republicanos e inspiradores basados en un genuino interés por el Bien Común.

Lo que se juega va mucho más allá de un edificio que merece ser conservado —por el contexto en que se emplaza, por la memoria subyacente que defienden sus profesores, alumnos y ex alumnos, por el interés arquitectónico que posee—. Lo que realmente está en disputa es la capacidad de la Universidad de Chile de estar a la altura de su objetivo fundacional y de asumir la responsabilidad de buscar siempre “el espíritu en flor”, que pregona su himno.

  • Cecilia García-Huidobro es ex alumna de la Universidad de Chile y experta en patrimonio
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