En los últimos días dos hechos llamaron mi atención. El primero, la película de Patricio Guzmán El botón de nácar; el segundo, la noticia anunciando una reunión de quinientas “personas” en el fundo Los boldos para festejar los cien años del nacimiento de Pinochet.
En aparencia estos dos hechos no tienen mucha relación, sin embargo, si reflexionamos, hay algo que los une. Eso que los une es una relación dialéctica. Por un lado una obra de arte en la cuál, en su transcurso, el autor, partiendo de una gota de agua, y pasando por la exterminación de los pueblos de la Patagonia, nos lleva, de una manera convincente y estética, a la forma como el estado terrorista de la dictadura de Pinochet extermina, mata, degolla, cuelga, tortura, desaparece ciudadanos chilenos durante dieciséis años, porque no están de acuerdo con sus políticas represivas, económicas y antidemocráticas. Una relación dialéctica entonces entre belleza y crueldad, entre arte y miseria humana, entre paisaje y cementerio.
La manera como Patricio Guzmán evoca los hechos históricos es artística. Cuando analiza el asesinato de Marta Ugarte, lo hace de una manera artística e histórica, con una fuerza tremenda. Esa historia es la de Chile, es lo que Lacan llama “lo real”. El film de Patricio Guzmán es de una fineza y de una belleza enormes. La exterminación de nuestros pueblos aborígenes es todo lo contrario de lo estético, pero el arte de Patricio Guzmán logra hablarnos de ello con sabiduría, con destreza, con verdad. Lo que sucedió durante dieciséis años en Chile, bajo Pinochet, entra dentro de otra categoría. La exterminación de nuestros pueblos del mar sucede en otra época histórica, llamada colonialismo. El estado terrorista de Pinochet tuvo lugar hace relativamente poco tiempo, en nuestra época. Hace parte de una modernidad asesina y cruel, en la cuál las fuerzas militares del país, dirigidas por Pinochet, decidieron llevar a cabo una política de exterminio de ciudadanos chilenos y de otros países de América Latina, cometiendo crímenes contra la humanidad.
Cuando vemos en la pelicula de Patricio Guzmán el cuerpo torturado y sin vida de Marta Ugarte, comprendemos muy bien lo que fué la dictadura de Pinochet. El film avanza y nos muestra como la aristocracia y la oligarquía chilena exterminaron a los pueblos de la Patagonia, y entendemos como hemos actuado como nación, como estado, contra nuestros pueblos originarios. Mas adelante, El botón de nácar nos describe la manera, el sistema para lanzar los muertos o los vivos al mar desde los aviones de las fuerzas armadas chilenas, y comprendemos el nivel salvaje del estado terrorista que se instaló en Chile. En un tiempo corto, el de la película, el arte de Patricio Guzmán y el terrorismo de Pinochet quedan desnudos, y nos percatamos una vez mas de esa diferencia fundamental que existe entre lo humano y lo inhumano, entre lo bello y lo mostruoso.
La belleza de la película, de la fotografía, la poesía del film de Patricio Guzmán, contrastan de una manera brutal con la barbarie y la crueldad del régimen de Pinochet y de la aristocracia de la época colonial.
El gesto artístico de Patricio Guzmán es increíble, de una eficacia admirable, y nos cuestiona, nos pone en tensión, nos transforma, nos obliga a pensar, a reflexionar.
La reunión de los quinientos comensales en el fundo Los boldos nos habla de otra cosa. Ellos se reúnen para celebrar los cien años del nacimiento de Pinochet. Pero nos podemos preguntar si saben quién es Pinochet, qué hizo este personaje durante su cruento régimen, cuales son sus responsabilidades históricas. Hoy ya es difícil decir “no es cierto” o “no sabía”. Las cosas han cambiado, tenemos mucha más información, muchos más documentos históricos, muchas más confesiones.
Es cierto que una dictadura pone en tensión toda una sociedad, esa es su estrategia, que todos nos sintamos de alguna manera culpables, responsables de la muerte y de la tortura de nuestros conciudadanos. Para lograrlo usa por lo menos dos técnicas eficaces, el terror y la corrupción. En esta situación terrible, hay algunos más responsables que otros, eso es evidente. Hay algunos que pensaron las cosas, otros que las llevaron a cabo, otros que hiceron como si no vieran nada, otros que sí vieron pero callaron, estan también los delatores. En fin, una serie de posibilidades, todas marcadas por una cierta responsabilidad, por un grado de responsabilidad diferente.
De qué nos habla la reunión de los quinientos comensales? De amor? De paz? De justicia? No! Quizás debamos reflexionar sobre esa reunión, por qué se hace pública, por qué los periódicos la anuncian? Tanta fuerza tiene aún el pinochetismo? Tanta es la colusión y la confusion en Chile entre las fuerzas democráticas y las del ex-estado terrorista?
Esta reunión nos aparece como una provocación, una más de las fuerzas reaccionarias fascistoides en Chile. La aproximación al concepto de “fascista” no es gratuita. Recordemos que en todas las empresas de exterminacion y de “purificación” en la historia de la humanidad, ha existido la necesidad, para las fuerzas terroristas, de transformar al enemigo en “animal”, de animalizarlo. Los nazis designaban como “ratas” a los judíos. En Chile la dictadura nos hablaba de “humanoides” para nombrar los resistentes. Digo provocación, porque no hay otra palabra para catalogar este hecho, este encuentro festivo con cabernet sauvignon y pisco sour.
Qué buscaban esas personas haciendo esa reunión pública? Se puede pensar que se trataba de un gesto inocente? No!, se festejaba a Pinochet. Tenemos derecho en Chile a festejar al gestor del estado terrorista? PIenso que no. El sentido común, la ética, nos dice no. La conciencia nos dice no. La razón nos dice no.
Cuando nos enteramos en el fiim de Patricio Guzmán como sucedió el crimen de Marta Ugarte, la manera como esta militante fue asesinada, cruelmente torturada, nos damos cuenta de que Pinochet no merece una fiesta de cumpleaños, en todo caso no pública, no con quinientas personas, no con anuncios en los periódicos. Esta reunión, de esta manera, se transforma en una burla a la memoria de los muertos y desaparecidos de la dictadura. Algunos argumentan que en Alemania se celebran los cien años de Hitler, pero quizás este argumento no es muy sólido. En la lengua francesa hay una expresión que nos es útil : “comparaison ce n’est pas raison”, comparación no significa razón.
Qué podemos hacer en Chile para que estos gestos innobles no se repitan, para que realmente se den cuenta los “quinientos” que en Chile pasó algo muy grave, durante dieciséis años, que no merece fiestas, que no merece canapés ni aperitivos? Sería muy positivo para el país que los “quinientos” hagan sus fiestas discretamente. Cómo hacerles entender a los “quinientos” que los dieciséis años de terrorismo de estado de Pinochet, merecen reflexión, estudio, razonamiento, discreción, humildad y sinceridad? Es por esta misma razón que la obra de Patricio Guzmán tiene tanta importancia. El artista nos muestra la necesidad, la obligación de tener gestos éticos y estéticos, a la altura de la gravedad de los hechos que vivió el país entre 1973 y 1989.
Eduardo Valenzuela Bejas
Músico
Enseña en la Universidad Paris 8
Master en artes y en filosofía de la Universidad París