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Crítica de cine: “La jugada maestra”, el latir de mis venas Una película de Edward Zwick

Crítica de cine: “La jugada maestra”, el latir de mis venas

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Mientras la Guerra Fría se libraba en la mayoría de los frentes posibles, y hasta mediante las armas, pero nunca entre las dos potencias militares que se atacaban veladamente (los Estados Unidos y la Unión Soviética), apareció en escena un imberbe ajedrecista norteamericano, capaz de desafiar la primacía rusa en el más cerebral de los deportes: Bobby Fischer, se llamaba esa leyenda. El director del filme, reputado por “Tiempos de gloria” (1989), elabora aquí un conseguido filme de época, cuyo principal elemento artístico está representado por el papel protagónico de un excepcional Tobey Maguire.


“Esta fue mi vida: / allí donde hay guerra / soy de la partida, / broto de la tierra”.

Friedrich Nietzsche, en Sus mejores versos (edición de Francisco A. de Icaza)

Es una pena que la actuación de Tobey Maguire en La jugada maestra (Pawn Sacrifice, 2014), no haya sido premiada o festejada –a batir de palmas- con algún galardón digno de condecorar su brillante desempeño interpretativo, al encarnar a ese ajedrecista conocido como Bobby Fischer (1943 – 2008), el campeón mundial de la disciplina –con mayor popularidad global-, en la historia total de aquel deporte.

La interpretación de Maguire es quizás una de las mejores de su carrera profesional: tan bien le resulta su máscara del genial, obsesivo, psicótico e impredecible hombre del tablero, que su cometido recuerda a sus papeles en El gran Gatsby (2013), de Baz Luhrmann, y a su participación en Desmontando a Harry (1997), de Woody Allen, por citar un de sus papeles, que se vienen con prontitud a la mente.

Actor de impecable compostura escénica (multifacético en sus roles y en sus manifestaciones frente a la cámara), empezamos esta crítica rememorando su trabajo, pues es el primer elemento estético (de varios plausibles) que confirman la categoría de gran producción, y determinan cualitativamente, al undécimo largometraje de ficción del realizador norteamericano Edward Zwick, conocido por Tiempos de gloria (1989) y Diamante de sangre (2006), entre otras.

Filme en esencia biográfico y de época, La gran jugada analiza la primera etapa en la vida de Robert Fischer (su niñez y su adolescencia), hasta convertirse en el mayor exponente del ajedrez, luego de vencer en un pleito histórico y decisivo, al ruso Boris Vasílievich Spassky (personificado por Liev Schreiber). Tenía 29 años de edad, y se consagró campeón mundial, tras coronarse en el difundido “Match del Siglo” (desarrollado en Islandia): jamás se presentaría, sin embargo, a defender su cetro, después de haberlo obtenido ardua, y maravillosamente.

La jugada maestra 1

Aquel rasgo y decisión, señalan claramente la excentricidad, los temores y los desequilibrios mentales, que le persiguieron y lo perturbaron, como una marca registrada, desde que adquirió la conciencia de sus peculiaridades y talento, para finalmente morir hace casi una década, lastimada su salud, en la isla ártica donde respiró las mejores jornadas de su vida.

El guión de Steven Knight y la cámara de Zwick se encuentran azuzados, a lo largo de la cinta, por la intención de describir la particular leyenda de Fischer: su infancia ensombrecida por el abandono, su juventud solitaria y fanatizada con adquirir el éxito como ajedrecista profesional, sus incorrectas, provocadoras ideas y opiniones políticas (que circundaban las de la extrema derecha estadounidense), y la figura e ícono “pop” en que se transformó entre sus compatriotas, posterior a arrebatarle el liderazgo mundial a los soviéticos, en un deporte donde los norteamericanos siempre fueron segundones, detrás de algún superdotado ruso.

La jugada maestra 11

La sensibilidad del libreto (realzada por la actuación de Maguire), se reproduce audiovisualmente bajo los efectos de una cámara prodigiosa y de una fotografía integrada por elementos tan conquistados como una buena dirección de arte y un esmerado diseño de vestuario. En La jugada maestra se transmite -a la manera perfecta del cine afincado en los estudios más poderosos de Hollywood-, una historia humanamente atractiva, conmovedora, y rebosante de metáforas y de elevados conceptos argumentales.

Tenemos, de esta forma, un guión urdido con cuidado (cuatro personas participaron en su confección literaria), y un foco que combina en su captura, ambientaciones que van desde Nueva York, la costa Este, hasta el norte de Europa, valiéndose de planos y de secuencias que destacan por la laudable estrategia de montaje, que subyace a modo de motor imaginativo: presentar una trama íntima, los días de un hombre singular, con el trasfondo de escenarios diversos, en el concepto histórico y político de la Guerra Fría. Así, el filme de Zwick exhibe las características cinematográficas de una empresa y producción gigantes, subvaloradas lamentablemente en su legado final y por la apreciación del público.

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Porque además de esos rasgos artísticos mencionados, en esta obra ofrecen sus dones, un elenco actoral respetable y valiosísimo: el alabado Maguire, el sobrio Liev Schreiber, y el sorprendente e inagotable Peter Sarsgaard (acá, en la versión de un sacerdote católico encargado de mantener la cordura y de entrenar a Bobby). Sería fácil afirmar que contemplamos un título fabricado de acuerdo a los cánones de la inmensa industria, con el propósito de concebir un crédito fácil de digerir y de arrancar aplausos. Pero la verdad es que la atención que se hacen en La jugada maestra a infinitos detalles escénicos, y fílmicos, son obligatorios de anotar y comentar.

La régie, lo reiteramos, es de primer orden: vestimenta, decorados, arquitectura de cuadros, cortinas, interior de hoteles, entrañas de aviones, y salas de estar, donde jamás se filtra un error o una carencia dispuesta a arruinar el brillo del conjunto y la luminosidad efectista de la fotografía: agradable, certera, pictórica (no exagero) y “nostálgica”. Son técnicas y conceptos audiovisuales puestos al servicio de la actuación protagónica de Maguire, y que cumplen cabalmente sus obligaciones estéticas: en un mundo bullente, de cambios, moviéndose por los sentires de una soledad que arrastrará irremediablemente al rol estelar, hacia su derrumbe psíquico, moral y práctico.

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En efecto, Bobby Fischer, aparece a nuestros ojos (por propósito artístico, sin duda, de Edward Zwick y de su equipo), víctima de la instrumentalización política y social, y agobiado por el egoísmo de su círculo cercano, además que cercenado por la ambición de quienes le facilitaron (interesadamente bajo la dinámica intercultural de la Guerra Fría), la obtención de su única finalidad de vida: ser campeón mundial de ajedrez, y acabar con el reinado soviético en el circuito internacional respectivo, de una vez por todas.

Los atributos cinematográficos de esta cinta de época, de bella factura (programados en recrear las décadas de 1950, 60 y 70), se auto exige para dibujar a un rol principal “solo contra el mundo”, soportado nada más que por un puñado de sujetos dispuestos a luchar con él para triunfar en la máxima distinción universal de la especialidad, pero traspasado por el desidia que le siguió desde chiquillo, el desamor y la psicosis, la paranoia, y las trampas de sus propios espejismos.

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En la hora de las definiciones, La jugada maestra esboza en su narratividad y en el esquema audiovisual que manifiesta a sus espectadores, numerosas variantes escénicas, en una historia contada con rapidez, agilidad -sin dejar de lado la explicación fluida de importantes minucias-, y la interpretación actoral, maravillosa y descomunal, de Tobey Maguire: todos conocemos más o menos la novela de Fischer, pero el suspenso, el misterio y la posibilidad del imprevisto argumental y cinético, se mantienen y perduran hasta la última secuencia.

Ningún otro jugador de ajedrez ha gozado de la fama y del prestigio masivo que tuvo en vida el aclamado maestro de Brooklyn, un mito guardado celosamente por sus estrategias de combate deportivo, transcritas en libros, revistas y en la retina de quienes le observaban alardear de sus victorias y de sus megalómanas aspiraciones, a través de la televisión y de la prensa. Ese espectáculo, sin embargo, sólo era la chaqueta de ocasión, que cubrían la soledad primaria, desborda y enferma de Bobby.

La jugada maestra 6

La apuesta por el triunfo y la celebración póstuma, consumió todas sus energías vitales, y eso, una vez concluida la partida del siglo en Islandia, después de derrotar a Spassky, le dejaron en absoluta orfandad, y enfrentado con los desequilibrios que se habían apoderado de su mente, de su carne y de su espíritu, al correr de esas temporadas de desbarajustes y de trastornos. Y al final, esa sinceridad, esa gráfica del desamparo, se la debemos a Tobey Maguire: un primer plano (el acercamiento preferido de la dirección en esta ocasión), y el respirar de Fischer, sus pupilas dilatadas, asustado, con el miedo infinito, de escuchar al abismo del universo, de pensar en las matemáticas, y de oír la pulsión, el inseparable latir de sus venas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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