
Crítica de series de Tv: «Misfits», mucho más que entrañable escoria adolescente
Intensamente divertida. Tan excedida como refrescante. Una bocanada de aire fresco. En fin, puedes insertar aquí los lugares comunes que se te ocurran, y te quedarás corto. Seguro que disfrutarás viéndola. Misfits es la historia de cinco chicos y chicas normales que no encajan en las casillas sociales. Los medios masivos ingleses los ubican como parte de una subcultura juvenil anti social (anti-social youth subculture).
Desde el primer segundo esta serie muestra sus cartas ganadoras. Por un lado, una banda sonora excepcional (sin reggaetón, algo que se agradece) que acompaña a un montaje de imágenes cuyos ritmos frenéticos son el deleite del público juvenil. Y por otro, a un grupo de actores que representan al promedio de los adolescentes ingleses. Es decir, gente real, normal, con carencias afectivas que los hacen inadaptados, aunque insoportablemente vivos, y cuyo caso emblemático es el de Nathan (Robert Sheehan): cada gesto y palabra suya, está lejos de pasar el test del buen gusto del Club de la Unión. De facto, parte del éxito de Misfits (Overman, 2009) descansa en el modelo de inadaptación de Nathan. Pura dinamita soez, escatológica, honesta y sin filtro, resumida en una actuación de lujo. Muy a la inglesa, y francamente hilarante.
Una vez más, la ficción audiovisual aplica ese mantra social del trabajo en equipo. Igual que en Penny Dreadful, esta serie cuenta la historia de una reunión de seres humanos, aunque con un matiz relevante: aquí el liderazgo adulto está prácticamente ausente. La historia se aproxima entonces a la planteada en El señor de las moscas, pero en este caso, con adolescentes “confinados” a esa especie de isla de concreto que es el entorno urbano donde habitan, y cuya referencia arquitectónica de tipo brutalista, es el Centro Comunitario donde -literalmente- cumplen sus condenas.

Sí. Porque los protagonistas ya han sido juzgados por los tribunales ordinarios, y en consecuencia, sentenciados a trabajos comunitarios. Misfits es entonces la reunión de lo que botó la ola. Es la convergencia de vagos, mediocres, ignorantes problemáticos, o caídos en desgracia (porque nadie está libre), que ni estudian, ni trabajan. Todo eso es Misfits, que en español vendría a ser “Desadaptados”. ¿Dónde está la gracia? En que el drama realista deviene en magia, acciones sobrenaturales, y finalmente, en comedia negra. ¡Qué risas sacan sus personajes!
Todo es culpa de una extraña tormenta eléctrica que reparte poderes (algunos útiles, otros ridículos) a diestra y siniestra. Y aquí se complica la cosa. Lo que se podía entender como un relato puramente normativo -para la felicidad del mundo conservador- se transforma en una de las series más subversivas de los últimos años. Los excesos están en todas partes, y para hacerlos digeribles, son matizados por el cedazo del humor. Asesinatos de cine gore, porristas zombies, masturbación en pareja, enfermedades de transmisión sexual, heces, orina, todo tipo de filias, saltos temporales, incluso, se puede ver a uno de los protagonistas defecando a un conejo. Tal cual se lee, y no es un spoiler, ya que dicha acción aparece en una webserie de transición entre las temporadas 2 y 3.

En Misfits, todo es posible, y aún mejor, todo te saca una risa. Aquí no hay empachos, ni cortos de genio. La información te va llegando a tortazos, uno tras otro, uno tras otro, con un vértigo exquisitamente abrumador.
Intentando una reflexión erudita, la serie de Channel 4 debería ser considerada como la respuesta de la sociedad a los descalabros que -de facto- suceden en el tránsito entre la infancia y la adultez. Es decir, como representación de un sistema social, que entiende que las penas de cárcel sólo son aplicables a los adultos. Pero termina transformándose en lo que el espectador quiera que se transforme. No existe una lectura única para interpretarla. Sólo puedo advertir que por mucho recorrido que tengas en la vida, siempre habrá un plano que te descolocará. Sobre todo si ya no eres tan joven como piensas. Misfits se ubica en la antípoda del estereotipo flemático, añejo y vinagre. Si eres parte de este colectivo, e insistes en verla, atente a las consecuencias. Ahí lo digo y ahí lo dejo.
Es una serie para teenagers, donde se habla en jerga popular (slang) y se utilizan los códigos visuales de los videojuegos (sus locaciones llenas de pasillos y escaleras, se prestan para las persecuciones tipo Doom). En sus guiones se cuelan muchos temas adolescentes que se tratan bajo una óptica alejada del paternalismo. En realidad, Misfits es la historia de cinco chicos y chicas normales que no encajan en las casillas sociales. Los medios masivos ingleses los ubican como parte de una subcultura juvenil anti social (anti-social youth subculture). Pero tan normales son, que asumen sus pecadillos de juventud, y por lo tanto, se enfundan esos overoles naranjos sin mayor problema. Orange is The New Black, qué duda cabe. El problema recién empieza cuando se ven con poder. Un clásico de la vida.

Mención especial para Rudy (Joseph Gilgun), personaje que recoge el testimonio de Nathan sin desentonar, y a quien también se le puede ver en la notable mini serie This is England; y Simon (Iwan Rheon), que como se sabe, hace de las suyas desollando gente en Games of Thrones, pero que aquí conduce el camino que convertirá al grupo en una liga de súper héroes fracasados.
Intensamente divertida. Tan excedida como refrescante. Una bocanada de aire fresco. En fin, puedes insertar aquí los lugares comunes que se te ocurran, y te quedarás corto. Seguro que disfrutarás viéndola. Todas las temporadas están disponibles en Netflix. Y salvo el infantil, Misfits, es apta para todo público.
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