En el montaje rápidamente se advierten ciertas claves del desarrollo que la vuelven previsible. No aparece entonces una renovación de esa Voz coral desde la escena, ni su intento. Ideas como el olvido, la memoria, la historia, y su final, si bien se anuncian como teatralidades, no se ve que se constituyan como quiebres en la representación, salvo algunas nociones sueltas.
Alejandro Moreno Jashés lleva casi dieciséis años residiendo fuera de Chile. Dice que cuando viene, se salta Santiago y solo visita Copiapó. Para él Santiago no es Chile, Chile es Copiapó. Cuando se le pregunta, desde Santiago, sobre su relación de “ausencia” con el país, él responde desde Nueva York: “No tengo ninguna relación con la ausencia, mi vínculo es lo que yo mismo genero con mi proyectos artísticos, sea un video, una performance, una obra de teatro”.
Aun así, la consolidación de un proyecto dramatúrgico complejo que propone la ruptura de ejes dramáticos y de las tradicionales ideas sobre personaje e historia, le han otorgado a Moreno, un espacio distintivo dentro del repertorio teatral en Chile. Y su proyecto artístico avanza: dirigirá su primera película basada en su obra Medea. Además, adelanta que La trampa, es una de siete obras que componen una serie de piezas cortas.
Pareciera que Moreno en ese “estar lejos” o “haberse ido” marca pautas en su escritura entregando ya no personajes como la Amante fascista (2003) o La mujer gallina (2012), si no residuos, quizás, de los mismos, ahora desplegados en voces que vienen a cuestionar al espacio escénico, uno que muchas veces exige respetar ciertas jerarquías y códigos cuando en realidad lo que pide es una revaloración urgente. “Me interesa un teatro más relacionado con la literatura que con la jerarquía teatral –dice Moreno– que es muy agotadora, y ahoga a las obras”.
La trampa, dirigida por Horacio Pérez e interpretada por doce actores, es presentada en el Centro GAM hasta el 2 de Julio. Con un texto breve, Moreno explora la idea de un hombre que decide renunciar a su grupo para irse a vivir solo. Cuando regresa, lo hace en compañía de un niño, enfrentándose ambos a ese colectivo que es “voz” y coro, despreciándolos. Y sobre ese niño, dice su autor, es que circula la trampa, que se descubre al final de la obra.
Gastos de representación (2014), obra en la que Moreno expuso no a personajes si no a voces que se negaban a sus cuerpos, reverbera en esta, su nueva propuesta. Interesado más en la Voz que en el cuerpo, Alejandro piensa La Trampa no solo desde una voz “que sólo comunica en el habla, sino en una con diferentes capacidades: la voz de la consciencia, la voz áfona, la voz interior y su artilugio”.
Problematizar entonces la escena desde la construcción coral, y no desde una historia si no desde su ruptura, es lo que se pone en riesgo con este nuevo trabajo suyo. Y claro, lo primero que salta encima es la reflexión del Yo versus la imposibilidad de defender la propia libertad frente a un grupo casi alineado en sí mismo. Pero ¿es el cuerpo quien abandona y se retira, o es acaso la voz de su propio autor quien evoca y alerta, de modo coral, su propia escritura?
La puesta en escena a cargo de Horacio Pérez (El canto del cisne, Lejos) uniformó a diez actores desplegándolos sobre un suelo de piedras color ladrillo que alude a “la cima de la montaña o la punta del cerro”, como dice una y otra vez el coro durante la función. Mientras, el Hombre desnudo desde el principio y el Niño, lo enfrentan desde fuera.
Si bien el texto alude repetidas veces a la imposibilidad de ese sujeto a formar parte del grupo, la propuesta escénica, bastante conservadora de su director, llevan a esta Voz plural que es el coro, precisamente, a determinarse como uno común, siempre junto, y pautado según el texto lo pida. Las distintas cualidades de esa Voz a la que su dramaturgo apela, no se instalan, todo lo contrario, se desinflan. ¿Cuáles serían entonces las repercusiones que dejó ese abandono por parte del Hombre? Aquí, tanto el texto como la dirección, no cuestionan esa falta.
En la obra rápidamente se advierten ciertas claves del desarrollo volviéndola previsible. No aparece entonces una renovación de esa Voz coral desde la escena, ni su intento. Ideas como el olvido, la memoria, la historia, y su final, si bien se anuncian como teatralidades, no se ve que se constituyan como quiebres en la representación, salvo algunas nociones sueltas.
Centrándose en los usos del lenguaje del Yo y el Tu, La trampa avanza hacia un cuestionamiento sobre todo para “potenciar una dramaturgia en donde se escriba el deseo de esas hablas de los personajes”, como su propio dramaturgo lo indica. Sin embargo, ese deseo aparece apenas vislumbrado hacia el final, cuando El Niño enfrenta por fin al coro, irrumpiendo en ese espacio que le fuera prohibido.
La desnudez del Hombre marca el espacio escénico mostrándose absoluto, en cuerpo ante el coro, uno que jamás rompe sus jerarquías, instalándose como una Voz común y conocida. Dicha desnudez, sin embargo, es ambigua: no sabemos si la incomodidad que vemos en él es la del actor, o una decisión de dirección.
Si acaso intenta explorar la figura de quien regresa desde una extranjería que desestabiliza la individualidad, entonces de esto solo nos queda su esbozo. Las ideas y frases del texto dramático más parecen sentenciarnos de verdades antes que invitarnos a un ejercicio de reflexión. Así, la obra se ubica más como un ensayo o proyecto antes que un trabajo que se eleve independiente de cualquier explicación.
Ficha técnica
Dirección: Horacio Pérez
Vestuario: Tamara Poblete
Escenografía e Iluminación: Rocío Hernández
Producción: Francisca Babul
Elenco: Matías Alarcón, Luis Aros, B
“La Trampa”, de Alejandro Moreno Jashés
10 Jun al 2 Jul, 2016. Miércoles a Sábado: 21 hrs. GAM. Sala N1, Edificio B, piso 2