La película debe su nombre a una expresión callejera para referirse a alguien atrevido, valiente, que va al choque, o, usando otra metáfora, que es “carne de cañón”, en palabras de su director, Juan Cáceres. «Elegimos este nombre luego de notar que en nuestro país ofrecemos la integración a cambio del despojo de todo atributo identitario foráneo o desconocido para nuestra cultura», explica.
Una película que retrata la dura vida de un joven haitiano en Chile será filmada en los próximos meses en Santiago.
Se trata de «Perro bomba», del joven director Juan Cáceres (Santiago, 1990), que cuenta la historia de Junior (Steevens Benjamin), un inmigrante que debe lidiar con el inescrupuloso Francisco (Alfredo Castro), jefe de una fábrica donde trabaja.
Como muchos inmigrantes, Junior llega a Chile con el sueño de un paraíso económico. ¿Pero qué sueño puede resistir la discriminación racial? Su idioma, su cultura y el color de su piel lo hacen distinto en un país que odia la diferencia.
A esto se suma que, tras perder de visa de trabajo, el joven queda en un limbo legal. Impulsado por la necesidad, Junior encuentra en el mundo delictual el cariño y el reconocimiento que no le brindan las instituciones legales.
«Perro Bomba», la ópera de prima de Cáceres, reúne a tres casas productoras de egresados de la carrera de Cine y Televisión de la Universidad de Chile. Se adjudicó el premio «Mi primer Largometraje» de la misma casa de estudios y ganó el primer lugar en Bolivia Lab, además de contar con recursos de una productora francesa. Comenzará a filmarse en 2017.
La película debe su nombre a una expresión callejera para referirse a alguien atrevido, valiente, que va al choque, o, usando otra metáfora, que es “carne de cañón”, en palabras de su director.
«Elegimos este nombre luego de notar que en nuestro país ofrecemos la integración a cambio del despojo de todo atributo identitario foráneo o desconocido para nuestra cultura», explica.
«Si la identidad de un haitiano, por ejemplo, fuese un círculo, para adaptarse a la sociedad chilena debe convertirse en un cuadrado. Y, en definitiva, nos dimos cuenta que jóvenes migrantes han debido ‘achorarse’, ponerse ‘víos’, convertirse en perros bombas para integrarse, cuando lo lógico sería que no tuviesen que transformarse en nada, y que el diálogo de las diversas identidades nos conduzca hacia mañana».
A Cáceres, que en la próxima versión de Sanfic estrenará el corto «Desiderium», la inquietud por hacer esta película nació en la calle, caminando y viendo el cambio demográfico por la llegada de migrantes latinoamericanos a Santiago, «viendo cómo llegan, se instalan y son recibidos, o no son recibidos y son considerados una amenaza».
Al director también le interesaba rescatar la visión de adolescentes y jóvenes que viven en un espacio intermedio entre las culturas y que se cuestionan su identidad.
«Y en este punto no hablo sólo de migrantes, porque las fronteras son tan imaginarias como prolíficas», recalca.
La intención de Cáceres fue una de las razones que motivó a Castro a unirse al proyecto. «La mirada de Juan a un tema tan contingente como es la migración en Chile es muy potente», dice. «Cree en un cine que opere como herramienta de cambio, que muestre a sus espectadores la posibilidad de un mejor futuro. Que estos jóvenes retomen un discurso ideológico, sin desmerecer lo emocional en sus historias, me parece muy importante».
«Su convicción de la necesidad de que el arte dialogue con la sociedad, para provocar, para seducir e incomodar, para impulsar una toma de opinión consciente en los espectadores. Me interesa su intención de hacer una película política y social, y me compromete que comprenden profundamente que esto no se hace solos», remata.
La elección de Benjamin tampoco es casual. El actor haitiano de veinte años ya tiene experiencia como actor: estuvo en la obra de teatro «Trabajo sucio», de Nona Fernández (2015) y aparece en un video del grupo «Denver». «El papel me interesaba porque contaba en parte lo que yo mismo he vivido en Chile», comenta.
Aunque no lo parezca, los inmigrantes lo tienen difícil con la Ley de Extranjería actual, que data de 1975, en plena dictadura. Esta no sólo considera a los «afuerinos» como una amenaza, sino que ha quedado desactualizada con la realidad actual, en que Chile comienza a ser el destino de ciudadanos de países como Perú, Colombia y Argentina.
Se calcula que en los últimos cinco años, medio millón de inmigrantes han llegado a Chile, aunque como un total de la población sólo llegan al 3%. El gobierno actualmente trabaja en una nueva Ley para facilitar su inserción.
La llegada de los extranjeros ha dejado en evidencia que, por desgracia, también hay racismo en Chile. «Lo triste es notar que hay más racismo en sectores pobres que en sectores cuicos», señala Cáceres. «Y que la frase de Unamuno es cierta, leer cura el fascismo y viajar cura el racismo, pero que, en nuestro contexto, ambos actos son privilegios de clase. Es lamentable».
Benjamin ha vivido el racismo en carne propia. Llegó a Chile a los 16 años y en septiembre cumple cuatro en nuestro país. Se lo trajo su padre. «A veces, caminando en la calle, la gente te mira feo, hablan mal de ti, dicen ‘negro c…, ándate a tu país, estás quitando los trabajos a los chilenos’. O por ser extranjero te ponen a trabajar sin contrato de trabajo. Además es difícil estar lejos de tu familia, de tu país, el frío. Es una experiencia difícil, pero con el tiempo la vas dominando».
Para Castro, la migración golpea más duro a los países del Tercer Mundo como Chile, porque la desigualdad social es tan grande ya entre los sujetos nacionales, que la llegada de un “otro” que desde esta mirada viene a “usurpar” trabajo, vivienda, salud.
«El fenómeno migrante es un problema mundial, pero lo interesante que devela esta película es cómo se vive desde un país pobre, con trabajos precarios, que históricamente a discriminado a sus pueblos originarios, donde la brecha de desigualdad es tremendamente violenta», argumenta. «Este proyecto pone en evidencia las contradicciones, con una ley de migración heredada de la dictadura, que considera a los extranjeros como potenciales amenazas a la seguridad del Estado».
Su personaje es otro eje importante en esta cinta, que como todo rol tiene el desafío de ser «verosímil, convincente, crear realidad y como actor humanizar ese rol».
«Yo siempre intento una profunda comprensión de los roles que interpreto», cuenta. «Este rol me exige interpretar toda la censura y el terror al que también este hombre está sometido dada su indefinición sexual o más aun, la imposibilidad de asumir su condición sexual. No me corresponde interpretar únicamente a un abusador xenófono, sino las contradicciones propias de cualquier ser humano. El abuso, de todo tipo, es muy común en nuestro país y cuando lo ejerce un abusado también como lo es Francisco, es más tremendo y violento».