El montaje, un clásico del inglés John Ford sobre el amor entre dos hermanos, concluye este sábado y domingo su temporada en la Estación Mapocho.
La posibilidad de romper con la lógica binaria entre dos caminos antagónicos que suponen la posición ética virtud/pecado y, por extensión, bien/mal, parece ser una de las bases discursivas de la tragedia. No hay en ella la clausura binaria de esas dos opciones que definen a los personajes como sujetos moralmente superiores o inferiores. Fuera de esos límites conceptuales, una tragedia supone (entre muchas otras cosas) la imposibilidad de una decisión correcta porque –cual antinomia kantiana- ambas decisiones son correctas, pero al mismo tiempo, asumirlas y llevarlas a cabo implicará, necesariamente, daño y dolor.
Tal vez, esta sea la condición fundamental que acerca a “Lástima que sea una puta” más a una tragedia que al puro melodrama que, aparentemente es (un subgénero que es también notoriamente rico, interesante por sí mismo y con una identidad propia, que posee fuerza y lógica interna propia) aunque haya sido escrita entre 1629 y 1633, es decir, en el último periodo del teatro isabelino.
“Lástima que sea una puta” es una obra que requiere esa base reflexiva, en tanto su conflicto central implica personajes que no tienen otra opción que “hacer lo que deben”, pero cuando lo hacen, dicha opción los llevará a su propia destrucción.
Dos hermanos, aunque aterrados frente a la evidencia de su propia pulsión, descubren que se aman. Del natural asombro y terror, pasan al regocijo, no solo por comprender que sus sentimientos son recíprocos, sino que además los asumen hasta concretarlos.
Se hace evidente la hipótesis antes expuesta: no aceptar la pulsión del deseo sería correcto, permitiría la superación de los instintos básicos y una conducta pertinente a los valores casi connaturales a la civilización. Al mismo tiempo, la aceptación y concreción del deseo incestuoso, implicará –necesariamente- un valor en sí mismo: la aceptación en su naturaleza profunda de este deseo, es correcta, en la medida que –traspasando las condicionantes morales- se constituye en la necesaria explosión de un deseo carnal que solo es la concreción de un amor profundo, trascendente y único.
No hay, sino, decisiones necesarias e imposibles de eludir, pero en cualquiera de sus opciones, supondrán dolor, en tanto la supresión del deseo solo puede resultar en sufrimiento y su concreción, también.
“Lástima que sea una puta” además de contar con uno de los mejores títulos de todos los tiempos, se involucra con un tema a la par clásico y tabú: el incesto.
La versión de la compañía “Teatro del terror”, dirigida por Javier Ibarra, articula una lectura de la obra coherente con la línea de creación que este grupo ha venido mostrando desde hace un tiempo ya, fundamentalmente, hay un cuidado trabajo sobre el texto y rigurosidad en el modo de tratar los clásicos, en general, la compañía piensa sus montajes en virtud de revisitar textos tradicionales, pero dotándolos de una formalización no historicista, por el contrario, sus montajes buscan, precisamente, en el ámbito de la forma, construir una modernización de las obras.
Formalmente bien construida, con un diseño escenográfico cuidado, “Lástima que sea una puta” es una obra que estéticamente se sostiene con solidez; al mismo tiempo, la compañía mantiene el texto con bastante fidelidad, lo que es un acierto importante, en virtud de la belleza del mismo; hablamos de una dramaturgia clásica, pero explosiva, terrible, llena de fuerza y pasión, a la par que nos referimos a una obra del siglo XVII, lo que no deja de ser también un reto (en este caso bien salvado) para una compañía que intente montarla.
Las actuaciones son también de buena calidad. Todas las actrices y todos los actores que participan del montaje sostienen sus personajes con una enorme capacidad de verdad escénica, dicen textos dificultosamente versificados, con naturalidad, permitiendo que las palabras se expliquen a sí mismas y, al mismo tiempo, llenan sus actuaciones con pasión, dulzura o violencia, lo mismo que con disquisiciones de carácter existencial, según el montaje lo requiere.
Así, la puesta en escena se sostiene formalmente y se observa una clara comprensión de los resortes internos de la obra, del texto y del sentido de este. Es cierto que a momentos el ritmo del montaje se torna algo lento y también que se echa de menos una visión menos tradicional para una dramaturgia tan antigua, pero ambos detalles quedan suplidos con las actuaciones, con la fuerza de la interna de las palabras y con el resto de contenidos bien organizados desde la dirección.
Revisitar clásicos siempre es aplaudible y vale la pena tener conciencia de ellos, en la medida que es una oportunidad de verlos para el formato en que fueron concebidos, el bello, inmortal y necesario teatro.
Coordenadas
Compañia: Teatro del Terror.
Dirección: Javier Ibarra Letelier.
Elenco: Nicolás Pavéz, Soledad Cruz Court, Sebastián Plaza, Camilo Carmona, Carol Henríquez.
Dónde: Centro Cultural Estación Mapocho. Sala Ana González.
Cuándo: Desde el 25 de agosto al 11 de septiembre (jueves a domingo).
Horario: 20:30 horas.