La presentación en sociedad de este joven director chileno es un thriller psicológico -un género poco vivenciado por los realizadores nacionales-, y mucho menos con la novedad escénica, la calidad artística, y las contingentes temáticas implicadas, en esta primera entrega. Las interpretaciones de Gastón Salgado, de Paulina Urrutia y de Paula Zúñiga alcanzan cimas actorales encomiables, y los diálogos, y la estética de la locura y de la criminalidad concurrentes en la obra, se conectan con esa tradición de la desmesura dramática iniciada por nombres como José Donoso y Alfredo Gómez Morel.
“Esta noche he soñado por primera vez con uno de los episodios más tristes de mi vida. Cuando tenía diecisiete años, mi padre, para librarse de mí, llamó una tarde al servicio de emergencias de la policía y la grillera nos estaba esperando delante del portal”.
Patrick Modiano, en Accidente nocturno
El mar de las Rocas de Santo Domingo: en esa costa el océano Pacífico, nunca parece enfermo ni cansado. Al contrario, el agua se estrella contras las piedras, en una eclosión de espuma y de líquido quebrado en gotas y miniaturas. Una espaciosa y cómoda casa situada un poco más acá de las fronteras impuestas por la arena, y se levanta el telón, se descubre la escena de Camaleón (2016), la ópera prima de ficción del director Jorge Riquelme Serrano, un autor que, sin embargo, contempla una dilatada trayectoria como guionista de largometrajes y documentales con escasa difusión.
Filme ambicioso, el presente título cuenta con múltiples aristas de examen: su transgresión temática (dos mujeres de orientación lésbica, que se reprochan las frustraciones de su vida afectiva en común), una ambientación estrecha y circunscrita (la terraza y los interiores del inmueble), las actuaciones del trío protagónico: Gastón Salgado, Paulina Urrutia y Paula Zúñiga. Esos atributos, son conjugados por una cámara hábil e inteligente en sus meneos, y un montaje ágil, en permanente diálogo con esa virtud técnica y audiovisual.
Lente cinematográfico y rasgos dramáticos, se explayan bajo las características de una estética de la locura y de la criminalidad, que en el arte chileno e hispanoamericano (en la literatura, especialmente) ha sido desarrollado por firmas como los chilenos José Donoso, y Alfredo Gómez Morel y el argentino Manuel Puig (con su novela El beso de la mujer araña, y la película homónima del recientemente fallecido Héctor Babenco). Un trío de personajes que conversa, reluce traumas, carencias, anhelos, esperanzas, y un final imprevisto, desesperado, agobiante, quizás sin propósitos ni futuro.
El desarrollo argumental de Camaleón, propone alternativas que realzan su categoría fílmica: el factor sorpresa. Lejos de esos largometrajes nacionales predecibles, el libreto elaborado por Riquelme Serrano, se esfuerza en mantener la tensión, el suspenso, y la posibilidad de lo inesperado que aflora en códigos sociales, clasistas, y también racistas, instalando una mirada audaz acerca de los conflictos sempiternos que trastornan la convivencia comunitaria (cuando no política), mantenida por los chilenos en su historia.
Así, la marginalidad se esboza en coordenadas de psicopatía y de una voracidad de “sangre” inauditas, aunque posibles de vivenciar efectivamente, en un balneario tan exclusivo pero accesible geográficamente, como las Rocas de Santo Domingo. Buen observador de la realidad cotidiana, Riquelme es un diestro expositor de la soledad básica a la que se ve sometido un sujeto adscrito a los grupos sociales populares, sin amigos, sin “contactos”, sin expectativas existenciales y económicas, que no sean la de sobrevivir el día, y encontrar un trabajo que le permita sustentar vicios y alojamientos esenciales.
Esa cámara que retrata una patología sencilla y certera, persiste en sincronizar ambientes íntimos, y rostros golpeados por las emociones: los de la pobreza, la indiferencia, y la ausencia de sentimientos y pericias vitales. Si a Franco le faltan dinero y oportunidades, a la pareja conformada por Paulina y Paula, les sobran comodidades, y en cambio, se les niega la realización familiar (concebir un hijo por imposibilidad biológica), o bien, se les escapa hasta la satisfacción sexual, en sus vínculos amorosos y corporales. El yermo “interno”, y la incapacidad de comunicarse los reúne, y les enlaza, a los tres: atestiguar fácilmente aquello, debido a las coordenadas entregadas por el guión, por los objetivos de atención del encuadre, y por las actuaciones de los roles principales, fundamentan a las claras la inteligencia audiovisual del director.
Los diálogos son intrépidos y “naturales”, y las primeras secuencias del encuentro, reproducen una sensación teatral gratificante, en la luz de esa terraza elocuente y acogedora, montada para manifestar las disfuncionalidades sociales, culturales y legales de esos seres de un día, que no terminan por situarse en una estandarización que los rechaza y discrimina. De esa manera, la violencia parece componerse en una somatización de temores y de redenciones, esperadas por demasiado tiempo.
Una estética de los espacios cerrados junto al mar: al lado del rumor propio del oleaje, se escuchan ecos de Woody Allen (Crímenes y pecados), de los chilenos Bize y Moisés Sepúlveda, de Alejandro Torres y su El Tila: Fragmentos de un psicópata. Con la añadidura del talento interpretativo de estos actores, en escenas difíciles, arriesgadas y duras en emociones y encrucijadas éticas. También se aprecian fotogramas de profundo sentido hermenéutico: Gastón con una copa de vino tinto, avizorando la puesta de sol. Un atardecer de belleza, infracción, una puesta en escena del homicidio automático e irreflexivo.
Mentalidad tortuosa, la personalidad del individuo que estelariza Camaleón, se transforma con los minutos en un carácter llamativo, recordable y propio de un tipo argumental de novela. Dueño de una intuición audiovisual promisoria, el realizador, igualmente, resulta un industrioso director y conductor de actores: manejar a Urrutia, Salgado y Zúñiga en idéntico momento, requiere asimismo, de capacidad y de convicción artística.
La crítica social es agria en Camaleón. Lejos de la ironía y de la gratuidad, el autor propone una radiografía cinematográfica de la miseria humana, al estilo del citado Gómez Morel y de un Joaquín Edwards Bello: naturalismo, crudeza, la incapacidad de impulsar una biografía por caminos que no sean los de la delincuencia, en un drama de tintes existencialistas, y hasta metafísicos y morales. En efecto, Riquelme muestra, exhibe, retrata ese encuadre de la soledad, del azar, del porqué a unos sí, y a otros nada, en planos matizados por una sensibilidad honda, pero sobria en sus procedimientos. Un cineasta que de seguro continuará dando qué hablar, en el excelente significado del término, luego, y durante un buen y largo tiempo: eso esperamos.