Publicidad
Dylan: la literatura más allá de los libros Opinión

Dylan: la literatura más allá de los libros

Publicidad
Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
Ver Más

El efecto literario real proviene de la palabra, y no de su envoltura. Un texto cantado, además de palabra tiene el plus de la entonación y la armonía vivas, y de la música, esas matemáticas sublimes para la emoción, que torna más perfectos a los textos.


El Premio Nobel de Literatura entregado a Bob Dylan ha causado alegría, revuelo y desagrado. Según los ortodoxos de siempre, el hecho parece una broma, pues él habría sido instituido para premiar una obra literaria presentada en libros y no a un músico, un literato oral o juglar o trovador o como quieran llamarle a Dylan. La española Rosa Montero se atrevió a señalar críticamente que en el futuro tal vez se lo dieran a “un autor de cómics”. La pregunta es ¿por qué no, si es alguien como Fontanarrosa o Quino?

Para los críticos, la belleza original de la obra literaria es tal solo si se expresa en papel, si existe como letra impresa, o sea, si es producto de una industria editorial. Sea una Pyme o una gran editorial.

Piensan los críticos del premio que la literatura, como forma de comunicarnos, está contenida en el texto impreso y no en la palabra, confundiendo medio con contenido. El texto es un acto del habla pero solo uno más, no el único. Los textos impresos pueden tener intención pero carecen de entonación y armonía viva. Solo despiertan la imaginación de ellas cuando tienen bella construcción.

El efecto literario real proviene de la palabra y no de su envoltura. Un texto cantado, además de palabra tiene el plus de la entonación y la armonía vivas, y de la música, esas matemáticas sublimes para la emoción, que torna más perfectos a los textos.

La misma emoción devastadora que nos puede producir un texto, o partes de él, como La Vorágine, La Guerra de Galio o Alturas de Machu Pichu, nos lo produce también una canción condensada perfecta en un texto como Almost Like the Blues de Leonard Cohen o Blowin in the Win del nuevo Premio Nobel Dylan. En ellas el significado se hace más sutil o perfecto que en el simple texto impreso, por perfecto que sea.

Como buen hijo del entorno del Caribe colombiano, alguna vez Gabriel García Márquez fue interpelado por un periodista acerca de la música de Rubén Blades. Su respuesta fue “tengo envidia de él. Pedro Navaja es el único cuento que me hubiera gustado escribir”.

La vieja dicotomía carcelaria de la lectoescritura resultó en un achicamiento del mundo de la comunicación como arte de la palabra. De un solo golpe eliminaron la literatura oral, la tradición de la fogata como escuela hablada de la costumbre. Borraron el canto y el baile como relatos de la vida.

Los alfabetos lectoescritores se erigieron, por propiedad y tiempo, en fuente no solo de conocimiento sino también en jueces de lo bello y lo feo, de lo estético y lo real, por sobre un mundo más complejo de imágenes, sonidos y símbolos, además de palabras. La literalidad de estas no solo se obtiene por el dominio arquitectónico en la composición de los textos impresos. Hoy, quiéranlo o no, se obtiene también de todos los adornos de sentido, el oído, el tacto y el gusto entre ellos.

Visite la historia de la región, donde todavía perviven bolsones de analfabetismo, y podrá encontrar literatura oral, como la de David Sánchez Juliao y sus historias de Lorica en el Caribe colombiano, que cualquier moreno, con una radio a pilas al hombro, transita por las calles y ferias de Colombia. O escuche Contrabando o Patria, canciones de Rubén Blades, verdaderas joyas literarias de la identidad o el significado de las fronteras en nuestros países.

Bienvenido juglar Bob Dylan al Premio Nobel más democrático que podemos tener, uno cuyos textos los escuchamos a diario.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias