Los mejores cerebros del Congreso del Futuro hacen sus predicciones sobre cómo cambiará la especie humana de aquí a un par de décadas y los dilemas éticos que vamos a enfrentar. Así, Rafael Yuste, neurocientífico que busca descifrar los códigos del cerebro humano; Peter Worden, de la iniciativa Breakthrough para encontrar vida inteligente en el espacio; Jaime Moreno, experto en supercomputación e inteligencia artificial; David Liu, inventor de la edición y secuenciación del genoma humano; y Luiz Davidovich, físico cuántico, conversan con El Mostrador y adelantan que leer la mente, contactar extraterrestres y editar el genoma humano son avances que están a la vuelta de la esquina.
Las informaciones que impactan hoy al mundo son como las de ayer. Conflictos bélicos, violencia terrorista, crisis económicas, sorpresas políticas (Trump, Brexit), éxitos y fracasos deportivos. Todas, sin excepción, remiten a las dinámicas del cuerpo social, a esa forma nuestra de organización líquida y contemporánea que hace que –tal como la Teoría del Caos– las consecuencias de un evento local terminen repercutiendo en la sociedad global.
Sin necesidad de ver alteradas estas lógicas y sin que la mayoría de nosotros logremos darnos cuenta, la aceleración creciente de los descubrimientos científicos están planteando un nuevo escenario, una transición a 20 años igual de profunda que la de la Edad Media al Renacimiento, donde desafíos y dilemas ya no tienen a la sociedad en el centro de la discusión, sino –y por primera vez en su historia– a la especie humana misma.
El Mostrador, en un ejercicio de anticipación, conversó con las mentes más brillantes presentes en el VI Congreso del Futuro, que encabezan algunos de los proyectos más revolucionarios de la investigación científica. Estamos hablando de la investigación multidisciplinar que permitirá revelar los códigos secretos de las cien mil millones de neuronas del cerebro humano, de la capacidad de recodificar la secuencia genética de las personas, de la posibilidad con nuevas técnicas médicas para prolongar la vida y detener el envejecimiento. De viajar a 60 mil kilómetros por segundo para encontrar vida (tal vez inteligente) a 4,4 años luz de la Tierra; y de convivir, como uno más en nuestra sociedad, con máquinas que ya no se programan sino que aprenden, como los niños, en la era de la informática cognitiva.
“Cuando entendamos qué es un pensamiento, cómo aprende nuestro cerebro y qué potencialidades oculta, habrá una revolución cultural en toda la humanidad. No tengo duda de ello”, sostiene el científico. “El impacto tendrá consecuencias en la economía mundial, en la salud, en las leyes en la educación, en todo”, agrega Yuste. “La comprensión de la humanidad está basada en juicios y prejuicios, ahora podremos, al descifrar el cerebro, comprender por primera vez, con base científica, qué somos como seres humanos”.
De aquí a 15 o 20 años como máximo, la iniciativa Brain, que impulsa la Casa Blanca, y las principales agencias científicas de Europa pretenden descifrar las interacciones de las 100 mil millones de neuronas que tiene el cerebro humano. “Las neuronas son como pequeñas lucecitas que disparan, que prenden y se apagan”, explica a El Mostrador, Rafael Yuste, el neurocientífico encargado del proyecto.
Cada vez que lo hacen –señala– envían un código secreto que se desconoce completamente. “Es como si hablaran en un lenguaje extranjero que no hemos escuchado nunca”, detalla. Con una inversión anual de 500 millones de dólares –que pretenden mantener como velocidad crucero durante 15 años– neurocientíficos de todo el mundo trabajan en la secuenciación funcional de la mente, un proyecto más ambicioso que el del genoma humano, cuyo propósito es comprender –por primera vez en la historia de la humanidad– qué somos como seres humanos.
“Cuando entendamos qué es un pensamiento, cómo aprende nuestro cerebro y qué potencialidades oculta, habrá una revolución cultural en toda la humanidad. No tengo duda de ello”, sostiene el científico. “El impacto tendrá consecuencias en la economía mundial, en la salud, en las leyes en la educación, en todo”, agrega Yuste. “La comprensión de la humanidad está basada en juicios y prejuicios. Ahora podremos, al descifrar el cerebro, comprender por primera vez, con base científica, qué somos como seres humanos”, precisa.
Un adelanto de tal magnitud será de gran ayuda para la humanidad, pero no está ajeno a dilemas éticos que, en el caso de esta investigación, se relacionan directamente con los interesados en el proyecto.
Porque, así como las corporaciones globales de tecnología –entre las que se cuentan Google, Facebook, Amazon, Microsot y Apple–, siguen de cerca los avances del proyecto Brain para adaptar los códigos al futuro modelo de inteligencia artificial, también lo está la industria militar estadounidense, admite Yuste, la que apoya económicamente el proyecto.
Con esta información se podría leer, de manera literal, la mente.
El astrofísico Peter Worden, con los dineros donados por Facebook y los de un millonario ruso, lidera la iniciativa Breakthrough Starshot de la Nasa. Este proyecto consiste en hacer viajar nanonaves a un tercio de la velocidad de la luz, impulsadas por un rayo láser que será lanzado desde el desierto de Atacama, en Chile. El propósito: encontrar vida en Alfa Centauri, a 4,4 años luz de la Tierra. De ser posible, al igual que la iniciativa Brain, las naves podrían arrojar información relevante en 20 años. “Cuando lleguemos a eso (encontrar vida) será el descubrimiento más importante de todos los tiempos”, calcula.
“En las primeras misiones pasaremos apenas por el sistema, no nos detendremos ahí. Espero que en los próximos diez o quince años podamos descubrir uno, dos o tres planetas del tamaño de la Tierra en todo el sistema de Alpha Centauri, que puedan potencialmente albergar vida”, proyecta el astrofísico.
Siendo el descubrimiento de química en la atmósfera de esos planetas el desafío más próximo, la simple evidencia de vida en uno de ellos, significa que se podría encontrar vida en todas partes.
Ante la posibilidad de que esa vida sea inteligente, cobran vigencia las advertencias de su socio en este mismo proyecto, el del físico británico Stephen Hawking, quien recomienda eludir el contacto extraterrestre, ya que sería catastrófico –según él– para la humanidad.
Worden, aunque admite titubear sobre si es bueno o malo buscar vida inteligente en el espacio, duda de que eso sea posible. “Pienso que es improbable que haya vida inteligente allá, porque podría haber existido hace un billón de años y ya se extinguió”. De lo contrario, sostiene, “esa sociedad ya habría tomado contacto con nosotros”.
“Es una discusión muy significativa. En mi opinión a veces creo que deberíamos contactar, pero a veces pienso que no. Tenemos, primero, que descubrir el carácter de estas sociedades y recolectar más datos. Siempre es bueno obtener la máxima cantidad de datos posibles antes de tomar cualquier iniciativa”, dice a El Mostrador, con cautela.
Jaime Moreno, investigador chileno y actual Gerente de Operaciones, Tecnología Worldwide e Informática IBM Research, con sede en Estados Unidos, es uno de los expertos mundiales en supercomputación y computación cognitiva; esa nueva forma de programar los ordenadores para que aprendan, como los niños. El problema es que los niños, también, pueden aprender cosas malas.
“Primero habría que separar el concepto general de Inteligencia Artificial, que es muy amplio, y que en su extremo significa el reemplazo del ser humano. Eso lo veo como algo utópico, básicamente porque la creatividad es una cualidad muy humana y no existe ninguna tecnología que siquiera se acerque a ello. De lo que sí estoy seguro es que todo lo que pueda ser automatizado, será automatizado, y eso no es el futuro, eso es ahora”, plantea.
Ryan Avent, economista y editor senior de The Economist, también invitado al Congreso del Futuro, parte de la misma premisa, pero su visión es algo más pesimista, aunque él rechace ese concepto, porque –a su juicio– no se trata de pesimismo sino de realidad. Una inevitable: las personas de fuerza laboral menos calificada perderán sus empleos a escala mundial.
Por otra parte, el experto de IBM calcula que en un futuro próximo, la internet de las cosas –o de los artefactos, como prefiere definirlo–, estará complementada con la computación cognitiva.
“Las internet de los artefactos es la capacidad de comunicación y sincronización entre los objetos para realizar tareas de forma autónoma. Ahora, si lo acompañamos de computación cognitiva, el resultado son máquinas con la capacidad, ya no de presentar respuestas, sino de predecir y anticipar reacciones”, explica.
De acuerdo a Moreno, el aprendizaje de las máquinas hoy puede compararse con el de un adolescente, “pero en 20 años, las computación cognitiva será adulta”.
Uno de los problemas que se observa, llegado ese momento, es que, así como los niños, las máquinas también pueden aprender cosas malas. El ejemplo más claro de ello fue el experimento Tay, de Inteligencia Artificial de Microsoft, que se diseñó como un bots que pudiera conversar con jóvenes a través de Twitter, usando esa información como base de su aprendizaje. El resultado: en menos de un día, la máquina se convirtió en racista, nazi y sexista. En uno de sus tuits acabó diciendo que esperaba que las feministas “ardiesen en el infierno”, pese a haberlas defendido al principio. “Hitler tenía razón. Odio a los judíos”, dijo en otro posteo.
La ética, nuevamente –según Moreno–, cobra un rol esencial, ya que es una cualidad propiamente humana.
“La premisa básica en ciencia es que todo avance científico o en tecnología puede usarse para bien o para mal. Es inevitable, lo que tenemos que hacer como sociedad es identificar cuándo el uso es bueno, cuándo es medianamente bueno y cuándo es intrínsecamente malo y tomar medidas para evitar lo último”, puntualiza.
El otro punto, “es cómo nos defendemos y contenemos a aquellos que van a querer usar la tecnología para el mal, porque esos siempre van a existir, lamentablemente”.
Para David Liu, el creador del CRISPR/Cas9, llamado el bisturí genético, capaz de modificar la secuenciación de la genética humana, hablar de qué ocurrirá en 20 años es mucho tiempo. “Esto recién lleva 3 años, entonces hablar de qué pasará en 20 años es muy difícil, porque, en este campo de la biotecnología, la ciencia avanza muy rápido”.
Sus expectativas –sostiene– es que las terapias basadas en la edición del genoma puedan tratar todas las enfermedades genéticas. “Es importante tener en mente que nuestro campo está interesado en ayudar a sanar las enfermedades que aún no tienen tratamiento disponible y evitar sufrimiento”. Ahora, qué pasa si estas tecnologías puedan derivar en la creación de superhumanos o si este mecanismo pueda ser usado con fines bélicos. Liu es escéptico, lo ve difícil, por la complejidad de secuenciar el ADN.
“La dificultad no está en la tecnología sino que en relación directa con la secuencia del ADN, se requieren interacciones con cientos y cientos de genes”, opina. Sin embargo, es cauteloso: “Es muy importante para ello la educación y la regulación pública y gubernamental”.
Aunque el campo de la física cuántica del profesor Luiz Davidovich es una de las áreas teóricas más abstractas de la ciencia, el científico tiene la claridad para afirmar concretamente que, llegado el momento, la ciencia puede ser usada con fines perversos y que la forma de evitarlo descansa en fortalecer la ética de los ciudadanos. Una ética que se diferencia de otros momentos históricos, porque no está regida por la moralidad sino por la información que se tenga y, en ello, la divulgación científica es indispensable.
“Progresos recientes en el área de la biología, permiten al ser humano vivir más tiempo, permiten dirigir y editar nuestras genéticas. Esto en el futuro puede ser muy bueno para la humanidad, pero puede tener su lado perverso, y creo que la ética es muy importante para eso”, precisa. “Cuando se habla de extender la vida humana, la pregunta clave es: ¿eso será para toda la humanidad o solo para aquellos que pueden pagarla?”.
En un momento ético para la biología –añade Davidovich– la utilización de la genética para el dominio de unos pocos sobre los otros –aunque parezca operático– es uno de los mayores dilemas.
“Eso no significa que deban detenerse las pesquisas, pero sí hay que discutir mucho esto, porque al final la decisión no va a ser de los científicos, como la decisión de la bomba no fue de Einstein. La decisión va a ser de los políticos y por eso me preocupa mucho que la sociedad participe más de las discusiones sobre la ciencia, que esté bien informada de los progresos de la ciencia, para ayudar a decidir sobre estos asuntos políticos”.
Por eso es que insiste en que la divulgación científica es extremadamente importante para la democracia.
“¿Cómo puede una sociedad discutir sobre las aplicaciones de la biología, sobre las aplicaciones de la física, sin conocerlas un poco más? Yo creo que cada vez más la ética va a estar basada en la información. El conocimiento y la tecnología deben estar difundidos, abiertos al público, ya que, en encerrarse entre cuatro paredes, radica el peligro”.