En la apuesta de la dupla De la Sotta/Cayo, el lenguaje es discurso y viceversa. Los diferentes personajes que intentan escrutar la doliente y golpeada individualidad de Dylan/Andrea suponen un coro polifónico a la manera de Ciudadano Kane para llegar a comprender su ser profundo, pero por sobre todo describen el contexto donde se produce: la sociedad intimidada por lo desconocido, la rabia incrustada en la ignorancia, la morbosidad y crueldad, la falta de empatía
Esta es la segunda colaboración entre el actor y dramaturgo Bosco Cayo y la directora Aliocha de la Sotta luego del éxito de “Leftraru” en 2014. Y si bien se advierten puntos en común con aquel montaje, el vínculo más poderoso parece conectar a la obra con “La mala clase”, el ya clásico montaje escrito por Luis Barrales y puesto en escena por la directora desde 2009.
Sin duda que De la Sotta ha construido una mirada atenta a grupos sociales desposeídos y su búsqueda de identidad como colectivo, desde lo social y político. En evolución, el trabajo de la directora ha buscado la economía de recursos para evitar discursos convencionales y se ha acercado a una “poética social” que desde la fragmentación narrativa establece diferentes líneas de sentido.
En “El Dylan” se advierte de entrada una voluntad por poetizar a través del lenguaje una realidad dura y ruda, marginal y de clase: la de un joven transgénero de La Ligua asesinado luego de un ataque “transfóbico”. Tomado de un hecho real, la arista policial del caso se presenta a través de una multiplicidad de miradas y voces que se superponen generando un cuerpo móvil y ambivalente. Es un entramado que apela a la reconstrucción del hecho, a la observación del testigo, a la figura trágica y doliente de Dylan, al testimonio de una amigo/a, su madre y una entrevista televisiva. Con un mínimo de elementos cada espacio se construye de manera envolvente, en buena parte gracias a la solvencia del elenco de cinco actores y a un ritmo ágil pero atento al gesto poético, a la frase, a la sonoridad.
Por sobre todo, el texto parece tensionar lo que entendemos por identidad, desde la sexual que se construye a través de la tragedia del protagonista por vivir su condición de manera móvil, casi huidiza, a veces mujer a veces hombre, a una puesta en escena de abierta intercambiabilidad de roles: actores vestidos con trajes femeninos encima de prendas masculinas, o los mismos intérpretes convertidos en tramoyas cuando otro actúa. Hay en esa acción una decisión por legitimar estéticamente la trasmutación como parte de la búsqueda de identidad sexual y se convierte en un potente gesto político en contra de la discriminación y el reduccionismo.
En la apuesta de la dupla De la Sotta/Cayo, el lenguaje es discurso y viceversa. Los diferentes personajes que intentan escrutar la doliente y golpeada individualidad de Dylan/Andrea suponen un coro polifónico a la manera de Ciudadano Kane para llegar a comprender su ser profundo, pero por sobre todo describen el contexto donde se produce: la sociedad intimidada por lo desconocido, la rabia incrustada en la ignorancia, la morbosidad y crueldad, la falta de empatía. La directora expone el artificio de su puesta en escena a partir de recursos poéticos, como el cambiante leitmotiv sonoro y coreográfico de la canción de Queen “I want to break free” (“Me quiero liberar”) que funciona bien en este sentido pero no logra vincular emocionalmente con el drama de Dylan. Por momentos la preeminencia del discurso se convierte en un dispositivo distante para entrar a la torturada personalidad del personaje, donde no basta con el testimonio para dar cuenta que la violencia y la discriminación no es sólo sexual, sino que es inherente también a la pobreza, la diferencia racial, la falta de oportunidades, el desamparo.
Directora prolífica como pocas (estuvo la semana pasada con tres montajes en cartelera), Aliocha de la Sotta ha afinado una poética que busca tensionar los caminos expresivos del lenguaje teatral y su entorno social y político (cuando no opta por el relato íntimo y despojado como en “Hilda Peña” y “Un minuto feliz”), con una estructura de puesta en escena progresivamente más consciente de su artificio. En “El Dylan” logra momentos intensos pero el conjunto se aprecia disparejo y en ocasiones muy autoconsciente.
El Dylan
Compañía La Mala Clase
Dirección: Aliocha de la Sotta
Dramaturgia: Bosco Cayo
Elenco: Juan Pablo Fuentes, Paulina Giglio, Guilherme Sepúlveda, Jaime Leiva y Mónica Ríos
Diseño de iluminación y escenografía: Rodrigo Leal
Diseño vestuario: Felipe Olivares
Música: Fernando Milagros
Realización escenográfica: Macarena Ahumada y Equipo Checoslovaquia
Realización vestuario: Susana Arce
Producción: Francesca Ceccotti
Gráfica: Javier Pañella
Matucana 100, Espacio Patricio Bunster. Hasta el 30 de abril. General $ 5.000, Estudiantes y tercera edad $3.000, jueves populares $ 2.000. Jueves a sábado 20:00 hrs. Domingo 19:00 hrs.