Matthew E. Sachs, junto a un equipo de investigadores de las Universidades Harvard y Wesleyan en Estados Unidos, publicaron en marzo de 2016 los resultados de una investigación que trata de responder por qué al activarse los circuitos de recompensa estos elaboran respuestas intensamente placenteras en algunos individuos y en otros no, frente a un estímulo musical.
No importa si eres metalero, escuchas sólo música docta o te gustan Los Blops, si tienes un estilo musical preferido, seguramente habrás experimentado más de un escalofrío al escuchar tu “tema favorito”, y no me refiero a un escalofrío metafórico, me refiero a la sensación particular de percibir un estremecimiento físico placentero frente a algunos de los acordes que escuchas en ese momento. Por otro lado, habrá también lectores que no entenderán a lo que me refiero, pues para ellos la música no significa otra cosa que sonidos armoniosos que le sirven para pasar el rato, como una especie de relleno en su vida o algo que es necesario sólo con el fin de poder bailar, en el fondo personas a las que no les gusta, en apariencia, la música.
Si bien existe variabilidad en cuanto al gusto por la música, es importante decir que en todas las civilizaciones de las que se tiene registro ha existido la expresión musical, de forma que la música tendría un rol cultural universal.
Entonces, ¿por qué a algunas personas les provoca placer la música, mientras que a otras no? En primer lugar, hay que tener en cuenta que cuando se trata de artes visuales, música o poesía, el placer que sentimos es un placer estético y existe toda una rama de la neurociencia que estudia este fenómeno.
Nuestro cerebro posee varias estructuras que en conjunto constituyen lo que se conoce como sistema de recompensa, el que nos produce sensación de placer cuando se activa. Se activa normalmente frente al consumo de alimentos, lo que nos lleva a querer comer nuevamente, o frente al sexo, lo que nos lleva a querer reproducirnos. Se puede vislumbrar claramente que la evolución nos ha conferido un sistema de supervivencia, que impedirá que muramos o que nuestra especie desaparezca, mientras el sistema de recompensa no se vea alterado.
A esta altura, el lector ya habrá deducido que este es el mismo sistema que se activa cuando sentimos placer musical y hay una gran cantidad de evidencia que demuestra que existe una conexión entre la corteza auditiva (región del cerebro que procesa la información de estímulos auditivos) y el sistema de recompensa. Pero todo esto no responde la pregunta enunciada anteriormente.
Matthew E. Sachs, junto a un equipo de investigadores de las Universidades Harvard y Wesleyan en Estados Unidos, publicaron en marzo de 2016 los resultados de una investigación que trata de responder por qué estos circuitos de recompensa elaboran respuestas intensamente placenteras en algunos individuos y en otros no, frente a un estímulo musical.
En este estudio participaron veinte personas, elegidas de un total de más de doscientas que contestaron una encuesta online que permitió recabar información sobre la personalidad, preferencias musicales y grado de compromiso emocional con la música, entre otras características. A partir de la encuesta, se obtuvo un conjunto de respuestas de las personas frente a la música, algunas más abstractas y otras más viscerales, de entre las cuales se decidió considerar a los “escalofríos”, por sus características, como un punto intermedio entre todas las posibles sensaciones, que incluían “pérdida de tiempo”, “temor”, “nudo en la garganta”, “aumento en el ritmo cardiaco”, entre otras. En base a esta información, se escogieron 10 personas que sintieran escalofríos al escuchar su música favorita de forma recurrente y 10 personas que reportaron nunca haber sentido tal cosa.
Los experimentos que se realizaron a continuación de esta selección consistieron en que las personas de ambos grupos escucharan los temas musicales que reportaron como sus favoritos. Cada vez que una persona escuchó sus temas, le pidieron que informara el grado de placer que sentía en una escala de 0 a 10, y si le provocaba escalofríos debía presionar un botón por el tiempo que durara la sensación; obviamente esta es una medición subjetiva.
Con el fin de tener datos que indicaran cambios en la fisiología al mismo tiempo que los participantes escuchaban música, se midió la actividad cardiaca y la respuesta de conductancia de la piel (o SCR en inglés), complementando así la información subjetiva reportada por cada sujeto. La SCR es una medida que se basa en el hecho de que la resistencia eléctrica de la piel puede variar dependiendo del estado emocional de la persona; suena loco, lo sé, pero esto se sabe desde el siglo XIX y, en términos bien generales, es debido a la activación de las glándulas sudoríparas de la piel (productoras de sudor) por parte del sistema nervioso simpático.
Todos los participantes que reportaron tener escalofríos frente a su canción favorita, tuvieron un aumento significativo en la conductancia de su piel, acompañado de una disminución en el ritmo cardiaco, en comparación con los participantes que reportaron no tener esta sensación. Además, estos parámetros no se alteraron en el grupo de los escalofríos cuando escucharon un tema musical que había sido reportado antes por ellos como neutro.
En paralelo, los investigadores quisieron saber si había diferencias entre los cerebros de los participantes de los dos grupos, con este fin utilizaron una variación de la técnica de resonancia magnética (Diffusion Tensor Imaging o DTI) que permite visualizar los tractos de materia blanca que conectan diferentes regiones del cerebro. Sorprendentemente, los resultados permitieron observar que el tracto que une la corteza auditiva con el sistema de recompensa del cerebro tenía un mayor volumen en las personas del grupo que sentía escalofríos en comparación con los que no.
Esta es la primera vez que se proveen evidencias de la existencia de diferencias estructurales entre individuos en la conexión entre áreas sensoriales y el sistema de recompensa del cerebro, explicando parcialmente las diferencias en la respuesta emocional.
Es indiscutible que la música es una herramienta intercultural de comunicación, que a través de la historia ha permitido la cohesión social y la transmisión transgeneracional de información, aun así, es importante destacar que también estamos en presencia de un fenómeno muy interesante conocido como exaptación, en que se la da una nueva función a un sistema que se desarrolló a través de la evolución en torno a una función distinta.
Hay muchos ejemplos de exaptación en la naturaleza, probablemente el más notable de estos sean las plumas, que evolucionaron en la época de los dinosaurios por permitir a éstos la conservación del calor, pero que a medida que fue avanzando la evolución de estos organismos, permitieron el vuelo y se conservan actualmente en las aves. En este caso, el sistema de recompensa que evolucionó en torno a la consolidación de funciones básicas como la alimentación y la reproducción, ha sido reclutado para el funcionamiento de funciones avanzadas relacionadas con la sociabilización.
Tal vez este tipo de descubrimientos generen en algunas personas molestias al sentir que se pierde un poco la magia al saber cómo funcionan ciertos procesos considerados como tales. Algo así ya ocurrió antes, cuando los poetas se quejaron de que al entender cómo se produce un arcoíris, se perdía romanticismo, pero la verdad es que puede ser más maravilloso aun pensar que la vida se compone de estas pequeñas complejidades explicables, sin nadie dirigiendo estos procesos, y que si muchas de ellas no se han podido explicar aun, debemos seguir trabajando para poder explicarlas luego.
Fuente original: http://scan.oxfordjournals.org/content/11/6/884.abstract
Link alternativo de descarga: https://pdfs.semanticscholar.org/e543/b4ef14688b7783d5f3f546a7a0f64c3505d3.pdf