Crítico de los ambientes culturales y literarios, aunque hombre de tertulias ―a su casa en Playa Ancha llegaban alumnos y exalumnos, intelectuales de la talla de Pedro Lastra, Manuel Rojas, Alfonso Calderón o Rafael Gandolfo― León es testigo de su tiempo. No podría ser de otro modo. Como dice Mijaíl Bajtín, toda obra está situada socialmente, más aún, toda obra se afinca en un espacio. La referencia a la ciudad puerto es ineludible. Valparaíso no aparece como mero contexto, entorno, escenografía, sino como parte significativa de la trama urbana que se despliega en su pluma.
“Todos los caminos de todos los destinos de la tierra van a dar al mar, Valparaíso”– Pablo de Rokha.
“Prosas desde Valparaíso” (Ediciones UV de la Universidad de Valparaíso, 2016) tiene cerca de 300 páginas y recoge, en un solo volumen, los cuatro libros de crónica escritos por el autor. Estos son: “Algunos días…” (1977), “Hombres de palabra” (1979), “El hombre de Playa Ancha” (1984) y “Memorias de un sonámbulo” (1994).
Abogado, profesor, escritor y porteño. Esta sería una síntesis indispensable para hablar de Carlos León (1916-1988), cronista avezado del turbulento siglo XX, autor de las novelas “Sobrino único” (1954), “Las viejas amistades” (1956), “Sueldo vital” (1964), “Todavía” (1981); el libro de cuentos “Retrato hablado” (1971), entre otros escritos.
Prologado por Antonio Pedrals, “Prosas desde Valparaíso” es más que un libro recopilatorio. Con fotografías de Juan Hernán Tapia, reconocido artista de la región, la edición, como su nombre indica, reúne de manera ejemplar, de una y otra forma, las crónicas escritas por León sobre Valparaíso, ciudad donde vivió gran parte de su vida.
Crítico de los ambientes culturales y literarios, aunque hombre de tertulias ―a su casa en Playa Ancha llegaban alumnos y exalumnos, intelectuales de la talla de Pedro Lastra, Manuel Rojas, Alfonso Calderón o Rafael Gandolfo― León es testigo de su tiempo. No podría ser de otro modo. Como dice Mijaíl Bajtín, toda obra está situada socialmente, más aún, toda obra se afinca en un espacio. La referencia a la ciudad puerto es ineludible. Valparaíso no aparece como mero contexto, entorno, escenografía, sino como parte significativa de la trama urbana que se despliega en su pluma.
“Se ha preguntado Ud. alguna vez, amigo lector, ¿dónde radica ese sortilegio misterioso ejercido por nuestra ciudad sobre sus habitantes? (…) Nuestra ciudad es algo más que la suma de sus calles, paseos y lugares pintorescos. Tiene también algo imponderable y secreto: su vida interior tan intensa, que trasciende esos elementos, los unifica y les confiere un sentido” (crónica «Valparaíso y su geografía íntima», pág. 23-27).
«Esta ciudad existe por obra y gracia de la poesía, que es como decir de la magia (en ella todo es posible, y hasta la muerte suele extraviarse, pues posee cementerios íntimos y entrometidos como plazas y plazas desoladas como cementerios y sus pasillos parecen calles y sus calles, clubes sin estatutos ni reglamentos)» (crónica «Guillermo Quiñones», pág. 196).
Y la ciudad es un lenguaje, un discurso, claro está, tal como dice Roland Barthes: “La ciudad habla a sus habitantes, nosotros hablamos a nuestra ciudad, la ciudad en la que nos encontramos, solo con habitarla, recorrerla, mirarla”. No por nada Pedrals lo llama un “glosador de la vida”, puesto que León cultivaba el género oral de “la glosa”, comentando todo cuanto sucedía en la villa, en la calle, en el café Riquet o en la sala de profesores de la Escuela de Derecho de la entonces Universidad de Chile, sede Valparaíso, (hoy Universidad de Valparaíso), donde impartía clases.
«Las calles, como las personas tímidas, cuando se encuentran se cortan. Así nacen las esquinas. En ellas radica el carácter de nuestras ciudades. Nuestro puerto tiene esquinas singulares. La formada por las calles Cochrane y Carampangue tiene dos personalidades, como el Dr. Hyde. Durante el día es apacible, laboriosa y tan servicial que las personas previsoras, amigas de viajar sentadas, llegan hasta ella para encontrar una cómoda movilización. Después de medianoche cambia, tórnase agresiva, ruidosa y predispone a sus visitantes, con la vigorosa ayuda de nuestros excelentes vinos criollos, a recordar agravios antiguos o imaginarios. Del recuerdo a la acción directa existe solo un paso. Como se trata de un paso corto, nadie deja de darlo. Suelen formarse entonces bataholas descomunales, a las cuales puede ser arrastrado cualquier inocente transeúnte» (crónica «Nuestras esquinas», pág. 33).
Con un lenguaje ampuloso, irónico, lleno de figuras literarias como el epíteto, León nos habla de la realidad, denunciando las impostaciones, los velos y el esnobismo. Una realidad nada “seráfica”. Una realidad cómica, grotesca. El dolor del mundo en toda su dimensión. Los territorios melancólicos de la memoria. León nos habla de pequeñas injusticias, de canciones y nombres olvidados, de viejos y jóvenes, de plazas, de gente excéntrica, de velorios con final sorpresivo, de tertulias donde es posible «ser tomado en cuenta, de afirmarse, en suma, como ser humano». Nos cuenta de las desapariciones de Nicomedes Guzmán o del mundo interior (y aparte) del poeta Braulio Arenas. De Pablo Neruda, quien “secularizó la poesía sacándola de la mitología y la introdujo en la zoología” o de Alone, quien “emitía juicios profundos y comprometedores, sin importarle un ardite la opinión de los demás”. Nos cuenta, además, de Gonzalo Rojas, de Borges, de sus lecturas y fantasmas.
Tal como Marcel Proust, uno de sus autores admirados, cuya obra “En busca del tiempo perdido” consideraba “la mejor novela de la centuria”, León es capaz de percibir la extrañeza, de plantear un modo diferente de observar (se), de descubrirnos una belleza oculta, sutil. Como cuando nos habla de la lluvia, “esa aliada secreta de los solitarios”, que cae sobre «la escarpada geografía del puerto», que suaviza «sus ángulos», adquiriendo con ella «un tono menor, gris, crepuscular e íntimo». También de los niños que a través de sus ojos asombrados, la miran «como un juguete sonoro» y la disfrutan sin aburrirse.
En definitiva, «Prosas desde Valparaíso», nos permite seguir imaginando con una ciudad señera, perdiéndonos en el misterio inefable de lo cotidiano.
Francisco Marín Naritelli es Periodista y Magíster en Comunicación Política de la Universidad de Chile.