La obra no solo pone en tensión la reescritura del texto inglés, sino que implica problematizar la historia nacional a la luz del concepto “tragedia”, toda vez que dicho concepto siempre ha estado ligado, desde su origen, a un sentido político.
En términos generales y con delimitadas excepciones, una obra teatral ofrece dos aspectos: una historia y un discurso. La historia evoca una realidad, referentes, modos de aproximarse a una acción que se extiende frente a nosotros y que no está mediada por un narrador. El discurso, para este caso, no es formal en el sentido de un narrador que nos cuente algo, pues como marca de matriz en el teatro, tenemos a los personajes puestos en acción, de cara al público, en escena. En este sentido, digo discurso como la toma de posición frente al mundo y –en general- una puesta en crisis del mismo, a partir de toda la ingeniería semiótica que despliega un montaje.
“Operación Hamlet” es un trabajo que tiene especial conciencia de este fenómeno y es, precisamente por ello, que puede leerse en tres dimensiones que se contaminan, reúnen y sustentan entre sí. Por una parte, aparece el referente primario: “Hamlet, príncipe de Dinamarca” la obra de William Shakespeare (sí, es de Shakespeare, sí, Shakespeare existió, sí, el escribió las treinta y siete obras canónicas de su corpus autoral y, al parecer, otra más… no, no hay dudas serias sobre esto), de esta obra, hay poco en “Proyecto Hamlet”, poco, en el sentido de textos escritos por Shakespeare, que son usados tangencialmente en su dramaturgia; en segundo término, está lo que podríamos denominar la fábula central que ha escrito Manuel Ortíz dramaturgo y director del trabajo: un ex agente de la CNI, asesino del padre de un actor sale en libertad (contraviniendo el derecho penal tanto nacional como internacional) y el hijo decide vengarse, para ello, construirá una trama compleja en que, usando como excusa montar la obra del inglés, llevará a cabo su venganza. En tercer término, aparece la historia de Chile y la relación, fragmentaria y rabiosa que el director y dramaturgo tiene con ella, especialmente si se tiene en cuenta que la historia es real hasta cierto punto: esta es la historia de él, de su padre muerto en dictadura y del asesino de su padre, efecto no menor en la recepción del trabajo, especialmente si se toma en cuenta que el público es advertido de esto antes de ingresar a la sala.
El trabajo de dirección es de muy buena factura, en la medida que las acciones se organizan en virtud de desarrollar una acción que sustenta una historia y un conflicto doble, por una parte llevar a cabo la venganza del actor-Hamlet y, por otra, el sentido ético de la misma, de esta manera, la obra no solo pone en tensión la reescritura del texto inglés, sino que implica problematizar la historia nacional a la luz del concepto “tragedia”, toda vez que dicho concepto siempre ha estado ligado, desde su origen, a un sentido político. Por lo demás, el trabajo es pulcro, la iluminación y el universo sonoro, a cargo de Marcelo Parada y Debbie Kaufmann respectivamente, se articulan como parte integral de la puesta en escena, sumando efectos de atmósfera y semiotizando la escena para generar los efectos comunicativos deseados. Hay momentos en que la acción se hace levemente repetitiva, como si algunos de los cuadros que se trabajan repitieran el mismo contenido y esto quita fuerza a alguna parte de la acción, sin embargo, no es lo que rige la escenificación en general.
El texto, por su parte, suma de manera central al trabajo que se propone, pues hace un recorrido que mezcla la obra original, con la acción del grupo teatral a estas alturas devenido en un grupo de posibles asesinos que intentan, montar la obra y al mismo tiempo, ejecutar al ex CNI (en el caso que alguien pueda ser un ex CNI, digo, ¿se puede ser “ex” de algo así?), ciertamente, los diálogos son inteligentes y permiten tanto contar la historia como caracterizar a los personajes, organizar un mundo y activarlo a través de los sucesos. Tal vez falte algo de humor y también, hay algunos de estos diálogos que se hacen un tanto pedagógicos, explicativos en virtud de dejar excesivamente clara la postura ideológica y, precisamente ello, le resta algo de potencia a esa postura, toda vez que deja pocos intersticios para que el público interprete y agencie su propia lectura, participando de la reflexión más que recibiéndola.
A nivel de actuación, el trabajo se sostiene con solidez, los tres actores y la actriz que tenemos en escena, poseen experiencia y múltiples trabajos que les permiten solventar sus personajes de manera segura y sustentable a lo largo de todo el montaje. Rafael Contreras articula su actor-Hamlet con matices y procesos internos que se evidencian permanentemente, del mismo modo Gonzalo Duran es verosímil en torno a su personaje, también trabaja diversos tonos y organiza una lectura novedosa de un personaje que siempre suele reproducirse del mismo modo (Horacio), por su parte, Andrea Vera como la actriz-Ofelia, sostiene la acción y moviliza tanto la emotividad como el sentido de lucha que la acción busca, finalmente, Nicolás Fuentes, como Laertes, modula su personaje llevándolo por diferentes emociones que permiten sostener las escenas, especialmente aquellas que son colectivas.
“Operación Hamlet” es, al mismo tiempo, la problematización sobre cómo montar una obra de tanto prestigio y trascendencia en la historia cultural de occidente, como de la necesidad de enfrentar nuestra historia y sus significados, de este modo, el trabajo de Manuel Ortíz emerge como un trabajo sobre la interpretación, sobre la capacidad que tenemos de otorgar sentido al mundo y articular en un orden (precario, a menudo fragmentario) eso que llamamos “realidad”. Tal vez, hay una tercera manera de revisar “Proyecto Hamlet”, esta tercera mirada, dice relación con la imposibilidad del teatro político como arma fundamental de la sociedad chilena hoy, en este sentido, Ortíz fracasa y fracasa del mismo modo en que los vanguardistas de principios del siglo XX lo hicieron, su proyecto artístico es interesante, veraz y necesario, pero es también un estrepitoso fracaso, cada vez que recordamos que el asesino de su padre, a pesar de “Proyecto Hamlet”, sigue libre. Es el fracaso de Ortíz, cierto, es el fracaso de los “ismos” del siglo XX, pero también –recordemos- es el fracaso de Chile.
Teatro Universidad Mayor. Santo Domingo 711. Metro Estación Bellas Artes, Línea 5.
Entre el 23 de junio y el 16 de julio.
Funciones: jueves, viernes y sábado a las 20:30 hrs. Domingo a las 19:30 hrs.
Entradas: $5.000 general y $3.000 estudiantes y tercera edad.
Reservas al teléfono 223281867 / correo saladeteatro@umayor.cl