Ella luchó contra su madre, su país y la religión para escribir sobre la sexualidad femenina. Ahora ya de 86 años de edad, la gran escritora irlandesa advierte: “A pesar de toda mi afabilidad, también soy fría”
Por Janan Ganesh*
«Toda creatividad viene del trauma y de las heridas». Edna O’Brien hace un gesto sobre su rostro, como si estuviera cubierto de heridas. De hecho, la novelista irlandesa tiene una piel sin arrugas y el cabello del color de la piel del zorro. La única pista de su edad («86 y medio») es la variedad de experiencias que se infunden en su conversación. «Tienes que tener una herida de algún tipo, y tengo una herida triple. De mi familia, especialmente de mi madre, de mi país, y de la religión. Y eso no es poca cosa».
Un doloroso candor compensado con ligereza: el edulcorante O’Brien. Marca su discurso y su prosa. Cuando nos reunimos, su primera novela, ‘Las chicas del campo’, estaba terminando una temporada teatral en la costa sur inglesa 57 años después de su incendiaria (y, en Irlanda, prohibida) publicación. Encerradas en su escuela religiosa rural, Cait y Baba, las chicas en cuestión, huyen de una vida de elegantes ropas nuevas y escapadas románticas en Dublín, que tiene guardado otro tipo de desilusión. El libro y sus secuelas molestaron a los conservadores con sus escandalosas insinuaciones de que a las mujeres les gusta bastante el sexo. Según los estándares modernos, la obra es casta. Es el tema subyacente de la libertad el que conserva su poder.
Hoy, O’Brien se defiende del calor opresivo de Londres tras los mármoles y la madera oscura del Delaunay, donde me encuentro con ella para almorzar. El restaurante sirve platos centroeuropeos desde su esquina en Aldwych. Ante porciones mayores que lo que ambas esperábamos, ella se convierte en una línea de producción de epigramas que equilibran la luz y la oscuridad: «Yo no soy inconstante, pero puedo ser atraída por un monstruo»; «Nunca quise ser vieja, pero no pude evitarlo». El efecto, sobre mí al menos, es suscitar admiración por su resistencia en la vida, mas evitando algo tan presuntuoso como la lástima. Se siente como el sabor irlandés de la entereza.
Me pregunto si teme ser definida por sus primeras obras al igual que Philip Roth, quien la considera «la mujer más talentosa que escribe ahora en inglés», sigue atado a ‘El Lamento de Portnoy’, medio siglo y varias novelas después. «Si te definen en lo absoluto, ya eso es algo», dice. «Estoy orgullosa del libro. Se escribió en tres semanas. Fue un regalo de Dios. LP Hartley dijo que eran sólo dos ninfómanas». Al parecer, lo dijo con mala intención.
Los hippies del amor libre en unos cuantos enclaves de Londres y California surgieron con los méritos para la liberación sexual a finales de la década de 1960. Pero los avances fueron obtenidos tras duras batallas al comienzo de la década por valientes artistas (a menudo mujeres) de lugares menos célebres.
O’Brien nació y se crió en el Condado de Clare, en el oeste de Irlanda. Sus estrictos padres la mandaron a la escuela de las Hermanas de la Misericordia y posteriormente le prohibieron estudiar literatura, incitándola más bien a ser farmacéutica. A los 24 años, pensó que había encontrado la libertad al casarse, en contra de sus deseos, con el novelista irlandés Ernest Gébler y trasladarse a Londres. Pero él resultó ser un hombre «más bien imperioso» (tengo la sensación de que a ella le gustaría utilizar un adjetivo más duro) y su nuevo hogar era el suburbio de Morden, donde «tienes que tomar un autobús para tomar un autobús».
A través de un prodigioso aprendizaje independiente, encontró un trabajo como lectora de manuscritos para la editorial Hutchinson. Sobre la base de sus informes solamente, la empresa le encargó escribir una novela. Ésa fue ‘Las chicas del campo’, la cual llevó a ‘La chica de ojos verdes’, ‘Chicas felizmente casadas’, ‘Un lugar pagano’; y al divorcio, la infamia, la libertad y al Londres que ella había imaginado. Ella todavía prefiere la vida urbana a la campiña que tan bien describe en prosa. «Soy menos susceptible a la soledad en la ciudad».
Por lo que he podido averiguar, su relación con Irlanda ha mejorado sin lograr la armonía absoluta. Le pregunto qué piensa del nuevo primer ministro, Leo Varadkar, un hombre abiertamente homosexual con un padre indio. Impresionante para una república que prohibió su trabajo hace dos generaciones, ¿no? «Son necesarios más cambios culturales», dice ella, después de haber coincidido. «¿Y qué tal las leyes del aborto? Si vamos a ser liberales, vamos a poner toda la política sobre la mesa». Para los críticos irlandeses, la aversión a sus temas sexuales ha desaparecido, pero otra crítica la ha sustituido: que ella no entiende bien el lugar en que Irlanda se ha convertido, perdiéndose alternativamente su progreso material y preocupándose de que ha ido demasiado lejos. Irlanda ha perdido su «alma poética», me comenta. «Pero Inglaterra también».
Para O’Brien, la prosa rápida de los años 1970 y 1980 superaba a la comunicación de sentimientos como la habilidad más preciada en la literatura. Escritores de la talla de Tom Wolfe son «brillantes, absolutamente mágicos», admite, «pero no son para mí. Dame a los rusos». Sus escritores favoritos de las últimas décadas son WG Sebald y Roberto Bolaño: ambos extranjeros (alemán y chileno, respectivamente), ambos fallecidos en la cima de su popularidad, ambos excavadores del pasado. «La memoria y el lenguaje son las dos mejores cosas que un escritor tiene», dice O’Brien, quien también ha disfrutado de Ciudad Abierta de Teju Cole. ¿Con qué rapidez puede ella sentir que un libro carece de profundidad? «Puedo saberlo en un minuto».
¿Recibe ella suficiente crédito por el conjunto de obras que ha acumulado entre esas eras? «Un artista masculino en la habitación es — para mujeres y hombres — Viagra cultural», dice ella. «En cuanto a una mujer, puede haber uno o dos que están contentos de que estés ahí, pero no tienes el mismo impacto». Nada de esto lo dice con amargura. En todo caso, valora que la dejen sola para concentrarse en su escritura. «A pesar de toda mi afabilidad, también soy fría».
En la década de 1990, la obra de O’Brien’s se amplió para abarcar la política, sin embargo, dice en un correo electrónico después del almuerzo, que nunca se trató de «predicar o protestar». ‘La Casa del espléndido aislamiento’ giraba alrededor de un miembro del Ejército Republicano Irlandés. ‘Down by the River’ (Junto al río) exploró las leyes sobre el aborto a través de un enfrentamiento en un juzgado. Y en ‘Las sillitas rojas’, un carismático curandero que aparece en un pueblo irlandés resulta ser un prófugo estilo Radovan Karadžić de una guerra sucia en el otro extremo del continente. Es su mejor libro (según palabras de Roth, no mías), una escritora altamente evolucionada que describe la especie en su forma más básica: un hombre que gusta de la violencia, una mujer llevada a la locura por el deseo de un niño. Pero siempre hay humor compitiendo con el dolor por el espacio en las páginas. Al leer el libro, uno se tarda un rato en darse cuenta de que no será una comedia rural.
«Hay una gran línea en la obra de Beckett», dice ella, buscando una cita para capturar este equilibrio de la luz y la oscuridad. «No puedo recordar quién la dice. «Estás en la tierra. No existe cura para eso». Hay tanto sentido común en eso como en todo lo de Sófocles o Sócrates o cualquier otra persona».
Habla en párrafos coherentes como un locutor de una buena estación de radio de servicio público. Es también la persona más curiosa que he entrevistado. Quiere saber qué pasará con este negocio del Brexit (no tengo idea); si he probado LSD (ella sí, con el psiquiatra RD Laing); y qué técnicas para ligar existen en los bares en estos días. A través de uno de sus dos hijos, ella todavía conoce su Londres. También sabe de su fútbol, sintoniza los juegos europeos importantes en las tardes. «Cuando Madrid está jugando contra Barcelona, ése es tremendo juego».
Esta proliferación de intereses me hace preguntarme por qué, después de todas las novelas, las obras de teatro y los cuentos, a ella nunca le han gustado los ensayos. Un ensayo de O’Brien — sobre Lionel Messi (cree que es mejor que Cristiano Ronaldo), sobre Emmanuel Macron («el mismísimo Júpiter»), o sobre la Irlanda moderna — atraería mucha atención. Me dan ganas de cruzar el restaurante para presionar a su editor, quien por casualidad ha reservado una mesa propia. «La cosa con los ensayos», dice, «es el matrimonio del tema y el escritor. Si eso está viciado de cualquier forma, entonces el ensayo no vale nada». Ella contrasta los poderosos primeros ensayos de Saul Bellow con sus «fastidiosos» últimos ensayos, en los que el escritor superó al tema. Si yo no supiera, me permitiría detectar inseguridad aquí.
O puede ser que todo lo que quería decir en forma de no ficción salió con su autobiografía de 2012, ‘Country Girl’. En el libro, el orgullo de su desafío a quienes trataron de contenerla — sus padres, la iglesia, el cónyuge — compite con el remordimiento por su lentitud para actuar. La presiono para saber qué es lo que más resiente.
«Desearía que, en mis primeros años de vida, me hubiera defendido más», confiesa, «pero considerando todo, fui muy valiente. Tú sabes, si comienzas con un inicio bastante aterrador, tienes muchas desventajas. Yo diría que, en lo que respecta a mi ser interior, soy más feliz ahora que nunca, aunque por supuesto estoy consciente de la muerte, la decadencia y la decrepitud. Estoy llena de oscuridad, pero también estoy llena de luz. ¿Sabes a qué me refiero?».
Sí. Todos sus lectores lo saben.
Memoria y lenguaje — esos preciosos recursos de un escritor — fluyen mientras pido un café. «Yo creía que el hombre mortal y Jesucristo se superponían», dice, recordando su juventud. «Quería amor sensual y sensibilidad espiritual. Bueno, sabes qué, no siempre se puede tener ambos».
«Eres joven, ya ves», dice ella, conforme pago la cuenta. «Eres feliz y tienes una vida original».
Vida Original podría haber servido como título de sus memorias. Sus novelas son audaces, pero no tan audaces como su propia historia. En literatura, los personajes que escapan de un inicio poco prometedor y se labran sus propios caminos en el mundo suelen ser hombres: David Copperfield, Julien Sorel, Augie March. O’Brien no sólo invirtió esta tradición con ‘Las chicas del campo’ y los libros posteriores, sino que vivió esa inversión. El resultado parece ser una mujer enamorada de la libertad que ha ganado y consciente de lo que le ha costado; pero luego la vida, como ella dice de la literatura en su correo electrónico, «requiere niveles de complejidad».