El texto es inteligente, sensible y con la capacidad de exponerse en distintas dimensiones, permitiendo la construcción de una lectura en diversas capas, con lugares indeterminados y otros re significados, de tal modo que –fiel a lo que parece ser su perspectiva- abre diversos ámbitos de reflexión y desarrollo, hablamos de una dramaturgia que nunca clausura y siempre invita a nuevas interpretaciones.
A menudo he afirmado que en la tragedia y la comedia antiguas se encuentra –al menos en cierto sentido- todo el teatro y que, después, solo hubo variaciones de ese viejo arte; no en vano, una larga, extensísima, tradición re/escritural ha dado fe de ella en su forma más evidente. La intertextualidad es un fenómeno tan profundo, que parece imposible hablar de arte, sin tenerlo en cuenta.
Tebas Land (su nombre ya lo evidencia), retoza en esa lógica intertextual, vinculándose a una amplia red de relaciones dramatúrgicas, escénicas, literaria, etc. Del mismo modo, la obra juega con la autoficción: Sergio Blanco (el autor) se pone a sí mismo como protagonista y vuelve sobre otro de los grandes temas del arte: reflexionar sobre la propia disciplina a través de la construcción de la misma. En una suerte de puesta en abismo constante, Tebas Land cuenta como el dramaturgo crea una obra en torno a un crimen, un parricidio que la acción dramática vincula al parricidio más prestigioso de occidente, por supuesto, el de Layo a manos de Edipo.
El texto es inteligente, sensible y con la capacidad de exponerse en distintas dimensiones, permitiendo la construcción de una lectura en diversas capas, con lugares indeterminados y otros re significados, de tal modo que –fiel a lo que parece ser su perspectiva- abre diversos ámbitos de reflexión y desarrollo, hablamos de una dramaturgia que nunca clausura y siempre invita a nuevas interpretaciones.
Las actuaciones de Freddy Araya y Lucas Balmaceda se articulan desde esa misma lógica, desarrollando potencialidades en torno a la reflexión de los personajes y no sellándolos. Con naturalidad, brillantez y hasta cierto desparpajo, Freddy Araya entrega una interpretación equilibrada, esto, en el sentido que sabe dar diversas intenciones, matices y emociones a su personaje. Según la situación, los estados en que su personaje se encuentra y las reflexiones que articula en sus palabras, vemos el viaje que Freddy Araya construye en escena.
Hablamos de un actor que ha ido desarrollando una particularidad en su trabajo y técnica, una sutileza que se alcanza difícilmente y que regala generosamente en escena.
Lucas Balmaceda, contra lo que podría pensarse (es un actor joven, al lado de Araya que tiene mucha fuerza escénica) está a la altura. También construye a sus personajes (interpreta más de uno) con enorme sensibilidad, sus movimientos, su voz, sus expresiones, configuran una interpretación bien trabajada y que permite ingresar en lo que sus personajes comunica, asienta y expone, nunca de modo grueso, siempre sutil. Es cierto que no hay grandes distinciones entre uno y otro de los caracteres que interpreta, pero –me parece- esto no es un error, sino una propuesta direccional, es decir, precisamente en la lógica de la autoficción, no hay una búsqueda de “engañar” al público en un sentido realista, sino más bien de borrar las fronteras entre la ficción y (no la realidad) sino la construcción de la ficción.
El diseño de Andrea Contreras, aunque funcional, tal vez sea el punto menos lucido de este trabajo. No resulta especialmente comunicante en la puesta en escena, ni simbólicamente ni en términos de uso para las acciones. Cumple con sustentar las acciones de los personajes de un modo neutro y con poca integración al resto de la escena, se entiende que la propuesta es austera, pero no se comprende la (aparente, tal vez, toda crítica es una opinión) falta de relación con el resto del montaje.
Lucía de la Maza ha hecho un trabajo certero en el montaje de esta obra. Por una parte, ha optado por mantener el texto casi completamente fiel al original, lo que se agradece, dado que se trata de una gran dramaturgia, en segundo término, ha tomado la inteligente decisión de utilizar los recursos teatrales con mesura y austeridad, centrándose en las actuaciones, los textos, organizando la escenificación en virtud de aquello que los personajes hacen y dicen, por sobre efectos que podrían contaminar la historia, porque sí, esta obra cuenta (varias) historias, en torno al parricidio, nuestra relación con lo humano, el arte, el amor. Desde este punto de vista, la inteligencia escénica de Lucía de la Maza es profunda, cuidadosa y bien estructurada.
Tebas Land es una obra que se organiza a base de diálogos notables, con actuaciones muy competentes y una dirección austera y compleja, un trabajo que vale la pena visitar y pensar.
Obra «Tebas Land»
Hasta el 26 deAgosto. Miércoles a Sábado – 20.30 h
Sala N1 (edificio B, piso 2) Centro GAM, Av. Libertador Bernardo O’Higgins 227. Metro Universidad Católica.
Precios: $ 6.000 Gral. $ 3.000 Est. y 3ed.