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“Cadáver exquisito” de Malú Urriola: la soledad de una escritura liberada Crítica de libros

“Cadáver exquisito” de Malú Urriola: la soledad de una escritura liberada

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“He de partir/ no más inercia bajo el sol/ no más sangre anonadada/
no más fila para morir”, Alejandra Pizarnik.

Galardonada el 2006 con el Premio Pablo Neruda, la destacada poeta, guionista y dramaturga chilena Malú Urriola nos sorprende con “Cadáver exquisito” (editorial Cuarto Propio, 2017), un poemario que obtuvo la Beca de Creación del Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura en 2014, y que continúa la senda que comenzó en 1988 con su original “Piedras rodantes”.

La poesía de Malú Urriola (Santiago, 1967) es una poesía del límite. La subjetividad que diluye el ejercicio claustrofóbico de una lengua dominante. De cierta forma, su escritura pone en tensión los límites de la representación que comúnmente determina los límites de la realidad. Casi como una casa que abre puertas y ventanas. Entonces, liberar el lenguaje es también liberar una realidad que agonística y sensual fluye incierta, explota, se expande por todos lados.

Una escritura lúdica que en su despliegue difumina los puntos de referencia en el cotidiano, entre la vastedad y el vacío, en una aparente levedad que envuelve y disloca las estructuras culturales y heteronormativas de la sociedad capitalista.

“Estoy escribiendo un libro que parece ser. Que comienza a emanar como un río, una nueva rama de una planta creciendo imperceptiblemente en tu casa, la hoja de un árbol cayendo, un cadáver en una bandeja de la morgue, una bolsa que flota en el vacío” (pág. 11).

“Todo es un ir y venir atolondrado, / una pérdida de tiempo larvario, / una reja sin ríos, / una ausencia marejada, / una niebla sin camino, / una estrella / flotando / dentro de una ampolleta” (pág. 9).

Escritora Malú Urriola

Urriola experimenta con el lenguaje, juega con él, porque está advertida que la vida y la muerte son ciclos insondables y que el tiempo humano no es más que el invento cultural que confisca todo lo que nombra. Tempus fugit. Vita brevis. Arte longis. Entonces el lenguaje se vuelve para ella un constructor tanto como un destructor, una verdadera torre abolida, en una dialéctica de por sí contradictoria.

“El asunto de la poesía, es un asunto del principio y del fin” (pág. 10).

“Escribir es encontrarse y perderse al mismo tiempo” (pág. 86).

“Tengo una sed de vientos que se golpean contra las costillas, los intestinos, los ojos, las tazas, los platos, la cama. La dejo irse de mí, la dejo convertirse en un punto lejano que terminará por desaparecer, como se desvanecen casi todas las cosas que alguna vez amamos y otras que jamás llegaremos a conocer. La pasión siempre ha llenado de flores mi casa. Digo pasión como se dice viento” (pág. 18).

“De día escribo para ganarme la vida y de noche para ganarme la muerte” (pág.85).

“No tuve más que un cuerpo que apostarle a la vida. / Y lo voy a perder de todos modos” (pág. 51).

Pero la escritura de Urriola no es baladí, no es pura generación espontánea, materia inorgánica. Todo lo contrario: está irremediablemente ligada al acto primero, contingente: la lectura, en la forma de referencias musicales (Juan Gabriel, Beethoven, Miles Davis), cinematográficas (Lynch), y no tan solo literarias (Melville, Carroll o Unamuno). En este sentido, escribir y leer son dos experiencias vitales, consustanciales. También políticas. En “Cadáver exquisito”, la autora arremete contra la poesía misógina, patriarcal, que celebra una libido grotesca y morbosa disfrazada de academia o falsa naturaleza.

“La poesía no es una mujercita esperando sus palmaditas en / el trasero, ni cánticos de alcohólicos vociferantes / con imágenes mendigas que no superarían a Wilms Montt, / ni versos pederastas que cantan a las minifaldas de las / muchachas, ni gritos desgarrados por un mundo que los / olvidó en un bar. / Ni por más obscenos, vanguardistas, / ni por más desnudos, performancistas, /ciertamente/ cuanto más misóginos, más siervos/ y cuanto más doctos, más dóciles” (pág. 22).

“No puedo negar que me dejó en los huesos. / Que nunca he sido más hermosa que estando a solas, / sobre este viejo colchón. / Que me son humanamente patéticas las tristezas de terno gris, / los apremios de ambulancias, / el sufrimiento vacuist del burgués, / el narciso del artista, / el negociado de la guerra, de la hambruna y de los ataúdes/ Cuando el día es fugitivo como la flor del cardo” (pág. 40).

“Como las nubes cuando se condensan en fragmentos para luego volverse el cielo mismo. Sé que tratas de atraer mi atención, pero mi atención es volátil, cualquier cosa puede distraerla, la voz de una mujer, el llanto de un niño, el relator de fútbol en la radio, el sonido del agua al golpearse contra las bases de un puente o Evans o Baker o Miles o Alice Coltrane (…) Siempre me estoy despidiendo, me sorprendo yéndome, cuando llaman quisiera cortar y regresar al silencio, que es como volver a casa” (pág. 111).

Frente al mundo y sus contradicciones (y patetismo), la soledad de Urriola (“URRIOLA sola”) desplegada en este nuevo libro, cuyo título pareciera reírse de las obligaciones y urgencias de la juventud ya pasada, desapasionado sin duda de las promesas de un futuro imposible, es un espacio íntimo, profundo, en el cual se balancea, cual equilibrista nocturno, la ironía y el desacato, la fuga y el deseo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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