En la visión intelectual que propone Vargas Llosa, la función de la literatura no es entretener sino despertar la conciencia acerca de las deficiencias y precariedades de la realidad existencial que nos toca vivir y, por esa vía, suscitar el espíritu crítico en los lectores.
El último libro de Mario Vargas Llosa, “Conversación en Princeton”, recoge de manera clara, ilustrativa, intensa y entretenida los diálogos que mantuvo el Premio Nobel peruano en esa universidad estadounidense con un grupo de estudiante, en el marco del curso Literatura y Política que impartió durante un semestre en 2015. En estas conversaciones juega un papel articulador el académico Rubén Gallo, que actúa como conductor, facilitador y fuente de información que da contexto, interroga y motiva a los participantes a expresar sus opiniones.
Vargas Llosa se desempeña en estos encuentros con eximia soltura, pasando de manera muy fluida de una materia a otra y entregando posiciones claras y bien razonadas sobre la gran diversidad de temas que nutren este libro. Si bien el curso está centrado en el análisis de algunas obras del escritor (Conversación en la catedral, La historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El pez en el agua y La fiesta del Chivo), el texto tiene un primer capítulo sobre crítica literaria, o más bien teorías literarias, en el cual Vargas Llosa expone diversas posiciones sobre la novela y la narrativa en general, resaltando la que él considera más adecuada y pertinente.
También hay un interesante capítulo sobre Periodismo y Literatura, en el cual se discute acerca de los límites de ambas disciplinas, sus complementariedades y los ámbitos propios que definen cada uno de esos espacios creativos. Mientras el periodismo ha de atenerse a la realidad y comprometerse con la búsqueda y exposición de la verdad, la literatura no puede llegar nunca a ser plenamente realista porque el escritor, aunque se proponga transmitir una cierta realidad, siempre agrega una dosis de imaginación que apunta a construir un mundo acabado, perfecto acaso, como nunca se encuentra en la viva concreta de las gentes. La pretensión del realismo en literatura se topa además con el hecho que la realidad es demasiado compleja, inabarcable, inefable, infinita, lo que hace imposible que el escritor sea capaz de abordarla con exhaustividad en su labor creativa.
Así, en la visión intelectual que propone Vargas Llosa, la función de la literatura no es entretener sino despertar la conciencia acerca de las deficiencias y precariedades de la realidad existencial que nos toca vivir y, por esa vía, suscitar el espíritu crítico en los lectores. La buena literatura, los clásicos de cada tiempo, aquellas obras que resisten airosas y sin detrimento el paso de los años y de los siglos, no dejan al lector en la misma situación que vivía con anterioridad a su lectura, sino que le agregan algo; nuevas miradas, criterios, herramientas de análisis, ánimo crítico para desenvolverse en su vida cotidiana y forjar posiciones propias sobre las realidades que le toca enfrentar. La literatura, en este sentido, es profundamente formativa y debiera tener en la sociedad un lugar de verdadero privilegio.
En estas disquisiciones también se alude al fenómeno bastante extendido de la banalización del periodismo, de la crónica roja, del amarillismo, de la farándula, de esa forma de entender la labor periodística sólo como entretenimiento y espectáculo.
Por otro lado, en el análisis de las obras seleccionadas para este curso, el autor se detiene a revisar la historia de cada una de las novelas mencionadas, las motivaciones que tuvo al escribirlas, las influencias de otros autores que reconoce en ellas, los temas seleccionados, las estructuras literarias internas de cada una. Es interesante comprobar cómo los temas de una novela o bien los personajes o incluso determinadas situaciones que forman parte de su entramado, a veces determinan la estructura narrativa que finalmente tendrá la obra; es decir, cómo, en cierto modo, el autor, el creador, tiene por momentos simplemente que ceder al dinamismo y vitalidad de sus propias creaciones para darle a una obra literaria su forma definitiva, esa con que finalmente llegará a los lectores.
Hacia el final de este libro hay un capítulo (“La amenaza del terrorismo en el siglo XXI”) en que participa como invitado el periodista francés Philippe Lancon, uno de los sobrevivientes del ataque terrorista a la redacción de la revista Charlie Hebdo en París, el 7 de enero de 2015. Esta es una conversación altamente emocionante, no sólo por el relato vívido de cómo transcurrió la masacre a sangre fría de los miembros de esa revista, sino porque Lancon hace una defensa honesta y verdadera de la libertad de expresión, como también de la gran tradición que tiene Francia en esta materia y en el desarrollo de un periodismo crítico, agudo, sarcástico, irreverente, humorístico, en fin, nunca servil ante ningún poder establecido. Vargas Llosa se suma a este planteamiento resaltando la relevancia de la libertad de expresión en el sostenimiento y profundización de la democracia. Al respecto dice: “No hay duda de que tenemos que defender la civilización contra la barbarie. Pero es muy importante que nuestra defensa de la civilización no atente contra los logros de la democracia, porque entonces estaríamos contribuyendo inconscientemente a la destrucción de la civilización que anhelan los terroristas”. También agrega que “… en una democracia todos tenemos el derecho de ser distintos de los demás en nuestros usos, creencias y costumbres. Y esta manera civilizada de convivir a pesar de las diferencias es precisamente lo que los fanáticos quieren destruir”.
Todo el contenido de este libro es aleccionador. La parte teórica enseña visiones sobre el papel de la literatura en la sociedad y sobre las teorías que explican la situación de la novela en la cultura. Las conversaciones en torno del periodismo ilustran y dan pistas acerca de distintos géneros que se pueden distinguir en este ámbito. Los diálogos sobre las novelas seleccionadas entregan valiosas pistas sobre el trabajo creativo, la faena literaria, los contextos históricos, sociales y culturales en que ellas se gestaron y vieron la luz; dejando verdaderos testimonios de un tiempo, de una época.
Finalmente, las disquisiciones sobre la libertad de expresión y la democracia dan un adecuado marco en el que puede desenvolverse un trabajo creativo, literario, artístico en el contexto de un verdadero compromiso con la cultura en la sociedad.
Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega