En esta obra, se entreveran momentos de crisis de la historia de Chile, épocas de grandes y dramáticos desencuentros, fracturas profundas de la convivencia nacional, momentos en que la odiosidad, la intolerancia y el sectarismo terminaron por resquebrajar la vida en común y poner en entredicho las instituciones fundamentales. El relato alude a conflictos tan devastadores como fueron la revolución de 1891 y, por cierto, el golpe de Estado de 1973 y el prolongado régimen dictatorial que lo sucedió, como hechos históricos que no sólo han marcado el devenir histórico de la sociedad, sino también convulsionaron las trayectorias vitales de diversas generaciones de una familia.
Esta obra de Eduardo Trabucco, “Sangre mía”, su cuarta entrega narrativa, es una novela que indaga en los pliegues más arcanos de la historia no contada. Una intriga que se adentra en traumas no resueltos de la sociedad chilena, como también de los protagonistas, de sus biografías y de sus estirpes.
El relato va dando cuenta paulatina y atractiva de infidelidades, traiciones, crímenes, apariencias sociales, decorados como de cartón piedra de familias perfectamente convencionales, respetables e imitables. Es una peripecia de vicisitudes de todo orden, en la que la política, también la guerra, las pasiones, el sexo, el amor, el compromiso con ideales superiores, muestra de manera a veces fascinante, otras veces desalentadora, cómo se ha ido construyendo en nuestro país una especie de ethos de lo que se denomina clase media, y que pretende ser la categoría sociológica a la que todos aspiran a pertenecer; los muy ricos con la secreta ambición de domesticar sus complejos y tranquilizar sus consciencias, mientras los menos favorecidos en un arranque a veces enfermizo de arribismo que consiga el efecto de esconder sus inmensas precariedades sociales y materiales. Queda a salvo, en todo caso, en relación con la idea de la clase media, el factor educacional, que no tiene que ver necesariamente con la disponibilidad de recursos económicos, y que sin duda es un valor en sí mismo. Hablamos de una clase media cultivada, poseedora de un cierto refinamiento, que maneja códigos culturales básicos y le asigna verdadero valor a la cultura, que está al tanto del avance del conocimiento, de las humanidades, de las tendencias mundiales más relevantes en materia de valores. Una idea que ha alimentado en Chile un cierto orgullo casi tribal, atávico, y que ha servido para disfrazar o maquillar una pretendida meritocracia que en realidad, en esta sociedad nuestra, no existe, por mucho que los dirigentes la pregonen livianamente en todos los registros.
En esta obra, además, se entreveran momentos de crisis de la historia de Chile, épocas de grandes y dramáticos desencuentros, fracturas profundas de la convivencia nacional, momentos en que la odiosidad, la intolerancia y el sectarismo terminaron por resquebrajar la vida en común y poner en entredicho las instituciones fundamentales. El relato alude a conflictos tan devastadores como fueron la revolución de 1891 y, por cierto, el golpe de Estado de 1973 y el prolongado régimen dictatorial que lo sucedió, como hechos históricos que no sólo han marcado el devenir histórico de la sociedad, sino también convulsionaron las trayectorias vitales de diversas generaciones de una familia.
Se trata de los Pizarro, linaje de militares y profesionales liberales, tributarios ellos mismos de los hechos dramáticos de 1891 y de 1973. Este linaje de los Pizarro conoció en el pasado hechos oscuros de los que no se habla, pero que quedaron registrados en la memoria y en relatos literarios escritos en décadas pasadas por algunos ascendientes del protagonista, Leonardo, quien se embarca en la tarea de indagar sobre la historia de su familia cuando se enfrenta a la circunstancia inesperada de ser, sin saberlo, padre de un hijo desconocido. Su aliado y colaborador en este empeño es su tío paterno Francisco Pizarro Avilés, militar ya retirado que ocupó cargos diplomáticos en la época del gobierno pinochetista y que incluso se precia de haber sido un amigo cercano del dictador. Francisco une a su vocación por las armas, originada en su admiración por sus tíos paternos, un no menos intenso amor por el arte, por la pintura, la escultura, la poesía, el teatro, la música. Él mismo es escultor y pintor. Es un personaje complejo, en algunos aspectos de un refinamiento poco frecuente, mientras que en otros se muestra como una persona tosca, gobernada por instintos básicos y portadora de una visión bastante elemental de las cosas y del mundo. En cierto modo es un soñador, un romántico, un apasionado irreductible. Sin embargo, también tiene un sentido natural de la justicia, de la ecuanimidad, de la decencia, podría decirse, a veces en abierta confrontación con el líder del país, en esos años más bien oscuros de la ambiciosa empresa restauradora iniciada por los militares.
Leonardo emprende una indagación complicada que lo conducirá por territorios no explorados de su linaje y encontrará hechos oscuros, callados, vergonzantes que en medida importante explican los derroteros por los que ha transcurrido su existencia. Los episodios de la revolución balmacedista también marcaron a esta familia, que vio enfrentados a varios de sus integrantes entre las fuerzas leales al Presidente y los que se alinearon con la Armada desafiando la autoridad presidencial. La investigación que emprende Leonardo avanza llena de sorpresas, de hallazgos desconcertante, de situaciones que más valdría dejar definitivamente olvidadas en la noche del tiempo. Pero su tenacidad detectivesca lo impulsa a continuar con su empeño para saber pormenores de su linaje, para despejar todas las dudas, para enfrentar el futuro suyo y de sus propios descendientes con la verdad, con la frente limpia y digna que sólo puede proporcionar la luz que de la verdad.
Uno de los ejes de esta investigación llevada adelante por el protagonista son los libros que escribió en los años ‘30 del siglo XX su tío abuelo Caupolicán, marino, hombre justo, un poco atormentado por lo que sabía sobre la familia, que al retirarse del servicio activo se fue al norte acicateado por su hermano médico, Lautaro, el único civil de los Pizarro Ríos. Caupolicán dejó dos libros escritos conocidos, una novela y unas memorias. Pero también dejó un texto prohibido, peligroso, luciferino, al que finalmente Leonardo accede por Mailen, la empleada de Francisco, quien lo se lo proporciona, junto con una crítica literaria publicada en El Mercurio por el legendario columnista Alone. Estos dos escritos son reveladores de cosas inauditas, insospechadas, impresionantes. Son eslabones necesarios en la reconstrucción de las peripecias de un linaje, pero que se apartan diametralmente del buen vivir y de la aceptada convencionalidad de una familia de clase media. Tienen ribetes trágicos, en cierto modo parangonables con personajes shakespearianos e incluso con figuras dramáticas de la antigüedad clásica. Hay algo de fatalidad en esta familia, un sino que se empecina con terquedad en manifestarse a través de las generaciones, dejando una estela de irracionalidad, de vergüenza, de olvido. Es una fatalidad semejante a la que orlaba la mente de los trágicos antiguos y también de algunos clásicos de la novela dieciochesca. Todas estas situaciones van apareciendo y se van entremezclando en un Chile distinto, en un país más aséptico, más volcado a los resultados, a las dinámicas de la economía y de la productividad, a las impersonales promesas y deleites del dinero, que a la vida más sencilla de familia que se dada en décadas pasadas.
El narrador de esta obra dosifica con prudencia, con medida, con estudiada curiosidad, la entrega de los descubrimientos que van desconcertando al protagonista de esta historia. Hay un juego constante entre el presente y el pasado, con intercalaciones de este en la trama de la escena actual, en el país de hoy, en los intrincados avatares que enfrentan los personajes en la actualidad. En cierto modo, puede detectarse en esta estructura narrativa una especie de meditación acerca del tiempo y de su transcurso sin pausa, inexorable; a veces lineal, a veces cíclico, pero siempre ineluctable, inaprehensible y trágico. De hecho, Francisco, el tío informante, el militar artista, el enamorado impenitente, en algunas ocasiones se aventura a expresar sus propias ideas sobre el tiempo, sobre el transcurso de la vida, sobre la cadenciosa evolución de las cosas. Tributario en esto, como en otros aspectos, de su cosmovisión masónica.
Leonardo, por su parte, en su búsqueda entre periodística y policiaca, va dejando trazas del malestar y la incomodidad que lo embargan, de cómo observa que sus antiguos camaradas de izquierda se han ido acomodando a un sistema de mercado en el cual todo se compra o se consigue con dinero. Su mirada de las cosas muestra su decepción, su desilusión con el decurso de los hechos históricos y la situación a que ha llegado el socialismo, esa idea que alimentó en los años sesenta la imaginación y las ilusiones de millones de personas, de jóvenes que veían en ese modelo la promesa de una sociedad mejor, donde imperaría el humanismo, la dignidad de las personas, la justicia, la solidaridad. Nada de eso queda en pie en el país actual, hoy han cobrado vigencia otras consideraciones mucho más individualistas que las que nutrieron la vida colectiva en décadas pasadas. Es, sin duda, la herencia quizá más duradera y deletérea del largo período de excepción en que estuvo sumido el país, porque tocó y afectó de manera prácticamente incontrarrestable la fibra espiritual más íntima de la nación. Este sentimiento de Leonardo se detecta en distintos momentos del relato, es algo intenso, persistente, es una sensación entre nostálgica de un tiempo irremediablemente ido y también de hondo desaliento por un presente hostil, duro, poco amigable, sin muchas cosas estimulantes.
También el texto toca la relación bastante compleja, traumática, tampoco resuelta, entre las capas medias de la sociedad y los mapuches, ese pueblo orgulloso que no se doblega ante el ímpetu civilizatorio que lo ha confinado al atraso y el escaso desarrollo. La mirada de la clase media que protagoniza esta obra hacia este pueblo, tiene mucho de racista, de clasista, de negacionista de una realidad incluso genealógica, que de alguna manera se infiltra por los intersticios más recónditos de la sociedad chilena, de las familias, de los linajes.
Mailen, la empleada de la casona familiar que en su retiro habita el tío Francisco y su mujer Inés, es una orgullosa representante de esa etnia, pero también ella misma está entreverada con lo más íntimo de la familia protagonista debido a inconfesables episodios pretéritos. Ella es también la cancerbera de los secretos de familia más ocultos, los que por generaciones se han mantenido en el subterráneo o simplemente se han negado. Hay en este personaje, en esta mujer dechada de abnegación y lealtad, al parecer, una posición identificable del autor de la obra sobre la situación que vive hoy el pueblo mapuche, y de la difícil relación que la sociedad chilena ha tenido con él a través de la historia; una relación básicamente de dominación y de no reconocimiento de una cultura, de una visión del mundo, de una cosmovisión que brega por sobrevivir en medio de masivas influencias foráneas.
Todo el relato de esta novela, arranca de la toma de consciencia de Leonardo de la posibilidad cierta de la existencia de un hijo suyo desconocido, un medio hermano de Alejandra, su hija, hasta ahora ignorado, producto de un antiguo amor. La indagatoria que lo lleva por este derrotero lo vincula con lo más llamativo y preponderante del país actual; el mundo de las empresas, de los empresarios, del emprendimiento, del éxito económico y social, de la riqueza, de la seducción irresistible del dinero. Un mundo lleno de sugestiones pero divorciado de lo espiritual, de la cultura, del humanismo, de la educación entendida como formación de personas y no como adiestramiento para aceitar los engranajes de la economía, que son las claves que permiten inteligir el desarrollo de esa legendaria clase media a que él pertenece. Una sociedad que se ha volcado de manera acrítica y escasamente reflexiva al emprendimiento, y ha terminado desdeñando la capacidad de desprendimiento, la generosidad, la solidaridad, el reconocimiento del otro en su dignidad; dando lugar a un escenario social frío, sin relieves, aversivo a las cosas comunes, que empuja a las personas al individualismo, a la soledad, al vacío.
Esta novela de Eduardo Trabucco está estructurada con un desarrollo atractivo, dinámico, interesante, entretenido, que hace de su lectura una experiencia grata, fluida y valiosa. A ello agrega el aludir, en algunos casos, a temas y problemas largamente postergados en la sociedad chilena, como también exponer una visión para nada complaciente de la trama social en que se desenvuelve actualmente nuestra vida colectiva. El desenlace, sólo insinuado, sugerido, deja como dando vueltas en la mente los conflictos, las experiencias y las intensas interrogaciones que, en su hora, angustiaron al protagonista.
Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega. Comunicador Social. Abogado.