En la siguiente entrevista, el destacado siquiatra chileno desmenuza la educación global actual, analiza el modelo chileno y propone cambios para que deje de estar al servicio del statu quo. «Decimos que hemos progresado científicamente, pero éticamente hemos degenerado», asegura. «Para que una persona se sienta bien, tiene que estar en relaciones sanas. Los que tienen mucho dinero no lo saben, porque el dinero es la adicción más terrible, peor que la cocaína o la heroína. Hace que la gente se sienta satisfecha y se les endurece el corazón».
El siquiatra Claudio Naranjo (Valparaíso, 1932) es uno de los más destacados participantes del Congreso del Futuro, el evento que reunirá a conocidos científicos y especialistas a partir del próximo 15 de enero.
Aunque se interesa en una variedad de temas, una de sus mayores preocupaciones es la educación, que según él actualmente, no sólo en Chile, sino a nivel planetario, es funcional al statu quo al formar, tal como en el siglo XIX, gente obediente para el mercado laboral.
También es uno de los principales exponentes de la sicología transpersonal, la cual define como una corriente que reflexiona sobre el espíritu, con un interés en las diversas religiones y sus maneras de pensar, e interesada en un proceso de transformación del hombre para que deje de ser una larva que sólo piensa en comer y se convierta en una mariposa que alegre la vida, según una metáfora que cita él mismo.
En el Congreso del Futuro, Naranjo será parte de la charla «La política de la consciencia», el 16 de enero, a las 10:25, en el Teatro San Ginés (Mallinkrodt 76, Barrio Bellvista), en una época de grandes y veloces cambios tecnológicos.
«La conciencia es nuestra última esperanza. La humanidad podría ser un gran organismo que funciona como un todo, con una función colectiva, como las neuronas del cerebro», pero para resolver los problemas, tal como ellas, es necesario que se comuniquen.
Todo en un mundo donde hay una «retórica de la democracia», pero no un mundo verdaderamente humano en las relaciones de unos con otros.
«Decimos que hemos progresado científicamente, pero éticamente hemos degenerado», sentencia. «Para que una persona se sienta bien, tiene que estar en relaciones sanas. Los que tienen mucho dinero no lo saben, porque el dinero es la adicción más terrible, peor que la cocaína o la heroína. Hace que la gente se sienta satisfecha y se les endurece el corazón».
-Usted ha sido muy crítico con la educación actual, no sólo de Chile, sino del mundo. ¿Sigue con su diagnóstico?
-Yo digo que la educación es el socio invisible del complejo industrial militar y financiero. Sirve para transmitir una mentalidad que yo llamo «patriarcal» para crear gente obediente, supuestamente moral, pero con un tipo de moralidad que produce lo contrario, más criminalidad que virtud. Una moral autoritaria represiva.
-Hay algunos modelos educativos alternativos, como los Waldorf y Montessori. ¿Van en esa misma dirección o son realmente diferentes?
-Yo propongo una educación que va incluso más allá que esas corrientes. Esas corrientes son bien intencionadas y tienen sus virtudes, pero mi crítica va a lo que es la educación de las mayorías. Waldorf y Montessori sirven a unas minorías, ¿pero qué pasa con la educación de la masa, de los países? La educación no sirve al desarrollo humano, no se propone desarrollar a la gente como gente, sino sólo darle informaciones. Sirve a que uno sirva para un trabajo, para que uno pase pruebas, pase exámenes, para que habiendo tenido buenas notas tenga posibilidad de entrar a un trabajo, pero debería ser para formar seres humanos.
-¿Podríamos decir que la que tenemos es la misma educación del siglo XIX, aunque estamos en el siglo XXI?
-Claro que sí, es la más retrógrada de todas las instituciones. Muchas instituciones cambian, pero la educación, no. Creo que no cambia porque está haciendo muy bien lo que se propone secretamente, que es que se mantenga el statu quo.
-Sobre el futuro, ¿es optimista o pesimista? ¿Cree que esto puede cambiar en algún momento, y qué sería necesario para que eso ocurra?
-No sé si va a cambiar la educación institucional, si van a cambiar los ministerios y sus directivas, si va a cambiar el poder transnacional. Puede ser que la educación instituida no cambie, que sea demasiado difícil cambiarla. Pero en ese caso la comunidad instituirá una educación más a la medida de lo que necesita la gente. Así como la gente ya no va a la iglesia como hace un siglo, la gente ya no irá a las escuelas.
-Es decir, en última instancia es responsabilidad de nosotros, del pueblo, de la sociedad.
-Creo que el pueblo va a tener que asumir muchas funciones que los gobiernos o el poder no asumen, o asumen falsamente.
-En Chile se habla mucho del modelo de Finlandia. ¿Es algo diferente o parte de lo mismo?
-Creo que es mejor. Hay más atención a los seres humanos, pero no lo conozco detalladamente. En general en los países nórdicos más cuidado. La educación del resto del mundo exige mucho, pero cuida poco. Mucho paternaje y poco maternaje, como si no fuera importante para las personas recibir cuidado y amor. En Suecia la política está muy orientada hacia ese cuidado, se considera una buena inversión, que da muchos frutos cuidar a los jóvenes, cuidar a las madres para que los niños reciban buena atención materna, por ejemplo, al no tener que volver al trabajo tan pronto.
-¿Cómo se imagina una escuela ideal? ¿Que los niños vayan media jornada, que haya 10 en un aula?
-Sería una educación probablemente más corta de lo que es actualmente. Hoy la educación soluciona el problema de los padres que no pueden darle atención a los hijos porque tienen que estar trabajando. El sistema lo ha dispuesto de esa manera, para que alguien más se haga cargo de los hijos. Es como si le tomara la economía los hijos a los padres y les impidiera lo que tienen naturalmente como los así llamados primitivos, que aprenden dentro de la comunidad y la familia todas las cosas importantes.
-¿Qué diagnóstico hace sobre la educación chilena? ¿Ha hecho progresos?
-La encuentro tan ciega como en el resto del mundo. No es un tema chileno, es un tema mundial, de usar la educación para lavarle el cerebro a los jóvenes para que después tengamos una fuerza de trabajo obediente, que no haga muchas preguntas ni piense por sí misma, que no tenga necesidades personales, que se adapte.
-¿Cómo ve el aporte del movimiento estudiantil, con el tema de la gratuidad y la mejora de la calidad?
-Me parece muy justa y valiente la reacción estudiantil, porque me parece un crimen esto de querer endeudar a los jóvenes por estudiar. Eso no ocurre en Finlandia ni tampoco en México, donde la educación ha sido gratuita desde hace mucho tiempo. También lo era en Chile, yo no pagué nada por estudiar en la Escuela de Medicina. Ahora a los estudiantes se los tiene casi en una situación de esclavitud, porque a través de la deuda están en manos del poder.
-¿Cómo fue su propia experiencia educativa? Porque uno podría decir, siendo abogado del diablo, que usted ha llegado a este diagnóstico sobre la educación gracias a su propia educación.
-Yo perdí mucho tiempo con la educación. Me pasé la infancia caminando en círculos en un patio de cemento, siempre castigado por hacer pequeñas maldades como hablar en castellano en un colegio inglés.
-¿Qué recuerdos tiene de su infancia como escolar?
-Una pérdida de tiempo. Siempre aprendí más rápido leyendo los libros que me gustaban u oyendo cosas interesantes. Fui a un colegio inglés, el Mackay de Viña del Mar. Lo más interesante de mis años allí fue cuando invitaron a un profesor norteamericano que seguía la línea de (John) Dewey, de una educación diferente. No nos dijo nada, no nos enseñó nada. Nos llevó a un patio, hizo una plataforma de madera y sobre ella un mapa de América del Sur con greda, con todas las montañas y los ríos. Demoró unos quince días. A partir de esa experiencia, me gustó la geografía para siempre y me sentí bien, cuando en el resto de las clases me sentía mal. Había un clima siempre imperativo, donde uno siempre podía hacerlo bien o podía hacerlo mal. Ese clima sobra en la educación, es una exigencia peligrosa. Uno debe tener tranquilidad para crecer y desarrollarse, que es lo que uno le da a un bebé. Pero cuando los niños entran al colegio ya no existe ese espíritu materno que debiera acompañar la educación en una proporción equilibrada.
-¿Cómo surgió esa inquietud suya por la educación? Porque usted es médico.
-Yo me interesé, no tanto en la educación como en el mundo, en las patologías sociales, en el mal de la sociedad, y de allí me interesé más y más en la civilización, en su historia y en la idea de que la civilización es resultado de un trauma antiguo en que estamos pegados, tal como los individuos se quedan pegados en un trauma infantil. Y la reacción al trauma es más problema que el trauma original, como las alergias y el exceso de defensas. Me fui volviendo un especialista en la crítica social de la civilización misma y la idea de que la crisis que atravesamos ahora, global y multifacética, no es algo nuevo, sino la obsolescencia misma del sistema que construimos hace miles de años, que yo llamo el sistema patriarcal, del dominio a través de la amenaza y la autoridad violenta, una sociedad guerrera y policial, que creo que es un gran problema del mundo. Estamos en una mentalidad que engendra violencia, y aunque nos llamemos la civilización cristiana y occidental, hemos fracasado en ser una civilización amorosa, de solidaridad. Creo que por eso se está viniendo abajo el mundo, por la falta de solidaridad, de resonancia cognitiva en común. Si no hay en la colectividad eso, nadie se opone al poder. No digo que el poder sea de malas personas, sino que es del lucro mismo y el dinero, y el dinero sólo quiere más dinero. Ya no hay política en el buen sentido de la palabra, lo que hay es una economía de mercado para los de abajo y un poco diferente para los de arriba.
-Cuando habla de un trauma original, ¿a cuál se refiere?
-Los teóricos hablan del hambre que se produjo después de que nos hicimos sedentarios, después de algunos milenios del llamado Neolítico, cuando hubo una sociedad agrícola. Después de algunos siglos se volvió a calentar la Tierra, lo mismo que está pasando ahora. El calentamiento de la Tierra llevó a grandes migraciones. No cabía la gente en ese enclave en Medio Oriente donde surgió la escritura. Esas invasiones hicieron que la gente tuviera que sobrevivir, ya no cazando animales, sino cazándose el uno al otro. Me ha interesado mucho la idea de que somos hijos de los bárbaros y no menos bárbaros que los bárbaros, sólo que nuestro espíritu canalla lo tenemos muy tapado por los grandes ideales. Nos enaltecemos como una civilización y los bárbaros son otros. Somos una civilización muy maligna de bárbaros que tiene que darse cuenta de su naturaleza depredadora, de su espíritu poco solidario, de su deshumanización creciente. Mi interés personal empezó por arreglar el mundo. Me he interesado en muchas cosas, pero últimamente parece que tenemos un problema tan grande con el mundo que al momento de pensar en donde poner mi rendimiento, tiempo y energía gravito hacia eso. Por eso me pareció que la educación es una oportunidad. Como tanta gente pasa por la escuela.
–Nos seguimos comportando como si el alimento fuera escaso, a pesar de producir lo suficiente para alimentar a toda la humanidad.
-O lo hacemos escaso, botándolo al mar. No sé cómo estará ahora, pero hasta hace poco se hacía mucho, por razones económicas, mientras otros se están muriendo de hambre.
-En el caso de Chile, si fuera un paciente, ¿qué diagnóstico tendría? ¿Cómo ha evolucionado en el siglo XX, con la democracia, la dictadura y la transición.
-En mis tiempos juveniles, Chile era un país de grandes talentos, aunque nunca supo honrar o aprovecharlos. Los talentos chilenos se dieron a conocer más en el extranjero, como Mistral o Neruda. Yo fui muy amigo de (el escultor) Totila Albert que siempre decía cuanto Chile lo había desaprovechado. Era un país donde florecía mucho el talento. Hoy siento que se ha puesto más mediocre, más gris, más deprimido, más pasivo, más convencional. La gente no tiene un sentido en sus vidas. Hay países que han encontrado alguna especialidad. Brasil es un país creativo, trata de hacer cosas nuevas, hasta en las pequeñas cosas, como los diseños de los toilettes o que las tiendas de alimentos tienen dulcificantes para diabéticos como yo. Atienden muchas cosas en las cuales otros no se fijan. Chile eleva a sus talentos cuando ya se murieron.
-¿Qué nos queda del Chile feudal que hubo hasta los 60?
-Hay un ambiente feudal, autoritario. Pero hay que verlo en el panorama del poder transnacional. El año pasado en el Comgreso del Futuro, hubo una expositora que habló del poder de los conglomerados financieros mundiales y sin falta de transparencia. Lo que quieren esos complejos no lo sabemos ni tenemos manera de protegernos de sus voluntades.
-En Chile los suicidios entre los jóvenes se han duplicado en los últimos 20 años. ¿Cómo lo explica?
-No es de extrañar, aunque es muy lamentable. No sé cuantos ellos serán estudiantes, pero si lo son, tienen muchas razones para verse metidos en un hoyo, como la deuda de por vida. Pero además hay un ambiente carente de sentido. Para que una vida tenga sentido, uno tiene que vivir una vida verdadera. Ser un esclavo del mercado laboral a veces no es compatible con la vida verdadera. En la medida en que el sistema estruja a la gente, es como para dudar de si uno quiere seguir viviendo.