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Libro “La llamada de la tribu” de Mario Vargas Llosa Crítica de Libro

Libro “La llamada de la tribu” de Mario Vargas Llosa

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Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega
Por : Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega Abogado, Comunicador Social. Tiene estudios de postgrado en Comunicación Social, Humanidades y Filosofía. Ha sido directivo en el sector de la educación superior privada. Profesor universitario y columnista.
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La obra ofrece una verdadera galería de pensadores que conforman un cuerpo de doctrina bien decantado, en el cual la idea de libertad, en los diversas esferas en que esta se manifiesta y desenvuelve, es el elemento nuclear que inspira y articula la visión de mundo y de la organización de la sociedad que cada uno de ellos promueve.


“La llamada de la tribu” es el nombre del último libro del Mario Vargas Llosa (Editorial Alfaguara, 2018; 313 páginas), una especie de memoria o biografía intelectual de la peripecia vital que lo hizo transitar desde el socialismo, y el ethos de la izquierda, hacia el amplio y variado terreno del liberalismo. Es un proceso que le tomó varias décadas de inquietudes, reflexiones, estudio, revelaciones, descubrimientos, y que fue desencadenado por su creciente desilusión ante la realidad de las sociedades que habían adoptado aquélla concepción, como el régimen impuesto en Cuba tras la revolución, los socialismos reales instaurados en Europa central y oriental, y la realidad de la propia Unión Soviética.

La obra tiene una introducción que relata y explica con pormenores esta fascinante travesía espiritual, seguida de siete ensayos sobre los autores de la familia del liberalismo que más lo marcaron en su adopción definitiva de esta doctrina y visión del mundo. Escribe sobre Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrick von Hayek, Karl Popper, Isaiah Berlin, Raymond Aron y Jean-Francois Revel. En cada caso incorpora datos biográficos, a veces incluso vivencias personales con el respectivo autor, referencias abundantes y pertinentes sobre sus obras, una exposición serena, comprensiva y altamente ilustrativa de su pensamiento y la trayectoria vital que describieron para cristalizarlo en las ideas que profesan; y también algunas notas críticas y polémicas respecto de la visión que tiene el propio autor de este libro acerca de los temas abordados por esos pensadores.

El pensamiento de estos autores y el corpus doctrinal que ha dado forma al liberalismo son, en el planteamiento del escritor peruano, antídotos eficaces para sustraerse de ese llamado atávico de la tribu que no ha logrado domesticarse por completo, de la ancestral pulsión gregaria que anida en cada individuo, del poderoso y seductor vértigo de la manada. La idea de la libertad y la doctrina liberal aparecen en esta obra como las vías de escape de esa tentación, y por lo mismo, el horizonte intelectual propicio que permite a los individuos emanciparse, asumirse a sí mismos y enfrentar la vida desde su propia creatividad. Es la libertad, la racionalidad, el espíritu crítico encerrado en su esencia misma, la que ha permitido superar el estadio de la vieja sociedad tribal, del imperio de las fuerzas naturales, y pasar de la “sociedad cerrada” a la “sociedad abierta” (Popper), colocando al hombre en la necesidad de “… tener que decidir por sí mismo qué le conviene y qué le perjudica, cómo hacer frente a los innumerables retos de la existencia, si la sociedad funciona como debería ser o si es preciso transformarla”.

La obra ofrece una verdadera galería de pensadores que conforman un cuerpo de doctrina bien decantado, en el cual la idea de libertad, en los diversas esferas en que esta se manifiesta y desenvuelve, es el elemento nuclear que inspira y articula la visión de mundo y de la organización de la sociedad que cada uno de ellos promueve. Destaca en esta perspectiva, el contraste entre una concepción del hombre más bien signada por la resignación, los condicionamientos, las regulaciones y controles que terminan ahogando la libre expresión del individuo, frente a otra que privilegia la autonomía, la emancipación, la espontaneidad, la creatividad, el ejercicio de la capacidad ínsita en cada persona para construirse a sí misma y ser responsable de su propio destino. A pesar de la acerba crítica del autor de esta obra al pensamiento existencialista de cuño sartreano, acaso podría adivinarse en esta concepción un remoto resabio de esa particular visión del hombre propuesta por el autor del “El ser y nada”, que acuciaba a ejercer la libertad para construir una naturaleza humana digna de este nombre, de la que el hombre simplemente carecía al ser arrojado en el mundo.

En el caso del trabajo dedicado a José Ortega y Gasset, incluido en el texto pertinentemente entre los pensadores liberales, refiere con detalle el autor peruano el diagnóstico de la sociedad de su tiempo plasmado en el libro “La rebelión de las masas” (1930), así como su adelantada y penetrante visión del arte y la cultura contemporáneas (la idea de “deshumanización”), elementos por cierto atinentes para colocarlo en la cantera del liberalismo. Cabría agregar, sin embargo, esa otra idea orteguiana que plantea que “el hombre no tiene naturaleza, lo que tiene es historia” (“La historia como sistema”), pues viene a complementar y engarzar armoniosamente con la noción de responsabilidad individual, y con el desafío del hombre de construir libremente el propio destino y el de la sociedad.

En la visión de Vargas Llosa, hay que apuntar, esta expresión de la libertad también exige una organización de la sociedad que tiene como requisitos esenciales y no transables, la democracia en el plano político y la existencia de un mercado libre en el de la economía. Una concepción auténticamente liberal no puede prescindir de ninguno de estos dos factores, sin con ello incurrir abierta o solapadamente en vulneraciones de la libertad y en la construcción de regímenes opresivos y asfixiantes.

Cabe resaltar en los autores que presenta Vargas Llosa, como también en la perspectiva que de ellos ofrece, una visión del liberalismo que admite, y en algunos casos realmente exige como necesaria, una concepción ética individual y colectiva que permita el crecimiento y el desarrollo equilibrado de la sociedad y de cada uno de sus miembros, evitando la opresión de los más débiles por los ganadores en el juego de la economía. Desde luego, el propio Adam Smith, que se menciona muchas veces como el padre del liberalismo, llega a formular sus reflexiones sobre la economía y la organización de la sociedad desde la filosofía, y en forma muy especial desde la filosofía moral. Es decir, que comprende que, aún cuando tiene que haber un régimen de libertad en el plano de la economía, también es necesario que los ciudadanos tengan la educación adecuada que les permita abrazar las virtudes mínimas para participar activamente en la sociedad e incorporarse creativamente en los mecanismos de la producción y del comercio. Lo que el pensador escocés propugna es que se minimicen las regulaciones desde el Estado, que la economía pueda desenvolverse de la manera más libre y espontánea posible, sin coerciones nacidas de una aproximación colectivista, y que las personas puedan emprender y aplicar su creatividad en las actividades que soberanamente decidan realizar. Eso, sin duda está muy bien, y en cierto modo es lo que los países de Occidente han ido adoptando paulatinamente. Pero también es necesario proteger y a la vez estimular a los más desfavorecidos, mediantes mecanismos que sean eficaces pero que no distorsionen ni entrampen el funcionamiento normal de las instituciones y del mercado. O sea que la economía, en su materialización concreta en las sociedades humanas, aún cuando se inspire en teorías que exaltan la libertad, tiene también que responder y adecuarse a una mirada ética comprometida con las personas, con el bien común, con la preservación de valores colectivos.

Quizá una interpretación poco reflexiva y condicionada por el fragor de la contienda política ha llevado, en nuestro país, a algunos académicos y analistas a prescindir de este aspecto y plantear una economía de mercado libre con connotaciones casi despiadadas e inhumanas, que soslayan lo que los propios autores liberales han planteado en este ámbito, y que Vargas Llosa refiere en este libro con tanta fidelidad y elocuencia. No deja de ser llamativa, a este respecto, la prevención que hace Isaiah Berlin cuando manifiesta “… que no podía defender sin cierta angustia la irrestricta libertad económica que ‘llenó de niños las minas de carbón’”. El liberalismo aparece, visto de esta manera más reflexiva, como un planteamiento más ancho que una pura doctrina económica, en el que la ética individual y social, una de cuyas manifestaciones es la política, cobra una relevancia crucial como factores insustituibles en la organización de la sociedad y la convivencia.

Afirma el Premio Nobel peruano, sobre la libertad que debiera promoverse en una sociedad liberal: “Una libertad que es, al mismo tiempo, motor del progreso material, de la ciencia, las artes y las letras, y de la civilización que ha hecho posible al individuo soberano, con su independencia, sus derechos y sus deberes en permanente equilibrio con los de los demás, defendidos por un sistema legal que garantiza la convivencia en la diversidad. La libertad económica es una pieza maestra, pero de ningún modo la única, de la doctrina liberal”. Se desprende de estas ideas que el liberalismo, junto con encerrar una promesa de progreso, bienestar y desarrollo en la esfera material, también entraña un ideal humano de justicia, que de ninguna manera está asegurado con el solo imperio de la libertad económica y, por lo mismo, requiere para su materialización histórica otras condiciones que más bien dependen de la política, la ética, el clima de fraternidad y solidaridad que exista en la sociedad, y el compromiso y la virtud cívica de los ciudadanos.

El libro es un alegato vibrante en favor de la libertad, en sus dimensiones política, económica, social y cultural, en el cual Vargas Llosa va dejando ver y entender su propio pensamiento y aporte intelectual al liberalismo a través de la revisión metódica y crítica del de los autores reseñados. Despeja prejuicios, oblitera opiniones livianas o ligeras, y ofrece una comprensión de la idea de libertad y del liberalismo que rebasa ampliamente los límites estrechos de un determinado modelo económico, presentando una visión integral del hombre, de la organización de la sociedad, del impulso de los factores económicos, de las creaciones del espíritu humano, de las conquistas del conocimiento, la ciencia y la técnica; y de la promesa de un porvenir de progreso y desarrollo, construido a la medida del hombre, de su libertad y su dignidad.

Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega. Comunicador Social. Abogado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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