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A cien años de la muerte de Menéndez: el destronado rey de la Patagonia y responsable del genocidio selk’nam CULTURA

A cien años de la muerte de Menéndez: el destronado rey de la Patagonia y responsable del genocidio selk’nam

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Al cumplirse, el 24 de abril, el centenario de la muerte de José Menéndez, la memoria sobre el aporte al país de uno de los millonarios más poderosos de la Región de Magallanes, a cuya honra se levantaron monumentos y casas museo, ahora comienza a quedar en el olvido para abrir paso a un legado nada de glorioso que lo vincula con el exterminio del pueblo Ona. Diputado Gabriel Boric solicitó el cambio del nombre de la calle “Menéndez” y, a su vez, la senadora Carolina Goic presentó un proyecto de Ley para el reconocimiento del genocidio selk’nam.


Hace cien años, el 24 de abril de 1918, dejaba de existir en su mansión de Buenos Aires el empresario español José Menéndez, dueño de un fabuloso imperio económico en la Patagonia y Tierra del Fuego. Tenía 71 años y el fallecimiento se produjo a causa de un cáncer hepático. Había nacido en una aldea de Asturias, en el norte de España, en el seno de una familia campesina, y con solo catorce años se convirtió en uno más de los millones de emigrantes a América, imberbes candidatos a la fortuna que huían de la miseria y la desesperación. Llegó primero a la isla de Cuba, donde aprendió los rudimentos del comercio y, después de una estadía en Buenos Aires, se radicó establemente en Punta Arenas en 1875.

En aquel período Magallanes era un remota región del sur de Chile, todavía con carácter de colonia penal, que había salido adelante gracias al esfuerzo de los primeros emigrantes procedentes de Chiloé, verdaderos pioneros olvidados, que muchas veces sobrevivieron gracias al contacto con los Aónikenk que los visitaban frecuentemente para vender sus productos.

Recalada obligada de los buques que realizaban la travesía transatlántica por el estrecho de Magallanes, la ciudad empezó a crecer debido al aporte de familias enteras llegadas desde las provincias más pobres de Europa, suizos, franceses, españoles o croatas. Menéndez y un reducido grupo de negociantes locales comenzaron a prosperar dedicados al comercio, a la navegación de cabotaje y al raque de los barcos naufragados.

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Ahora bien, a finales del siglo XIX un acontecimiento va a cambiar la fisonomía de la región y transformará a este puñado de modestos tenderos en hombres inmensamente ricos. En efecto, en 1878 se produce la expansión del negocio de la ganadería ovina desde las islas Malvinas hacia la Patagonia continental y la Tierra del Fuego. Fue una operación económica teledirigida desde Gran Bretaña: las sociedades ganaderas tenían sede en Londres, los capitales eran aportados por inversionistas británicos y toda la producción de lana, sin excepción, tenía un único comprador, la poderosa industria textil de las Islas Británicas.

Se trató de una verdadera colonización económica sin precedentes, una estrategia comercial que hipotecó todo el futuro de la región patagónica, convertida a partir de entonces en una gran hacienda de propiedad particular dedicada en exclusiva a la producción lanera. José Menéndez y su yerno Moritz Braun fueron los principales beneficiados, los hombres de negocios sobre el terreno, los que aparecían como titulares de las explotaciones ganaderas, quienes conspiraban alrededor de diputados y senadores para conseguir el arrendamiento de millones de hectáreas de tierras en una época en el que las leyes chilenas y argentinas limitaban la posesión a 30.000 hectáreas por familia o empresa. ¡Menéndez en solitario llegó a ser dueño de medio millón de ovejas!

Cazador selk’nam,

Era tal el poder de estas familias que un banquero británico llegó a decir que “en unos pocos años más, uno no podrá lanzar un palo sin pegarle a un Braun o un Blanchard, un Menéndez o un Campos”. Como apuntó el escritor argentino Ernesto Maggiori, estos individuos no fueron en ningún modo excepcionales, sino que en realidad su excepcionalidad radicó en las circunstancias que se dieron en un momento temporal y en un espacio geográfico determinados. Las suculentas utilidades y beneficios que les proporcionaba el negocio lanero, el “oro blanco”, fueron reinvertidos en otros sectores: líneas de navegación, compañías eléctricas, bancos y casas de préstamo, aseguradoras, frigoríficos y cadenas de supermercados, con las que seguirán incrementando indefinidamente sus ganancias.

[cita tipo=»destaque»]Se trató de una verdadera colonización económica sin precedentes, una estrategia comercial que hipotecó todo el futuro de la región patagónica, convertida a partir de entonces en una gran hacienda de propiedad particular dedicada en exclusiva a la producción lanera. José Menéndez y su yerno Moritz Braun fueron los principales beneficiados, los hombres de negocios sobre el terreno, los que aparecían como titulares de las explotaciones ganaderas, quienes conspiraban alrededor de diputados y senadores para conseguir el arrendamiento de millones de hectáreas de tierras en una época en el que las leyes chilenas y argentinas limitaban la posesión a 30.000 hectáreas por familia o empresa. ¡Menéndez en solitario llegó a ser dueño de medio millón de ovejas![/cita]

Unas fortunas que además están manchadas de sangre indígena. La de los selk’nam, pueblo milenario de Tierra del Fuego que fue perseguido, asesinado, deportado, con la única finalidad de apoderarse de sus tierras. Fue uno de los más espantosos genocidios de la Historia contemporánea, instigado por las sociedades ganaderas, permitido por las autoridades y acelerado por unos misioneros que se convirtieron en colaboradores necesarios. Por suerte hubo supervivientes que, agrupados en comunidades originarias como la “Rafaela Ishton” de Río Grande, se muestran tremendamente orgullosos del legado cultural de sus ancestros.

Selknam en el bosque, 1910, fotografía Alberto De Agostini.

También fueron víctimas de estos codiciosos terratenientes los peones rurales, trabajadores de las estancias laneras a los que les impusieron unas terribles condiciones de trabajo; interminables jornadas de sol a sol, salarios miserables pagados en muchas ocasiones con vales que debían obligatoriamente canjear en las mismas tiendas de las sociedades ganaderas o instalaciones muy deficientes que no reunían las mínimas condiciones de higiene.

Un gobernador de Santa Cruz relataba que “los obreros dormían en número de ocho o más, en cuartuchos de cuatro por cuatro sin calefacción. Comida pésima; por lo general carne cocida con algunas cebollas. Botiquín no existía. Pagos con vales. Nadie se responsabilizaba de los accidentes de trabajo”. Cuando los jornaleros se rebelaron y proclamaron la huelga, los estancieros pidieron auxilio y el gobierno envió al ejército. Centenares de peones, la mayoría chilenos, fueron fusilados sin juicio por los militares argentinos en 1921, crímenes por los que todavía nadie ha pedido perdón.

Hoy sabemos que José Menéndez no nació con un destino especial, sino que fue un hombre ordinario, sin ningún rasgo sobresaliente, que se obsesionó por poner en pie un imperio económico llevado por un ánimo de lucro desmedido y una avaricia sin límites. Como hombre rico que era, la prensa se hizo inmediatamente eco de su fallecimiento, dedicándole laudatorias notas necrológicas. Sus aduladores le pusieron el apelativo de el “último conquistador”, “rey pastor”, “nabab del estrecho” o “rey de la Patagonia”.

En plena dictadura de Augusto Pinochet se redoblaron los homenajes en Punta Arenas gracias a las gestiones realizadas por un bisnieto, Enrique Campos Menéndez, colaborador de confianza del régimen militar. De esa época data el nombre de su calle o el busto en la Plaza de Armas. Sin embargo, y a pesar de que sus descendientes conservan intacto su poder político y económico, la memoria oficial impuesta desde arriba a los de abajo se resquebraja a pasos agigantados.

En Chile el diputado Gabriel Boric solicitó el cambio del nombre de la calle “Menéndez”. A su vez, la senadora Carolina Goic presentó un proyecto de Ley para el reconocimiento del genocidio selk’nam. En Argentina se instauró el 25 de noviembre como “Día del aborigen fueguino”, mientras que los integrantes de la Comisión por la Memoria de las Huelgas de 1921 siguen honrando cada año la memoria de los peones fusilados en Santa Cruz.

Peones rurales antes de ser fusilados, Santa Cruz, 1921. Todas las fotografías gentileza de José Luis Alonso Marchante.

En la actualidad nadie se atreve a reivindicar el envenenado legado de José Menéndez, el rey destronado de la Patagonia, y su figura, gastada por el tiempo, se desdibuja aceleradamente como la arena fina de la Historia.

José Luis Alonso Marchante. Escritor español, autor de “Menéndez, rey de la Patagonia” (Catalonia)

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