El biólogo, a punto de cumplir 90 años, sigue muy activo. Acaba de participar en V Congreso de Educación, que buscó analizar el origen del aprendizaje y cómo aprenden los estudiantes del siglo XXI. El Premio Nacional de Ciencias 1994 cree que las nuevas tecnologías no han modificado el modo de aprendizaje, sino el espacio de convivencia. También sigue otorgando gran importancia al docente como actor clave en la educación y saluda el advenimiento de la ola feminista.
El biólogo Humberto Maturana (Santiago, 1928), a punto de cumplir 90 años, sigue muy activo. Acaba de participar en V Congreso de Educación, el organizado por Seminarium Certificación, que buscó analizar el origen del aprendizaje y cómo aprenden los estudiantes del siglo XXI.
Allí participó junto a los expertos españoles César Coll y Carles Monereo, los tres como referentes mundiales del constructivismo en la educación, con gran impacto en la audiencia.
El Premio Nacional de Ciencias 1994 cree que las nuevas tecnologías no han modificado el modo de aprendizaje, sino el espacio de convivencia. También sigue otorgando gran importancia al docente como actor clave en la educación y saluda el advenimiento de la ola feminista.
-¿Cómo influyen en esto las nuevas tecnologías en el aula?
-El modo de aprendizaje no se ha modificado, sino el espacio de convivencia. Los niños se van transformando en la convivencia con los adultos o mayores con los cuales conviven. La tecnología es un accesorio, un instrumento, no es una cosa fundamental. En la medida en que nos hacemos dependiente de ella, olvidamos lo fundamental, que es algo que depende de nosotros.
-¿A qué se refiere con que ha cambiado la convivencia?
-Si usted mira a una familia en un restaurante, hay adultos con niños y, fuera de estar comiendo, están todos con el celular: papá, mamá, niños, niñas. Antes estarían conversando, jugando, haciendo alguna cosa conjuntamente, pero si están con el celular… El celular es un instrumento, pero si está metido en medio de la conversación, aleja. Por eso cambia la convivencia con los niños.
-¿Le parece negativa la omnipresencia del teléfono?
-Los instrumentos son positivos o negativos según cómo los usemos. El celular no es una cosa negativa o positiva en sí misma, depende de cómo lo usemos. El martillo puede ser un arma para herir o un instrumento para hacer carpintería.
-¿Y qué uso positivo le podemos dar al celular en la educación, por ejemplo?
-Lo que a mí me preocupa de la educación son los primeros diez años. En esos diez años, el niño va aprendiendo el mundo que va surgiendo con los mayores con los cuales convive. Los niños quieren adultos a quienes respetar, que los inspiren, y se van a transformar con los mayores con quienes conviven, pareciéndose o diferenciándose, según sea su sentir. Entonces, si el celular lo separa del encuentro, quita el tiempo para estar con ellos, la disposición para atender lo que me preguntan, entonces es negativo. Pero si lo uso para llamar por teléfono o para hacer alguna operación a distancia, es positivo.
-Usted dice que en la educación los primeros diez años son fundamentales. Hoy hay mucha gente que decide no mandar a los hijos a la escuela y prefiere educarlos en su casa. ¿Le parece importante la escuela como espacio de socialización y aprendizaje?
-La escuela es un espacio de ampliación del hogar. La escuela surge cuando hay experiencias que los niños deben tener y tareas que atender que no se tienen en la casa o en el hogar directamente, digamos. Pero, en nuestra historia humana, la escuela no es lo primario, sino que es el hogar. Entonces, en tanto es una ampliación del hogar que trae consigo espacios de experiencia más amplios que tienen en su casa los niños y las niñas, es valiosa, es importante. Pero va a depender de cómo yo, profesor, conduzca o qué haga con eso como escuela. ¿Genero un espacio acogedor o de exigencia? ¿Qué hago? ¿A qué aspectos del vivir más amplio me aboco en la enseñanza?
-¿Tiene algún modelo de escuela que le parezca ideal?
-Para mí hay dos posibilidades. Una es que la escuela se transforme en un espacio acogedor, reflexivo, en el cual la interacción entre el maestro y los niños invita a reflexionar, a ser, a conversar sobre temáticas más amplias que en el hogar, por lo tanto, aprender también con ello prácticas de acción manual ecológica o como quiera que fuese, de entendimiento. Las otras escuelas pueden ser, llamémoslas así, doctrinarias. Allí, yo pienso que esto es más valioso que lo otro, entonces enseño una religión, una doctrina. También pueden ser de temáticas especiales, por ejemplo, de agricultura o tecnológica. En último término, lo central es cuál es la relación de los maestros con los niños.
-Más allá del tipo de escuela que tengamos.
-Los maestros y maestras le van a dar el carácter a esa escuela. Las que no me gustan son las doctrinarias, las que generan espacios fundamentalistas de algún tipo, porque restringen la reflexión.
-Igual las escuelas Waldorf son bastante dogmáticas. ¿Cabrían dentro de las doctrinarias?
-No lo sé. No las conozco tanto para decir que son de tal o cual clase. Pero cualquier sistema escolar que se transforme en un ámbito dogmático es negativo, porque restringe la reflexión, lo pone a usted en un camino que no le entrega libertad y responsabilidad reflexiva.
-Usted estudió en el Manuel de Salas, ¿cómo ve hoy, en retrospectiva, la educación que obtuvo allí?
-Yo estuve bien ahí. Podíamos conversar con los profesores, hacer preguntas… no tengo quejas. No sé cómo está el Manuel de Salas ahora. En esa época sentí que era un espacio acogedor, para mí.
-¿Cree que las escuelas hoy en Chile tienen esa característica? Usted ha visto la evolución de la educación en Chile a lo largo de los últimos cincuenta años, ¿qué clase de educación tenemos hoy? ¿Qué estamos enseñando?
-No sé, pero me doy cuenta de las quejas. Los estudiantes salen a la calle y dicen que quieren educación de calidad. ¿Qué están pidiendo? Están pidiendo un ámbito educacional que abra espacio para sentirse bien e interesados para estar allí. Cuando piden fin al lucro, ¿qué es el lucro? Es una malversación, siempre. Usted tiene un sueldo, trabaja, está bien. Pero si tiene una institución, y parte del dinero que debería ser para la institución se lo mete al bolsillo, está mal. Eso sería el lucro. El dinero es energía. Necesitamos energía para todas las cosas que hacemos.
-El lucro sería restar dinero que es para la escuela.
-Exactamente, y usarlo en beneficio propio.
-Pero es algo muy común hoy en Chile, en todo nivel.
-Desgraciadamente, sí. Pero usted me preguntaba por la educación en Chile. Chile ha vivido varias situaciones extremas, con desplazamientos de gente y pensamiento, dentro y fuera del país. Cuando fue la Reforma Universitaria, hubo gente a la que no le gustó y se fueron. Cuando fue elegido Allende, hubo gente que no quería eso y se fue. Con el gobierno militar, hubo gente que se fue. Y, sin embargo, el país no se desmoronó. ¿Qué quiere decir eso? Que teníamos capacidad suficiente para salir de esas dificultades. O sea, que la educación no había sido tan mala. Había creatividad, conocimiento, que permitieron que el país siguiera. No tuvimos que recibir profesores ni médicos del extranjero, no pasó nada de eso.
Con esto quiero decir que nuestra educación, al menos hasta 1970, no era tan mala. Lo que pasa es que cambia la orientación. Antes uno estudiaba porque iba a trabajar en el país y le iba a devolver lo que había recibido. Después la orientación fue hacia el mercado. Ya no se preparan para ser ciudadanos, sino para participar en el mercado. Es una actitud síquica completamente diferente. Y como nos preparamos para el mercado, también mercantilizamos la educación, con un énfasis en lo privado. Y ahí viene el problema del lucro.
No estoy diciendo que antes no hubiese eso, seguramente lo había, pero en un grado menor. Por ejemplo, yo recuerdo que, cuando estudiaba Medicina, en 1951, los estudiantes del primer año nos reunimos para declarar nuestra identidad política. Había de todos los partidos: socialistas, conservadores, liberales, independientes. En algún momento, después de habernos escuchado, nos preguntamos qué queríamos. Y todos, de una manera u otra, contestamos que queríamos devolverle al país lo que habíamos recibido de él, salvo uno, que quería ser médico y practicar la profesión con responsabilidad. O sea, lo mismo, pero de otra manera. Pero si hubieses preguntado a los jóvenes a fines de los 70 cuál era su orientación o qué querían de la educación, ya era prepararse para ir a competir en el mercado. Es radicalmente distinto: ‘Vamos a estar preocupados del éxito’. En mi opinión, la tarea de la educación es ampliar el espacio de experiencia y sentido de autonomía y responsabilidad como ciudadanos, con respeto a las diferencias.
-¿Qué clase de persona somos si nos educamos en ese nuevo espíritu del mercado?
-Que nos encontramos en un mundo de ambición, de negación, no de colaboración.
-Usted ha dicho que la colaboración es la clave para avanzar, no la competencia.
-Creo que la competencia es negativa, porque implica que yo quiero ser mejor que el otro. Y si quiero ser mejor que el otro, en realidad quiero negar al otro a través de lo que yo hago. Pero al mismo tiempo me niego a mí mismo, porque, en vez de ser yo el referente, es el otro. Eso lo considero negativo, porque no me integra a un espacio de integración, en la confección de un país en la colaboración.
-¿Usted tiene algún país ideal en este sentido?
-No sé si existe un país que no esté centrado en el tema de la competencia, el lucro, el logro. Pero el que no exista ningún país no quiere decir que no podamos escoger ese país. Si usted le pregunta a un niño, antes de los diez años, prefiere colaborar. Después empieza el tema de la competencia. Ahora, que los sistemas educacionales son necesarios, lo son, porque el mundo tiene una complejidad muy grande. Antes hablábamos de tecnología. Uno tiene que saber cómo funciona este instrumento, porque lo vamos a usar, pero con un entendimiento reflexivo, que les permita a los niños darse cuenta de que ellos escogen. Si la uso, es responsabilidad mía lo que haga con ella, y si no la uso, también.
-Aunque en el último siglo hemos vivido una tremenda transformación tecnológica, el aula sigue siendo la misma desde el siglo XIX: el profesor al frente y los alumnos atrás, escuchando. ¿Ese modelo sigue vigente? ¿Por qué no ha cambiado?
-Si no ha cambiado, creo que es porque no se han formado maestros en una práctica educacional diferente. Pero lo que está en juego es darse cuenta de que, si yo soy maestro y tengo veinte niños delante mío, es mi responsabilidad generar un espacio interesante. ¿Cómo lo hago? Va a depender de cómo me formé yo como maestro y qué cosas pienso que tengo a mano para hacerlo. Si yo uso el estar adelante, con los niños detrás, como un sistema autoritario del siglo XIX, no sirve. Pero si lo uso como oportunidad para conversar e invito a la reflexión a mis alumnos, o a la acción, está bien. El maestro tiene la responsabilidad, quiéralo o no, esté al frente o en el medio. El tema es cuáles son los recursos y la actitud que estoy operando.
-¿No es más difícil el rol del docente hoy, cuando los niños vienen más estimulados que hace veinte o treinta años?
-¿Más estimulados en qué sentido?
-Que tienen más estímulos y se distraen con más facilidad.
-Es que depende de cómo lo haga yo. Para cierto tema, los niños pueden consultar el Google o una serie de otras cosas. ¿Cuáles es mi papel? Invitarlos a la reflexión. ¿Cómo van a usar los conocimientos que tienen? Hablamos de la importancia de la información. Podemos acumular información, en bibliotecas, en sistemas digitales. Pero eso no es lo importante en este ámbito. ¿Qué hago yo con esa información? Mi tema como maestro es conversar con ellos para ir formando un espacio en el cual reflexionamos sobre la información. Si, por ejemplo, Google dice tal cosa sobre algo, mi tarea es invitar a reflexionar. ¿Qué me está diciendo esto? ¿Cómo lo entiendo? ¿Cómo conversamos sobre estos datos? Pero si yo como maestro no me hago cargo de que mi tarea es ampliar el espacio reflexivo –porque la información no tiene validez en sí misma, sino que depende de lo que yo haga con ella–, no voy a ser indispensable.
-¿Pero qué hace un docente que tiene clase con 40 alumnos y algunos vienen sin desayunar o sin dormir? ¿Cómo uno trabaja ahí?
-No estoy en esa situación para decirle cómo se trabaja. Pero si yo tengo niños que vienen cansados, con hambre, ¿cómo me ocupo yo de que descansen, de que satisfagan el hambre? No los puedo negar, tengo que reconocer eso. Si uno está somnoliento, que duerma un ratito mientras nosotros conversamos tal o cual cosa. No importa, porque cuando se despierten van a participar. Si les digo que duerman un ratito, crea una dimensión de autonomía que es respetuosa. Depende de en qué estoy, qué temáticas tengo. Pero tengo que respetar a mis alumnos. Mis mejores colaboradores son mis alumnos. Esa es mi tarea. Si yo los trato simplemente como bolsitas de conocimiento, no sirve. Si no sé mucho más que ellos, tampoco. Tengo que saber mucho más para poder reflexionar. Lo que pasa es que los niños se aburren. ¿Y por qué? Porque nada está pasando allí que los involucre.
-No hay una apelación a ellos.
-Una vez, hace tiempo ya, más de veinte años, estaba haciendo unas clases en el Pedagógico y una profesora me dijo: «Es muy interesante lo que usted dice, pero yo soy profesora de Castellano y la gramática es una cosa tan poco inspiradora que los niños no se interesan. ¿Cómo lo hago?». Yo le dije: «Mientras usted piense que la gramática no es inspiradora, no lo será». Pasan cuatro semanas y me dice: «Me cambió la vida, ¡ahora los niños se interesan en la gramática!».
-Quería preguntarle sobre el movimiento feminista. Por ejemplo, ¿qué opina de que haya colegios con solo hombres o solo mujeres? ¿Cómo afecta eso a la educación? ¿Le parece adecuado, anacrónico?
-Cuando yo llegué al Manuel de Salas, el colegio era una anomalía, porque era mixto. Y fue magnífico. El problema es cómo conversamos con los estudiantes. No podemos negar que hombre y mujer tienen una relación que tiene que ver con el sexo, con el modo de las preferencias en las distintas cosas, y eso es respetable. Y tengo que aceptar eso y hablar de eso con respeto. Y eso significa estar dispuesto a reflexionar sobre todas las cosas, a contestar todas las preguntas, los niños van a crecer en ese respeto mutuo, respetando las diferencias. ¿Por qué tenemos estas diferencias? Porque tenemos una cultura que discrimina, es patriarcal, misógina. Las mujeres son tratadas como algo de menor calidad. No solo tenemos que respetar las diferencias, sino que son armonizables en el convivir.
Una vez participé en una reunión feminista –esto fue hace 15 años– y las mujeres se quejaban contra los hombres. Yo pedí la palabra y dije que quería hablar como biólogo, y que podíamos resolver completamente el problema que ellas tenían desarrollando la partonogénesis femenina, una reproducción sin recurrir a un gameto masculino. Con eso iban a desaparecer los hombres, solo se producen mujeres. Y les pregunté si eso no les parecía una buena solución. Escuché un grito: NO.
¿Que quiere decir eso? Que la solución no es la eliminación de uno u otro sexo, sino la armonía. Y la armonía requiere respeto. Pero si nos educamos pensando que hay una diferencia de valor, con discriminación de salarios y otros, no se puede. Mi madre contribuyó a la fundación del MEMCH (Movimiento Pro-Emancipación de las Mujeres de Chile) y siempre decía que quería igualdad de oportunidades. No puede uno ganar más que el otro por el mismo trabajo, ni un acceso preferencial en virtud del género. Los humanos somos todos diferentes, tenemos historias diferentes, genéticas distintas… el tema no es la igualdad, sino la armonía en la convivencia de mutuo respeto. Toda discriminación se funda en una teoría que justifica el no amar al otro, negar al otro. Fíjate en cualquier situación de discriminación y diferencia, y te van a contestar con una teoría que la justifica.