“I am just a poor boy. / Though my story’s seldom told, / I have squandered my resistance / For a pocketful of mumbles, / Such are promises”, Simon & Garfunkel.
¿De qué hablamos cuándo hablamos de literatura? Sí, la evidente referencia a Raymond Carver atraviesa el nuevo libro de Torres Quezada (Santiago, 1984), “Nueva Narrativa Nueva” (Editorial Santiago- Ander, 2018), una novela incisiva e irónica sobre un taller literario conformado por extrañísimos personajes. Un hombre que habla en corriente de conciencia y que gusta de la felación. Un obrero de la construcción que busca adquirir “sapiencia” para su señora. Una muchacha que “odia la literatura, el intelectualismo y a los escritores”. Un joven músico vestido a veces como punk y otras como alternativo indie, al que tampoco le gusta leer ni escribir. Un protagonista que sueña con publicar una novela que hable del “vacío y el sinsentido de la existencia humana”, el único que anhela verse coronado con los laureles de la gloria. Todos ellos reunidos alrededor de un profesor decadente, alambicado, al que los “verdaderos” literatos humillan constantemente.
“El taller se ha cambiado de sitio tres veces. Ahora se realiza en la casa del profesor. En realidad no es suya. Él arrienda. Queda en un barrio pobre donde en las esquinas de los pasajes hay gente misteriosa observando (…)
Cuando el profesor nos entrevistó para seleccionarnos, habíamos sido citados en un café literario del barrio alto, por lo que fue una sorpresa cuando supimos que el taller se haría en una casa. Para algunos hubiera sido más cómodo hacerlo sentados en el pasto, al lado de árboles meados o excremento de perro. A mí me dio lo mismo, el escritor debe escribir donde sea. ¿Por qué tendría que ser siempre en esos sitios bonitos con olor a incienso o con vino navegado?” (pág. 9-10).
“Nuestro taller se había convertido paulatinamente en un club de amigos, donde lo literario desapareció en su totalidad. Cada día que nos juntamos acordamos un tema a tratar para la próxima sesión. Por ejemplo, las últimas cuatro temáticas han sido tejido a crochet, creación de mandalas, confección de adornos navideños y bordado” (pág. 86).
Escriben. No escriben. Leen. No leen. Con ironía, desparpajo, que no deja títere con cabeza, Torres Quezada aborda la hipocresía, ese hálito sublime e intocable que rodea la imagen del escritor, que desdeña a los clásicos, que exalta la diferencia, la disrupción. Que celebra lo imposible. Que confunde la decadencia con la resistencia. El sueño del pibe literario, en definitiva, de “publicar una gran obra”, “algo único y original”, “que rompa con los esquemas y los cánones imperantes”. En medio de un contexto gris, húmedo, periférico, la literatura ya no parece el camino seguro para una trascendencia universal. Al contrario.
“A mi familia no le interesa que escriba.
—Pero si yo también escribo —me dijo un día mi tío Héctor. Tomó una servilleta y anotó: ‘Caca y pichí’.
—¿Viste? Te lo dije, yo también le hago a eso de la escritura.
Todos rieron. Para ellos escribir es la cosa más inútil e improductiva del mundo, y no los culpo” (pág. 37).
“(…) Y yo aquí, con un papel y un lápiz, me siento un ser primitivo, aferrado a lo antiguo, a mi propia jungla. Un pequeño Tarzán cuyos gritos se pierden en estas líneas. Las nuevas tecnologías se incrustan en nuestra piel, la ciencia inventa cada día nuevas formas de sobrevivencia en el sinsentido” (pág. 41).
“Un día entré en una librería dedicada a autores ‘emergentes’. Estaba en un sector de clase media pudiente. Me paseé, hojeé libros. Quedé maravillado. No tenía dinero, así que decidí pasearme a la semana siguiente cuando ya me hubiesen pagado en el trabajo. Además, hablé un rato con el dependiente, un tipo agradable que conocía un kilo de literatura. Me fui de la librería pensando en lo genial que había sido descubrir aquel lugar. A la semana siguiente, cuando volví, la librería estaba vacía. Afuera, en una gran ventana, se leía en un cartel: SE ARRIENDA” (pág. 95).
“—Cuando era niña pensaba que las cosas que a uno le gustaban serían las que te darían un espacio en la sociedad. Si a un niño le gustaba hacer juguetes con los materiales que encontraba en casa, ese niño sería un juguetero. Si a mí me gustaba leer y escribir sería una escritora. Luego (muy luego quizá), cuando una crece, se da cuenta que a eso se le llama ‘hobbies‘ y estos no sirven de nada. O sí sirven: para relajarse en el entretiempo que va desde que terminas tu jornada laboral hasta el apronte del inicio de la siguiente” (pág. 13).
“Nueva Narrativa Nueva” habla de aquellas paradojas de la contemporaneidad posmo, donde importa más el grito que la escucha, donde la mera opinión reemplaza la argumentación. Donde el individuo consumidor es el centro del cosmos ya conocido y por conocer. Tiempos del retail, de la tecnología, de la instantaneidad. Tiempos de moda, de mediocridad, de lobby y redes sociales. Tiempos de morbo y estupidez, sin duda. Nada parecido a lo que alguna vez dijo Borges. El libro como “una extensión de la memoria y la imaginación del hombre”.
Lo nuevo es lo transparente, lo reluciente, lo efímero. El futuro. Lo viejo, en cambio, es lo fósil, lo improductivo, la incivilidad. Esto sigue, dice Torres Quezada, “y quizás por miles de años más, alimentando esperanzas que al final no van más allá de comprar un departamento o viajar a otro continente” (pág. 41).
Volvemos a reflexionar, a cuestionarnos, insistimos. ¿Cuál es realmente el estatuto del arte, y en específico, de la cultura del libro en el Chile de hoy? ¿Qué se puede hacer cuando apenas alcanza para la sobrevivencia, más allá de los tradicionales y estrechos círculos intelectuales? ¿Para qué, finalmente, escribir y publicar?
Torres Quezada narra en clave ficcional y no menos hilarante lo que alguna el escritor y Premio Nacional de Literatura, José Miguel Varas, dijo: “Esto es problema del deterioro cultural del país, por el sistema económico y que se traduce en un la falta de valoración del libro y en todo lo que el libro significa y contiene”.
En síntesis, casi como un muestrario de situaciones extravagantes, miserables, caricaturescas, absurdas, tragicómicas, y no sin cierta ternura, donde los escritores hacen que escriben, intentan escribir, no escriben, escriben y abandonan, pierden las esperanzas, se enfrentan al menosprecio generalizado, “Nueva Narrativa Nueva” es de aquellas novelas autocomprensivas (en tanto literatura que habla de literatura) que hay que leer detenidamente, porque develan imposturas cuando hablan del estado de la cuestión, con ese sabor agridulce que siempre deja la pluma certeza e incómoda que recusa el esnobismo, la obsecuencia y la inocuidad.