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Décimo aniversario de «Generation Kill»: La guerra de Irak de David Simon CULTURA

Décimo aniversario de «Generation Kill»: La guerra de Irak de David Simon

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A 15 años de la segunda invasión de Irak parecen pertinentes ciertas reflexiones —no en relación al hecho desde un punto de vista histórico— sino sobre la representación audiovisual que David Simon, Ed Burns y el periodista y escritor Evan Wright proponen sobre una “guerra” cuyas razones están completamente desacreditadas a día de hoy. Generation kill se trata de una mirada particular, muy al estilo Simon, a esta altura todo un emblema venerado por cientos de miles de consumidores de series de televisión en el mundo, que pone el foco en los integrantes del 1er batallón de reconocimiento de los US Marines con asiento en Kuwait (2003), cuya diversidad social, étnica, cultural, y por qué no decirlo también psicológica, da mucho material para desarrollar historias tan delirantes como atractivas, en medio de la tensión provocada por balas, supuestas armas de destrucción masiva y una potencial guerra química (que nunca fue).

Pero, ¿quién es David Simon? Conviene iniciar el texto tirando de esta hebra algo obvia para quienes han disfrutado de su producción cultural, tanto de reportero y escritor, como de guionista, productor y showrunner de clásicas series que pertenecen a la llamada edad de oro de la televisión del siglo XXI, la mayoría de ellas asociadas a Home Box Office, cadena de pago cuyo eslogan noventero suena arrogante pero también digamos, justo: “No es televisión. Es HBO”.

Como sea, David Simon es uno de los narradores audiovisuales por excelencia del nuevo siglo. Un completo y absoluto superclase cuya presentación en términos sucintos se hace cuesta arriba para quienes nos situamos entre sus admiradores. Para ir hablando en clave “invasión de Irak”, digamos que referirse a David Simon es una responsabilidad infinitamente más grande que conducir un convoy de todo terrenos Humvee (Hammer) entre los ríos Tigris y Eufrates.

Simon tiene una destacada carrera como periodista en la ciudad de Baltimore, Estados Unidos. Parte de su trabajo y de su relación con la crónica roja se tradujo en el libro Homicide: A Year on the Killing Streets publicado a principio de los 90, y donde se basa el drama policial producido por la cadena NBC, Homicide: Life on the Street, que será su primera aproximación indirecta al mainstream televisivo. Luego vendrá la miniserie The Corner (HBO) historia basada en otro de sus libros y que relata —con una crudeza llamativa para la época (2000)— la marginalidad asociada al narcotráfico en determinados sectores de la ciudad de Baltimore, argumento que será el antecedente de su creación más reconocida por la crítica, estudiada por la academia universitaria como producto televisivo, aunque sin gran éxito de audiencia, The Wire (2002). Su seriegrafía continúa con Generation Kill (2008) donde además participa como productor ejecutivo junto a Ed Burns, las cuatro temporadas de Tremé (2010) junto a George Pelecanos, la miniserie Show me a Hero (2014) y la aún vigente The Deuce (2017—).

Generation Kill, episodio 1 (2008) © HBO. Normas de higiene, bigote encima de comisura.

En su obra se observan ciertos patrones que operan como marca de la casa. Por un lado, Simon no concibe una historia cuyo protagonista central no sea el contexto donde se desarrolla. Así, parece entender que las características ambientales determinan a los sujetos, y por lo tanto, a sus personajes. Por eso no son detalles las atmósferas y texturas sociales de las ciudades de Nueva Orleans (Tremé) o Baltimore, Maryland (The Corner y The Wire), Yonkers, New York (Show me a Hero) y la calle 42 de la gran manzana neoyorkina (The Deuce). De igual forma tampoco es baladí el desierto iraquí en Generation Kill, cuya filmación supuso un complejo trabajo de locaciones en Sudáfrica, Namibia y Mozambique ante la imposibilidad de filmar en la antigua mesopotamia. En cualquier caso, la recreación propuesta suena muy verosímil.

Por otro lado, y tal vez debido a los años que muestra en el oficio del reporteo, Simon siempre termina ofreciendo una reflexión compleja acerca de los medios y la sociedad, el rol de la prensa (los marines sólo dan crédito a lo que escuchan en la BBC, descartando la prensa americana), y en particular, sobre el ejercicio del periodismo. Esto es central en las siete entregas de la miniserie, ya que la historia se basa en el libro homónimo de Evan Wright donde relata su experiencia como corresponsal para la revista Rolling Stone en el frente de batalla.

Generación asesina

Pero no todo es culpa de los chicos. De facto, las situaciones más ridículas están relacionadas con los superiores. Quienes tienen las jinetas, quienes toman las decisiones, quienes tienen la capacidad de poner en riesgo a los subordinados, son mostrados como los campeones mundiales de la estupidez amparados en la verticalidad y la cadena de mando. Si bien la historia muestra altas dosis de sensatez en algunos mandos medios, que poniendo en riesgo sus propias carreras militares intentan matizar decisiones francamente idiotas (menos mal), la idea que prevalece es que el ejército más poderoso del mundo, y por lejos el más invasivo, está liderado por seres humanos a los que en buen chileno les faltan palitos para el puente. Nunca mejor dicho, dado que esa estructura vial está muy presente en las imágenes.
Desde luego se trata de una historia atípica que se ubica muy lejos de las narraciones propagandísticas a las que nos tiene acostumbrados el cine de Hollywood. Generation Kill es una mirada cruda y profundamente auto crítica, desde luego sobre esa guerra, pero sobre todo, sobre los principios de la sociedad estadounidense expresados en el pelotón, que por momentos, se parece más a un grupo escolar segregado por sexo, donde la inmadurez machista habita en cada rincón de la sala, que a adultos con potencial asesino en la punta del dedo índice. Nada bueno puede salir de ahí, sobre todo si el relato da cuenta de los días previos a la invasión, donde la espera se transforma en tedio y el tedio en comportamientos ridículos, de esos que dan vergüenza ajena.

Pie de fotografía 2: Generation Kill, episodio 4 (2008) © HBO. Bombardeo nocturno no alcanza el objetivo.

No hablamos, de por ejemplo, abandonar un camión con pertrechos, víveres y el estandarte de la unidad que ha sido conservado con celo y orgullo desde la guerra de Vietnam. No, hablamos de tácticas y estrategias de guerra cuando se intenta abrir paso por una ciudad hostil con un convoy de frágiles todo terrenos, y no con carros blindados, o cuando se dilapidan recursos bombardeando la arena del desierto, 10 kilómetros antes del objetivo, o cuando se toma con orgullo un aeropuerto abandonado, o cuando lisa y llanamente se sueltan bombas sobre una aldea no-hostil habitada por mujeres, niños y cabras. Minucias, detalles en una guerra. Una vez, otra vez y otra más, los US Marines no se cansan de hacer el ridículo, siempre matizado con pequeñas dosis de un humor disimulado en los diálogos cotidianos de profesionales de la guerra que la mayor parte del tiempo están en estado de reposo. Pero ¡ay! de cuando les dan rienda suelta. Hay mucho psicópata encubierto incapaz de sentir empatía por el otro.

Llama la atención la precariedad que habita en el ambiente. Algo que no se condice con la idea que asocia a la maquinaria de guerra más poderosa del mundo. No hay pilas para las gafas de visión nocturna, cuando casi todas las incursiones se hacen de noche, no hay repuestos para blindar la posición de la ametralladora externa, no hay repuestos para los vehículos, mucho menos presupuesto para pañales. Sobran las explicaciones. Sí hay presupuesto para adquirir trajes contra la guerra química con camuflaje para la jungla, cuando se combate en el desierto. El chiste se cuenta solo. Como bien dice el Cabo Josh Ray Person, “el cuerpo de marines es como el pitbull de Estados Unidos. Nos pegan, nos maltratan, y de vez en cuando nos sueltan para que ataquemos a alguien”.

Camaradería

Generation Kill es como la casa de vidrio para el cuerpo de Marines. Allí vemos la interacción cotidiana de machirulos que dan rienda suelta a su pensamiento hablado, políticamente incorrecto, salpicado de escatología y curiosos, por decir algo, deseos sexuales que mantienen a raya a golpe de pornografía impresa. Por eso entra bien en este grupo de zafados Evan Wright, en cuyo palmarés figura que fue redactor de revista Hustler.

David Simon termina por desnudar la operación en Irak. Una a una va quitando las capas hasta dar con las partes blancas de la cebolla. Pero su afán no es rematar en el suelo al caído, más bien ponerlos en el contexto que corresponde. La guerra es una forma de locura colectiva que transforma los valores sin que se pueda lograr la inmunidad ante ello. Sin ánimo de reivindicar conductas, o humanizar comportamientos inhumanos, Burns, Wright, pero sobre todo David Simon, del que se nota mucho su mano en los diálogos, termina mostrando a un grupo de seres humanos tocados y conmovidos, de distintas formas y en distintas magnitudes, por los hechos que les ha tocado vivir.

En ese contexto la camaradería se insinúa como uno de las pocas externalidades positivas que tiene el hecho de pertenecer a un batallón de guerra, idea expresada en una escena final finamente conmovedora. Así, el relato parte siendo en extremos subversivo, pero concluye en esa idea canónica del band of brothers ‘shakespeareano’, que dicho sea, también tiene expresión como otra miniserie de HBO sobre la segunda guerra mundial.

Generation Kill es una gran película de más de siete horas que está disponible en la plataforma HBO GO.

Claudio Lagos /@ClaudiolagosO/  es analista de ficción y creador de la página web de críticas y reseñas de series de TV EnSerie 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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