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«Shingeki no Kyojin»: Los oscuros caminos de la desesperanza CULTURA

«Shingeki no Kyojin»: Los oscuros caminos de la desesperanza

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Alex Fajardo Cisternas
Por : Alex Fajardo Cisternas Periodista de Universidad de Playa Ancha y Licenciado en Comunicación Social. Diplomado en Estudios Políticos por el Instituto de Estudios Políticos Science Po Rennes, Francia.
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Shingeki no Kyojin, el manga creado por Hajime Isayama, cumplió este septiembre 9 años desde su debut en 2009, ésta tuvo tal éxito que cuatro años después, ya se estrenaba su adaptación al anime. El anime ha gozado de tal popularidad que es válido preguntar qué la hace especial, su argumento es sencillo, la humanidad está amenazada por el ataque de brutales monstruos y un grupo de chicos arriesgarán sus vidas para detenerlos. Argumento bastante explotado por Hollywood.

El enemigo que enfrenta la humanidad es atractivo, poderosos gigantes de tres hasta 15 metros de altura que carecen de inteligencia y que logran perturbar a cualquiera. Mantienen siempre la misma expresión, una mirada vacía y una sonrisa infantil, incluso cuando devoran a sus víctimas. Esto hace que no sólo provoquen miedo y odio, sino también desesperación. Pero es paradójico pensar que la serie revela con el tiempo, que son otros humanos los que manipulan y dirigen a los titanes contra la misma humanidad. El verdadero enemigo no son gigantescos monstruos, son personas comunes y corrientes.

[cita tipo=»destaque»] Aunque los elementos antes mencionados hacen valiosa la serie, lo que la hace especial, son las problemáticas filosóficas y morales que posee. Los soldados de la Legión de Reconocimiento poseen una voluntad que tambalea entre la convicción y la desesperanza. Creen en su causa, pero no en el presente. Si los soldados anidaran expectativas en el corto plazo, prontamente sus ilusiones serían derribadas por la realidad y con ellas caería su voluntad para vivir. Para permanecer de pie y no desmoralizarse, deben destruir cualquier ilusión, aceptar la desesperanza.[/cita]

Nuestros protagonistas son soldados que arriesgan sus vidas para proteger a la humanidad. Aunque muchos de ellos se muestran fuertes y sin temor, es genial que Hajime Isayama haya dejado espacio para el prototipo del héroe débil. En repetidas ocasiones, los soldados no tienen las capacidades para derrotar a los titanes, y un terror los embarga aún cuando se deciden a entrar en combate. Incluso varios de los heroicos soldados, al momento de morir, reaccionan de forma patética, llorando y pidiendo piedad. Este es un fenómeno del que no escapan ni los soldados de la gloriosa Legión de Reconocimiento: el cuerpo militar de defensa más capacitado que posee la humanidad.

Aunque los elementos antes mencionados hacen valiosa la serie, lo que la hace especial, son las problemáticas filosóficas y morales que posee. Los soldados de la Legión de Reconocimiento poseen una voluntad que tambalea entre la convicción y la desesperanza. Creen en su causa, pero no en el presente. Si los soldados anidaran expectativas en el corto plazo, prontamente sus ilusiones serían derribadas por la realidad y con ellas caería su voluntad para vivir. Para permanecer de pie y no desmoralizarse, deben destruir cualquier ilusión, aceptar la desesperanza.


La Legión busca, con sus estrategias y tácticas militares, descubrir el origen de los titanes, ayudando a liberar así a la humanidad de su yugo mortal; pero en varias ocasiones estos planes fracasan dejando sólo un gran saldo de muertos. Por esto, los líderes de la legión asumen desde un inicio que posiblemente harán grandes sacrificios en vano, si no aceptaran esos riesgos, perderían oportunidades únicas que los acercarían a la victoria. Entonces se sumergen en la incertidumbre. Afirman que “nadie puede predecir los resultados”. Juegan a los dados apostando sus vidas.

A lo largo de la serie, los soldados mueren de las formas más horribles: aplastados o devorados por los titanes; y deben seguir avanzando sin paralizarse por el terror. El dar más importancia a sus vidas que a su objetivo, sería su fin. La única forma de continuar, es ver sus vidas como un pago inevitable para acceder a la mínima posibilidad de victoria. Una visión útil, lógica y práctica que les permite aceptar la muerte. Pero una ligera línea separa la aceptación de la muerte con su banalización. El ver la muerte de personas como algo inevitable puede llevar a verla como algo común, y lo común no tiene valor: las vidas humanas dejan de ser sagradas.

Imaginen ahora que toda esta estructura moral se aplica, ya no a un grupo reducido y hermético, sino a toda una sociedad. Las vidas humanas, en tanto que individuos, serían menos importantes que las vidas humanas en su conjunto; es decir, si ciertos grupos o individuos deben morir por el bien de la mayoría, que así sea. Genocidios, asesinatos en masa, persecución política; todo se logra justificar si confrontas el bien común con el bien individual. Esta lógica de pensamiento ha sido uno de los pilares del totalitarismo. Es el acceso al poder, lo único que impide que las acciones heroicas de estos grupos se transformen en acciones déspotas.

Los heroicos soldados han sacrificado poco a poco su humanidad, y con ella, arriesgan perder su brújula moral. Ya no sólo aceptan el perder sus propias vidas, o la muerte de sus compañeros, ahora también aceptan matar a otras personas con tal de alcanzar sus objetivos. Un soldado afirmó en un momento que “sólo un demonio puede enfrentar a los titanes” y aunque se refería al comandante de la Legión, esto se puede replicar a todos sus subordinados ¿Nuestros héroes podrían convertirse en demonios dispuestos a asesinar civiles si la circunstancia lo exige? Quizás sí. Esta serie se encarga de recrear qué pasaría si en un mundo sin esperanza posible, la humanidad abrazara la desesperanza; nos muestra los oscuros caminos a los que nos puede llevar.

“El que lucha con monstruos debe tener cuidado para no resultar él un monstruo.
Si miras mucho a un abismo, el abismo concluirá por mirar dentro de ti”.

Friederich Nietzche

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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