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2019, a veinte años del fenómeno Bolaño CULTURA|OPINIÓN

2019, a veinte años del fenómeno Bolaño

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El 2 de Agosto de 1999, Roberto Bolaño recibía el premio Rómulo Gallegos por su novela Los detectives salvajes. Hasta la publicación de la novela, el autor de 2666 había logrado consolidarse como escritor y cosechado algunos elogios por la publicación de: La Literatura nazi en América, Estrella distante (una ampliación del último capítulo de la antología ficticia) y el libro de cuentos Llamadas telefónicas, no obstante, permanecía en la penumbra, en un desconocimiento relativo.

Los detectives salvajes representa el punto de inflexión de su carrera, y tal vez de gran parte de la literatura latinoamericana posdictatorial. A partir de ese momento la “fama” y el reconocimiento no dejarán de llegar, traduciéndose en: solicitudes de columnas y entrevistas, invitaciones a conferencias, incluyendo dos importantes viajes a Chile y en una cada vez mayor influencia entre los jóvenes lectores y escritores que caían (y continúan cayendo), muchas veces por azar, en sus redes narrativas.

[cita tipo=»destaque»]Finalmente está el anarquismo literario, la crítica ácida, directa y mordaz que no vacilaba en dirigir a quienes en su opinión sacaban provecho de la literatura, como si ésta última fuera una especie de lugar sagrado, místico, al que se acude por necesidad y compulsión, para expiar algún tipo de exceso pulsional o elaborar traumas y violencias colectivas e individuales, pero en ningún caso un instrumento para el enriquecimiento personal a costa de la profanación y saqueo del templo (¿fue Bolaño un místico de la escritura?). En esta veta, su blanco predilecto lo constituyeron los autores de y los escritores funcionarios, vinculados a la nueva izquierda neoliberal.[/cita]

Este “fenómeno Bolaño” se verá amplificado tras su muerte en el año 2003, a la temprana edad de cincuenta años, y la publicación de su obra mayor 2666 en el 2004. Entonces comenzó la avalancha de estudios críticos y apologéticos de su obra. El frenesí biográfico, que ha dado resultados notables como el film La batalla futura de Ricardo House, el compilado de entrevistas Bolaño por sí mismo de Andrés Braithwaite, y el polifónico retrato, El hijo de míster playa, de Mónica Maristain. Entre otras manifestaciones destacan: la creación de una cátedra abierta, bajo su nombre, en la Universidad Diego Portales, la exposición Archivo Bolaño montada por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, y finalmente, algunos homenajes anecdóticos ante los que el detective salvaje probablemente se hubiera sonrojado, si no destornillado de la risa (sin dejar de sentir internamente una cierta satisfacción): una placa conmemorativa en El Raval, una estatua en Concepción, una ruta Bolaño en Blanes. La lista podría continuar un par de párrafos, incluyendo el cambio de casa editorial, polémicas entre su mujer y amigos, y la publicación de escritos póstumos (cada vez más sospechosos de intervención y guiados por un vector comercial), que continúan agregando piezas, grandes o pequeñas, al universo Bolaño. En cualquier caso, y como lo señala Patricia Poblete, la cosa se encamina hacia las obras completas, a concretarse probablemente en el año 2666.

Hay que decirlo, el personaje en sí mismo fascina, principalmente por sus múltiples trasplantes geográficos y ciertas decisiones radicales que marcaron su formación literaria: infancia provinciana, viaje temprano a México aterrizando el año del movimiento estudiantil, la invasión por ejército de la ciudad universitaria (que narró travestido en Amuleto) y la matanza de Tlatelolco; deserción del sistema escolar tradicional; regreso por tierra a Chile, arribo en la víspera del golpe, detención durante ocho días, vuelta a México; fundación y participación en una neo-vanguardia literaria, los infrarrealistas; traslado al viejo continente y establecimiento definitivo en Blanes, un pueblo de Cataluña. Esta trayectoria, digna de un explorador, contribuyó a inundar su obra de una cierta estética viajera y alimentó un rechazo sistemático y recalcitrante a todo lo que pudiera oler a establishment literario y mercado.

Ahora bien, más allá del reconocimiento público y del interés por el personaje, a veinte años del “fenómeno Bolaño”, es relevante interrogar la causa, más allá del marketing, y buscar puntos ciegos en su narrativa (cuestión que dejaré sin abordar pero que apunta hacia lo femenino). Se trata de desplazar el vértice desde lo imaginario al registro simbólico, para de esta forma detectar el rayo de oscura luz que su obra arroja sobre lo real. Esto también puede servir para pensar por qué al día de hoy, si bien su nombre es ampliamente conocido, su lectura continúa restringida a ciertos círculos literarios.

Un primer punto de apoyo está en la introducción de la Historia. De un modo inédito (del que también participan Lemebel y Eltit), y principalmente con Estrella distante, Amuleto y Los sin sabores del verdadero policía, Bolaño nos retrotrae, a toda una generación de nacidos en dictadura, a nuestra infancia forcluída: a aquellos años en los que las cosas no se hablaban, en los que se entonaba un himno nacional, acto de por sí cuestionable, con una estrofa adicional que comenzaba con un temible: “vuestros nombres valientes soldados”, a los años de un atentado fallido, de la manipulación perversa de la prensa e instalación silente y tiránica de una constitución de la que aún no podemos desprendernos. En fin, a la Historia/memoria fracturada de nuestros padres, madres, abuelas y abuelos, una historia escarlata que no es sino el antecedente del vacío actual y la violencia manifiesta en nuestra sociedad, incluida la decisión de militarizar la Araucanía y la transformación de un conflicto que nos atraviesa a todos, en el negocio de la guerra.

El segundo punto, y tal vez aquí está la razón de la resistencia a su lectura, es la incesante remisión al mundo literario. Si bien hay nombres que atraviesan explícita e implícitamente su obra: Parra, Borges (los dos más citados en su libro de crónicas y columnas Entre paréntesis), Cortázar, Lihn, los beatniks, los poetas malditos franceses y la tradición surrealista, por nombrar solo algunos, la cantidad de referencias e intertextualidades tiende al infinito. El bibliotecario valiente se confesaba mucho más feliz leyendo que escribiendo. Esto implica un cierto tiempo y esfuerzo para ir estableciendo las genealogías y ubicando a los interlocutores, pero a la vez la incitación del deseo inconsciente y voraz de todo sujeto lector, como quien no puede parar de tragar hasta haberlo devorado todo, lo que representa un imposible, pero al mismo tiempo el estoicismo del que está dispuesto a dar aquella batalla que de antemano se supone perdida, por utilizar una expresión de Bolaño.

Finalmente está el anarquismo literario, la crítica ácida, directa y mordaz que no vacilaba en dirigir a quienes en su opinión sacaban provecho de la literatura, como si ésta última fuera una especie de lugar sagrado, místico, al que se acude por necesidad y compulsión, para expiar algún tipo de exceso pulsional o elaborar traumas y violencias colectivas e individuales, pero en ningún caso un instrumento para el enriquecimiento personal a costa de la profanación y saqueo del templo (¿fue Bolaño un místico de la escritura?). En esta veta, su blanco predilecto lo constituyeron los autores de best sellers y los escritores funcionarios, vinculados a la nueva izquierda neoliberal.

Estas tres razones, que solo he esbozado, contribuyen a que al adentrarme en sus textos e ir sorteando, con más fallos que aciertos, las trampas que camufla entre sus líneas, tenga la impresión de encontrarme en medio de una guerra contra el tiempo y el lenguaje y simultáneamente, en otro plano, en el de lo real, la escritura de Bolaño se transforma en su aliado en la batalla contra la violencia exterior y contra la inercia que tiende al vaciamiento de la subjetividad. Sólo que el único modo de hacerlo es sumergirse en la abisal destrucción contemporánea y tejer un laberinto para que el lector la contemple, y al mismo tiempo, se proteja.

A veinte años del “fenómeno Bolaño”, el mejor homenaje es leerlo y expandir su lectura:

“1 de enero

Hoy me di cuenta de que lo que escribí ayer en realidad lo escribí hoy: todo lo del treintaiuno de diciembre lo escribí el uno de enero, es decir hoy, y lo que escribí el treinta de diciembre lo escribí el treintaiuno, es decir ayer. Lo que escribo hoy en realidad lo escribo mañana, que para mí será hoy y ayer, y también de alguna manera mañana: un día invisible. Pero sin exagerar” (R. Bolaño, Los detectives salvajes).

Juan Pablo Vildoso. Psiquiatra-Psicoterapeuta, Instituto Psiquiátrico José Horwitz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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