En esta entrevista, la directora comenta el origen y creación de «Tarde para morir joven», que se basa en sus vivencias en la Comunidad Ecológica de Peñalolén en 1990, en plena transición democrática. «Esta película está centrada en el proceso de habitar un lugar, en pasar de una edad a otra, de crecer. Siempre me han interesado esas transiciones, lo que está entremedio y no los grandes momentos. En esos momentos que están menos definidos, donde la narrativa está perdida, veo la oportunidad de documentar emociones», explica.
La destacada directora chilena Dominga Sotomayor llegó al Festival Internacional de Cine de Rotterdam (IFFR) la pasada semana, sin saber que su cinta Tarde para morir joven había ganado el premio de dirección del Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale), ni que recibiría el Tigre de Rotterdam (distinción entregada en diversos rubros y secciones) por dirección en la sección Voices, además del premio del círculo de Críticos de Cine de Holanda.
Este es su tercer Tigre en Rotterdam. Ya había recibido el primero en 2012 por De jueves a domingo; el corto La isla recibió el Tigre de cortometraje el 2014; para luego recibir el premio de la prensa extranjera de Rotterdam (FRIPRESCI) en 2011 con Il Futuro.
El galardón lo obtuvo luego de haber ganado el año pasado el Leopardo, la distinción del Festival de Locarno (Suiza) por dirección, que por primera vez se le otorgaba a una mujer. Locarno premió a su vez al actor que hace el rol principal, entonces una mujer, hoy en proceso de cambio de género.
Sotomayor es muy realista en cuanto a estos premios, para ella son sobre todo importantes para ayudar a su distribución y conocimiento internacional y, esencialmente, le sirven de respaldo para iniciar nuevos proyectos.
Ella dice que postuló a Locarno por la buena entrada que tiene con productores y distribuidores y que no imaginaba que iba a ser premiada. A Berlín fue sobre todo a hacer contactos y ponerse de acuerdo con su coproductor alemán, para sus proyectos y otros en que ella está involucrada en su nuevo rol de productora para Jirafa Producciones.
La carrera de Sotomayor ha seguido una trayectoria de total dedicación al cine desde que estudiaba enseñanza media (Escuela Experimental Artística), para continuar luego la carrera de producción audiovisual en la Universidad Católica, cosechando premios en Chile, Europa, América del Norte e incluso el Oriente, ya a poco de titularse en el año 2007.
Forma, junto a José Luis Torres y Alicia Scherson, un trío con similitudes temáticas, enfoque creativo y manera de trabajar, a pesar de provenir de tres escuelas de cine muy disímiles, habiendo tenido todos el apoyo importante de Rotterdam para desarrollar sus proyectos.
-¿Cuál fue el punto de partida de Tarde para morir joven?
-El 1 de enero de 1990 hubo un incendio en la Comunidad Ecológica, una zona a las afueras de de Santiago, en los faldeos de la Cordillera de los Andes. Mis papás se habían ido a vivir allá con un grupo de no más de diez familias, en medio de la naturaleza y un poco alejados de la ciudad. Hace un tiempo encontré unas cintas VHS con grabaciones de ese día.
Se ve gente tratando de apagar el fuego, llamas fuera de control y árboles quemándose, todo rodeado de humo. Yo tenía cinco años cuando eso pasó. Fue un suceso importante para los niños, que no entendíamos las proporciones del incendio y sus posibles consecuencias. Ese día, estuve alejada del incendio y no lo vi hasta mucho tiempo después, en esas imágenes borrosas que encontré, con la calidad desgastada de esas grabaciones. Cuando las vi me impactó la vulnerabilidad de ese mundo que parecía tan idílico, lo absurdo de esas pocas personas que creían que podían apagar el fuego.
Esta película fue para mí la posibilidad de mirar hacia un tiempo diferente, lleno de curiosidad, desconectado. De capturar una forma de vida que me marcó, que se escapa y ya no parece hoy posible. Todo gira en torno a la posibilidad de desaparecer. La película retrata a un grupo que eligió vivir lejos de la ciudad en un ambiente natural y, sin embargo, son amenazados simultáneamente por él, confinados a su autoexilio.
-¿Ocurre en un momento específico? En tu primera película hay una sensación atemporal.
-En diciembre de 1989 tuvo lugar la primera votación democrática después de la dictadura y, en marzo de 1990, Aylwin, el primer Presidente de la transición, empezó su mandato. Ese verano, entre diciembre y marzo, fue cuando nosotros llegamos a vivir a ese lugar. Fue un momento bien particular, una transición en sí misma, un paréntesis lleno de expectativas.
La película retrata un período marcado por la ilusión de un nuevo comienzo. Yo quería omitir todo lo concreto y político de ese tiempo, dejarlo fuera de cuadro. En ese sentido, es un verano muy particular, pero al mismo tiempo podría ser cualquier verano.
La historia ocurre en 1990, pero el lugar y las condiciones en que viven no tienen referencia a un tiempo determinado. El material de archivo fotográfico de la época y los VHS funcionaron como motivación y referencia para ciertos aspectos de la visualidad.
Yo creo que la película se sitúa en un periodo que ya pasó. Es como un recuerdo en tiempo presente. Yo quería que el tiempo y el espacio no fueran tan claros, tampoco los bordes entre interior/exterior, femenino/masculino o la naturaleza y los protagonistas. Es todo sobre límites borrosos y permeables.
Tarde para morir joven es una película acerca de crecer en un período de grandes cambios, y para mí tiene que ver con la nostalgia y la desmitificación de un período. Es una historia de salir de la adolescencia (coming-of-age), tanto para los personajes como para una sociedad, Chile, que vivía un proceso de dolor después de la dictadura.
Quería observar las relaciones entre generaciones y clases: capturar la sabiduría de los niños y la torpeza de los adultos, esa melancolía extraña que tenemos al crecer. Con esta película estoy explorando una forma libre y abierta, cercana a la naturaleza misma de esta comunidad cerca de las montañas, lejos de límites y definiciones.
-¿Cómo se relaciona esta película con tus trabajos anteriores?
-Siento que he seguido una misma búsqueda, desde mis primeros cortometrajes. Me interesan situaciones cotidianas, pero vista a cierta distancia, con cierta formalidad que genera incomodidad. He trabajado en torno a la memoria, las relaciones familiares, cómo lo familiar se puede volver al mismo tiempo ajeno y amenazante.
Con Tarde para morir joven sigo en esa búsqueda, pero yendo un poco más lejos. Fue un desafío en varios sentidos: es un retrato colectivo y quería encontrar una forma más abierta, precisa, pero libre, ir en contra de algunas de mis propias reglas.
En mi primera película, De jueves a domingo, me interesó capturar cierta angustia existencial, esa mirada directa que tienen los niños sobre las cosas. Ahora volví a trabajar con niños, pero también con adolescentes, personajes invadidos por una curiosidad natural, con una relación frontal con la naturaleza y sus miedos.
Esta película está centrada en el proceso de habitar un lugar, en pasar de una edad a otra, de crecer. Siempre me han interesado esas transiciones, lo que está entremedio y no los grandes momentos. En esos momentos que están menos definidos, donde la narrativa está perdida, veo la oportunidad de documentar emociones.
En general mis películas ocurren fuera de la ciudad. Me interesan los espacios y su relación con los personajes. En esta película el lugar es muy protagónico y quería borrar los límites entre la gente y esa comunidad en construcción. Quería explorar el sentimiento de pertenencia, la ilusión de propiedad que tenemos sobre las relaciones, la gente e incluso la tierra.
-¿Qué fue lo más desafiante?
-Intentar hacer un retrato colectivo, era como capturar un estado mental. En cierta medida hablar de uno de ellos en particular viene a definir el estado general. La atención está puesta en unos pocos pero en todos a la vez, determinando una importancia del grupo antes de las individualidades. Yo quería que, a través de la mirada de los jóvenes, accediéramos al mundo de la comunidad.
Estaba explorando una estructura orgánica, que se siente incluso dispersa y abierta, como la vida. Fue desafiante encontrar el balance. Es una película con digresiones e intermitencias. Para mí no podía tener una estructura convencional, ya que tiene que ver con la naturaleza y la indefinición de ese lugar, quizás también con la manera en que recordamos las cosas.
-¿Cómo fue el casting? Al parecer vuelves a trabajar con niños y jóvenes sin experiencia en cine.
-No hice un casting tradicional, nunca he hecho. Los actores son varios y de orígenes muy diversos. Partimos buscando a los niños y jóvenes. Yo quería que no tuvieran experiencia previa en cine ni televisión y con la actriz y directora de casting Francisca Castillo, que es mi mamá, buscamos entre conocidos y grupos de amigos, especialmente a personas que vivieran actualmente en la comunidad.
Con alrededor de 15 jóvenes hicimos un workshop inclusivo, todos los participantes iban a estar en la película. A partir de ese grupo definimos a los tres protagonistas y los otros fueron invitados a roles más pequeños. Luego definí a los adultos, lo que fue bastante rápido y espontáneo, tenía algunos en mente desde el guión, como Antonia Zegers o Alejandro Goic, y buscamos a los otros personajes entre actores y no actores que viven en la comunidad, como Andrés Aliaga, el padre de Sofía, que es pintor y vive actualmente ahí.
Yo quería trabajar con los vecinos, rescatar esas experiencias particulares de los que han vivido ahí y los recuerdos comunes, que la película se sintiera viva.
-¿Cómo se desarrolló el proyecto?
-En un primer momento me interesó acercarme a los VHS, la particularidad de un fuego grabado en baja definición, la fragilidad del formato digital deteriorado. Fue así como hice una videoinstalación interviniendo este material, El incendio (8 min.) para una galería en Chile. Fue la primera aproximación al proyecto, con la idea de hacer una película a partir de eso.
Luego empecé a escribir el guión, tenía recuerdos y fotos de la época que inspiraron situaciones.
El proceso de desarrollo fue largo, participé de varios laboratorios desde el 2012, el proyecto fue apoyado por Sundance, HubertBals, Binger Film Lab, entre otros, pero durante tres años seguidos no logramos conseguir el Fondo de Producción en Chile.
Mientras tanto dirigí La isla (30 min., 2013), Mar (58 min., 2014), Los barcos (2015), hice exposiciones de fotografía en torno al mismo tema y empecé a producir a otros directores de Chile y Latinoamérica a través de la productora Cinestación.
El 2016, la productora brasileña RT Features se interesó en coproducir la película y desde ese momento todo avanzó rápido, conseguimos completar el financiamiento y filmamos el 2017. Creo que en todo ese tiempo el proyecto fue ganando capas, se fue transformando, yo fui cambiando también mi manera de verlo, tomó varios años.
El rodaje fue increíble, se armó una verdadera comunidad de gente, lo pasamos muy bien. Es una película hecha con el cariño y trabajo de muchas personas.