La investigadora Anelis Kaiser, que se doctoró en Psicología con una tesis sobre género e investigación cerebral, admite que el tema del cerebro y género ha sido usado ideológicamente, tanto por conservadores como feministas. «En pocas palabras –explica–, el tema es usado por los conservadores para mostrar que el hecho de que haya dos géneros es neurobiológico, con lo cual es inmodificable, determinado. A partir de ello se deduce que un cierto orden de género es correcto, por ejemplo, que las mujeres tienen facilidad para los puestos ‘empáticos’, y que las mujeres son mejores padres porque, por así decirlo, así está fijado en sus cerebros», dice. Eso es un error, sostiene. «Mi cerebro se distingue del suyo de muchas maneras. La formación de grupos a lo largo de una división binaria es tan escasa que no se puede hablar de una dualidad». El cerebro es plástico, enfatiza.
Una científica suiza, que el año pasado publicó un artículo en un libro de género en Chile, asegura que no hay un cerebro masculino ni femenino, sino individual.
Anelis Kaiser, profesora de la Universidad de Friburgo, en Alemania, fue parte de la antología El género furtivo, que editó LOM en 2018, con el texto Estudios de género y producción de género por la neurociencias.
La investigadora, además, es una de las fundadoras de la red internacional NeuroGenderings, dedicada a este tema.
Kaiser es doctora en Psicología por la Universidad de Basilea, en Suiza, y entre otros temas, ha trabajado en la clasificación y registro de sexo/género en imágenes por resonancia magnética (fMRI).
También ha examinado el sexo/género en el cerebro en relación con la exploración de la existencia de presunciones paradigmáticas, metodológicas y estadísticas, que interfieren en la apreciación de la presencia o ausencia de diferencias sexo/género.
La investigadora se doctoró con una tesis sobre género e investigación cerebral. Su interés en este tema surgió con la pregunta de si realmente había una diferencia entre hombres y mujeres en el cerebro.
«Hoy sé que esta misma forma de preguntar es errada, en el sentido de ser subcompleja», explica. «En las ciencias naturales siempre se buscan diferencias ‘significantes’, solo a través de las diferencias se produce saber, de otra manera existe la sensación de que no hay un aporte científico», agrega.
Para Kaiser, esta fijación en la diferenciación es problemática en el tema de género y crea una tendencia, porque prácticamente solo se trata de tener que hallar diferencias.
«Mi interés en el tema creció cuando noté que, al plantear preguntas de manera interdisciplinar, hay que tomar en cuenta las dos disciplinas involucradas con sus teorías y métodos. En este caso, en la investigación de género y neuronal, dos líneas de investigación muy distintas… Me interesa mucho cómo ambas responden mi pregunta, porque chocas dos culturas del conocimiento muy distintas, casi antagónicas, a las cuales, sin embargo, hay que tomar en cuenta», detalla.
Tras varios años de investigación, Kaiser concluye que no hay diferencia de género en el cerebro.
«El mío se distingue del suyo de muchas maneras», asegura. «La formación de grupos a lo largo de una división binaria es tan escasa que no se puede hablar de una dualidad», puntualiza.
Su colega y neurocientífica israelí Daphna Joel señala que «hay algo así como un ‘sexo 3G’ (genes, gónadas, genitales)», pero ello no se aplica para el cerebro, según Kaiser.
«Con frecuencia se utiliza en este aspecto el término ‘dimorfismo sexual del cerebro’, pero este es errado, porque el cerebro no existe en dos formas de género, a pesar de que se puedan medir diferencias en algunas regiones del cerebro según se plantee la pregunta, según la estadística, según el diseño experimental».
«Una diferencia no es dimorfismo», insiste. «Incluso de las mismas diferencias específicas que arrojan las mediciones de pruebas no se puede concluir que hay un cerebro para hombres y otro de mujeres», recalca.
Kaiser además destaca que la ideología dominante (hetero) ha influido en las investigaciones en todas sus dimensiones.
«Aparte de eso, se parte de una diferencia preexistente, con diferencias que son consideradas estables y universales a lo largo del tiempo», agrega.
«En el tema universal, con frecuencia olvidamos que ‘the cerebral subject’ es un sujeto occidental: la investigación neurocientífica se realiza mayormente en Estados Unidos, en Europa Central, en algunas partes de Asia y América Central. El conocimiento producido en ningún caso representa a todos las personas del mundo», plantea.
La académica subraya que, en general, en la neurociencia uno se orienta en un sujeto masculino: en la descripción de grupos de suele mencionar primero a los varones, y que a las mujeres se les distingue de los hombres, y no al revés. De hecho, las mujeres (y modelos femeninos de animales) durante largo tiempo fueron excluidos por la neurociencia.
También hay menos mujeres en el campo de las neurociencias, y proporcionalmente hay menos mujeres como primeras autoras en las publicaciones.
Para Kaiser, la ideología dominante también hace que se muestren primero los escáneres cerebrales masculinos, al igual que aquellos que integran los grupos dominantes, como heterosexuales (versus homosexuales), sanos (versos enfermos), blancos (versus negros), de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha.
«De esta forma quiero decir que la ideología dominante se transmite y fortalece implícitamente también a través de la forma en que se presentan las informaciones y resultados», añade.
«La ideología también es dominante porque usualmente se investigan a los géneros domininantes, ¿pero qué sucede entre masculino y femenino? ¿Qué sucede si los roles de género van cambiando a lo largo del tiempo? ¿Dónde hallamos estos cambios en el cerebro y qué significa eso en realidad para la neurobiología del cerebro? Si en verdad el cerebro es plástico. De hecho, ‘queer'».
Si el cerebro es uno solo y no tiene género, ¿cómo se explicaría el caso de los transexuales?
«¿Por qué hay que buscar las respuestas sobre el origen del fenómeno trans en el cerebro? La identidad de género es un tema tan complejo que máximo se puede hablar de correlatos de la identidad de género en el cerebro, si es que», responde.
«Ni el cerebro ni los rasgos de género se manifiestan en una sola forma, sino de tantas maneras como hay seres humanos. Si se mira así, la trans identidad de una persona masculina es muy distinta a la trans identidad de otra persona masculina, también en el cerebro», añade.
Kaiser destaca que muchos estudios sobre la trans identidad mostraban hasta hace poco que una determinada parte del hipotálamo es responsable de que las personas tengan una identidad de género distinta a la atribuida en su nacimiento. Investigaciones neurocientíficas con hombres y ratas mostraban que esta parte del hipotálamo está vinculada con el comportamiento sexual, y a partir de animales se hicieron deducciones sobre el ser humano.
«Hoy se sabe que el comportamiento sexual y la identidad de género son dos cosas diferentes, además de muchas cosas vinculadas al tema de sexo y género, como por ejemplo diferencias anatómicas cerebrales debidas a una socialización de género de muchos años, oscilaciones hormonales dentro del individuo a lo largo de un periodo de su vida, etc.», comenta.
Los trabajos son tan diversos y hay tanto campo por explorar en este tema, «que falta mucho todavía». «La diferenciación de términos –identidad de género, rol de género, comportamiento sexual, expresión de género y otros– se la debemos a los estudios de género. Ellos impulsan un trabajo de términos. Luego la neurociencia a veces implementa preguntas sin diferenciar del todo estos términos, de manera que lo trans en la neurociencia se iguala a comportamiento sexual y se enfoca en regiones cerebrales, de los cuales se sabía que estaban vinculados en la moderación del comportamiento sexual», afirma.
Agrega que un tema totalmente diferente es cómo el activismo trans quiere, puede o debe usar los conocimiento de la neurociencia y los estudios de género para sus luchas por igualdad de derechos.
Sin embargo, es evidente que hombres y mujeres secretan hormonas diferentes. ¿Influyen estas en el cerebro, en opinión de Kaiser?
«No soy endocrinóloga, y mi foco no está en las hormonas, pero le aseguro que mujeres y hombres tienen las mismas ‘hormonas sexuales’ en el cuerpo si se refiere estradiol y testosterona. Con esto quiero decir que los hombres tienen estradiol y las mujeres testosterona en el cuerpo», responde.
Actualmente, en efecto, Kaiser realiza una investigación donde queda claro que los grupos de mujeres y hombres no se diferencian mayormente en el contenido de estradiol.
«Sin embargo, no me malentienda, obviamente las hormonas y esteroides tienen su efecto. Si hoy comenzara con un ingesta de testosterona, en pocos meses mi cuerpo tendría rasgos ‘masculinos’ en sentido de crecimiento de barba y una voz más ronca. Y obviamente estas hormonas que ingeriría influirían en todo mi cuerpo, incluido el cerebro. Ese efecto no puede negarse», señala.
«Sin embargo, me pregunto por qué la barba se vincula exclusivamente con la masculinidad. ¿Por qué nos irrita, nos consterna, nos amenaza, si vemos una cara como la de Conchita Wurst?», en referencia a un personaje artístico creado por el cantante austríaco Thomas Neuwirth, que es una mujer con barba.
«Porque solo admitimos la influencia de la testosterona en el crecimiento de la barba, lo admitimos socialmente solo cuando se manifiesta en un rostro ‘masculino’ y no en uno femenino. Sin embargo, esta es una cuestión primaria de influencia de la hormona sobre el cerebro o nuestra biología, si no, las normas y visiones sociales».
Finalmente, Kaiser admite que el tema del cerebro y género ha sido usado ideológicamente, tanto por conservadores como feministas.
«En pocas palabras, el tema es usado por los conservadores para mostrar que el hecho de que haya dos géneros es neurobiológico, con lo cual es inmodificable, determinado. A partir de ello se deduce que un cierto orden de género es correcto, por ejemplo, que las mujeres tienen facilidad para los puestos ‘empáticos’, y que las mujeres son mejores padres porque, por así decirlo, así está fijado en sus cerebros», dice.
Por otro lado, las investigadoras feministas y feministas queer se enfocan en otros aspectos, como la neuroplasticidad del cerebro, la variabilidad de datos, la interseccionalidad, la problemática de los análisis post hoc, etc., para mostrar que en su biología el cerebro es mucho más abierto que lo que suponía la sociedad hasta ahora.
«De esta manera, las feministas o al menos una parte de ellas impulsan una investigación neurocientífica empírica, en la así llamada ‘biología de la liberación’ de los roles de género», enfatiza.
En ese sentido, es clave la experiencia de la red NeuroGenderings, que se ha especializado en el tema y sus diversos aspectos, y que Kaiser califica de «permanente y fortalecedora».
«No hay muchos de nosotros y estamos repartidos en todo el mundo, por eso es importante hacer redes», relata. «Tenemos pocos recursos y actuamos desde los márgenes, somos un grupo informal de científicas. A pesar de eso, algunas, gracias a sus investigaciones, han podido influir en el discurso intracientífico, pero sobre todo en la comunicación científica y también corregir la percepción pública del cerebro de género», detalla.
La académica concluye que, al interior de la red, la investigación se desarrolla hacia la interseccionalidad, «es decir, percibimos fuertemente que no es nuestro único interés la dimensión sexo y género, sino que estas están más vinculadas con otras dimensiones, como etnicidad, la discriminación contra las personas con discapacidad, el origen social, etcétera».
«Otro avance científico importante es la implementación de proyectos empíricos propios, es decir, experimentos propios, en vez de dejarle la neurociencia al mainstream para luego criticarlos. En nuestra red es central que haya experimentación propia en los laboratorios y cambiar la neurociencia desde adentro, por así decirlo», señala.