La ausencia de la figura femenina en los hitos de la humanidad, contribuyó a la creación de un relato histórico incompleto. Sin embargo, en la actualidad existen organizaciones y actores sociales que están combatiendo este fenómeno, evidenciando la labor de excepcionales mujeres que, en un contexto hostil, lograron hacer historia.
«En pleno siglo XXI, no es novedad afirmar que los hombres históricamente han ocupado posiciones de poder en la esfera política, económica, cultural y familiar. Este fenómeno también permitió que los hombres tuvieran el poder de la palabra y la escritura», explica a El Mostrador la doctora en Historia, Ana Gálvez.
Por consecuencia, el relato histórico de la extensa línea de tiempo de la humanidad, fue construido con una notoria ausencia de la figura femenina, ya que «tradicionalmente fue escrita por hombres».
«Cuando ellos comienzan a escribir la historia, lo hacen desde categorías que son masculinas», explica la historiadora, y añade que esto invisibiliza «las categorías históricas importantes para las mujeres».
En este sentido, los hechos históricos considerados como relevantes, son hitos donde únicamente los hombres han destacado, como, por ejemplo, las guerras. «Siempre se nos ha enseñado sobre guerras mundiales e invasiones donde los hombres son los que toman decisiones políticas y diplomáticas», afirma la profesora de historia.
En contraste, gran parte de los acontecimientos protagonizados por mujeres fueron invisibilizados, al ser relegadas al espacio privado y familiar, considerando la perspectiva femenina como algo «no histórico por no transcurrir en el espacio público».
Sin embargo, que las mujeres «no hayan participado históricamente en el mundo público, no tiene que ver con la biología ni condición natural», enfatiza Gálvez, más bien «tiene que ver con una construcción de género y poder político donde se ve cómo se distribuye el poder y los roles entre hombres y mujeres».
Fue con la llegada de la segunda ola feminista, en la década de los 60, cuando las actividades femeninas comenzaron a tomar relevancia en el relato histórico. En este sentido, la escritora Kate Millet fue una de las pioneras en consignar que «lo personal es político”, argumentando que «lo que ocurre en el mundo privado también responde a categorías políticas».
Con el impacto de las demandas feministas, la historia comenzó a reescribirse con nuevas figuras femeninas como protagonistas. De allí destacan mujeres como Isabel Le Brun (1845-1930), la educadora chilena que fundó una escuela secundaria para preparar a las mujeres que querían ingresar a la universidad.
En su época, la educación secundaria era limitada y solo disponible a través de escuelas religiosas. Le Brun abrió en Santiago, en 1875, una escuela secundaria privada, que fue conocida más tarde como Liceo Isabel Le Brun. Esto pavimentó el camino para los establecimientos educacionales estatales para ambos sexos. Ella no solo impartía educación primaria, sino también la secundaria. Esto implicó que, al final del segundo año de funcionamiento del colegio, el 1 de diciembre de 1876, decidiera enviar al Consejo de Admisión de la Universidad de Chile la nominación de una comisión que validara los exámenes de las alumnas de su institución, lo que significaba abrir las puertas de la universidad a las mujeres.
Debido a su presión y gestiones, logró en 1877 una autorización del ministro de Educación Miguel Luis Amunátegui. La educación superior quedaba al alcance de las mujeres.
Una estatua dedicada a ella y a la educadora chilena Antonia Tarragó, hecha por Samuel Román, fue erigida en Santiago.
La iniciativa de Le Brun la convirtió en una de las precursoras del Decreto Amunátegui de 1877, la ley que autorizó a las mujeres a cursar estudios universitarios en Chile. Este acto de sororidad abrió las puertas para que más mujeres rompieran con el paradigma sexista y salieran del espacio privado para hacer historia.
En este contexto, cabe destacar referentes como Matilde Throup (1876-1922), la primera mujer en titularse como abogada en Chile.
Nació en Angol en 1876, hija de un antiguo militar del Ejército de Chile. El 28 de marzo de 1887 obtuvo el Bachillerato en Filosofía y Humanidades. Posterior a ello, ingresó a estudiar a la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas –hoy en día Facultad de Derecho– de la Universidad de Chile, donde recibió el Bachillerato en Leyes y Ciencias Políticas el 25 de mayo de 1891.
El 6 de junio de 1892 obtuvo la Licenciatura en Leyes, convirtiéndose así en la primera mujer chilena en recibir este grado universitario, lo que le permitió recibir el título de abogada, otorgado por la Corte Suprema. La titulación de Throup fue antecedente para Bélgica y Argentina en el otorgamiento del título de abogada a mujeres de sus respectivos países.
Tras convertirse en abogada, Throup postuló al cargo de secretaria del Juzgado de Letras, notaria y conservadora de Bienes Raíces del departamento de Ancud. La Corte de Apelaciones de Concepción pidió un informe en derecho al fiscal de turno respecto a su procedencia, el que estimó que por ser mujer no podía acceder al puesto, criterio que hizo suyo el tribunal de alzada mediante resolución publicada el 6 de abril de 1893. Throup apeló a la Corte Suprema, que revocó la decisión inicial, el 23 de septiembre de 1893, sentando un precedente respecto al derecho de las mujeres para acceder a cargos públicos, en que se requería el título de abogado, en iguales condiciones a los hombres.
Eloísa Díaz (1866-1950), la primera doctora en medicina de Chile. En 1880 postuló a la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile e igual que Matilde Throup logró entrar a la universidad tras la promulgación de la ley Amunátegui, que fue impulsada por la pionera de todo, Isabel Le Brun. El ambiente nacional en ese momento se encontraba revuelto porque poco antes se había inscrito una mujer, Domitila Silva, en el Servicio Electoral, argumentando que cumplía con tener nacionalidad chilena y saber leer y escribir. Tuvieron que aceptarla, pero después se prohibiría expresamente el voto femenino.
Debido a los prejuicios sociales imperantes en su época, Eloísa Díaz debía asistir a clases acompañada de su madre. Se graduó en Medicina Cirugía el día 27 de diciembre de 1886, presentando como tesis un manuscrito titulado «Breves observaciones sobre la aparición de la pubertad en la mujer chilena y las predisposiciones patológicas del sexo». Recibió su título profesional el 3 de enero de 1887, convirtiéndose así en la primera mujer de Chile y América del Sur en graduarse y obtener un título en Medicina.
Justicia Espada Acuña (1893 – 1980), primera Ingeniera de Chile y de Sudamérica y, al igual que Eloísa Díaz, fue la primera mujer en estudiar una carrera que, hasta el momento, era solo para hombres. Fue compañera de Arturo Alessandri y, una vez finalizada su carrera, se desempeñó como calculista en la Empresa de Ferrocarriles del Estado.
En 1913 ingresó a la carrera de Ingeniería en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, siendo la única mujer entre todos los estudiantes de esa facultad. Se tituló de ingeniera civil en 1919. En su época fue todo un suceso su titulación. Honrando su esfuerzo por la emancipación femenina, el Colegio de Ingenieros de Chile inauguró en julio de 1980 la «Galería de los Ingenieros Ilustres», donde fue incluida, y en 1991 se creó el Premio Justicia Acuña Mena, que se otorga cada dos años a una mujer ingeniera destacada en el ejercicio de su profesión.
Actualmente, la misión de reconstruir los vacíos históricos que carecen de perspectiva femenina está progresando paulatinamente. Parte de esta labor la ha impulsado la fundación Wikimedia Chile, que lleva cerca de 4 años realizando encuentros masivos con perspectiva de género, para incorporar artículos y biografías de mujeres que en su momento fueron omitidos.
Los encuentros nacionales e internacionales conocidos como Editatón, se han realizado con la colaboración de investigadoras de instituciones culturales y voluntarias de distintos rubros, quienes dieron a conocer la labor de artistas, científicas, actrices, productoras y escritoras que no contaban siquiera con una biografía.
«Hemos logrado generar una suerte de comunidad de editoras que han ido desarrollando un trabajo silencioso pero muy importante para relevar el rol de la mujer chilena», comenta Marco Correa, de Wikimedia Chile, a El Mostrador.
Una de las «editatones» que cobró mayor relevancia en Chile fue la de Editafem, centrada en visibilizar a las mujeres artistas chilenas para «complementar las narrativas actuales de los museos y de la historia del arte local», explica la curadora e historiadora del arte, Gloria Cortés.
Durante las jornadas de Editafem, surgieron nombres de mujeres como Celia Castro (1860-1930), quien fue la primera en estudiar pintura profesional en Chile, además de ser una de las pocas pintoras que realizó una exposición en la Sala Latinoamericana de Bellas Artes, París.
La vida de Celia Castro en el ambiente cultural comienza con su encuentro con el pintor Manuel Antonio Caro, quien le recomendó, al ver sus trabajos, dirigirse a Santiago para estudiar profesionalmente en Bellas Artes. Siguiendo su consejo, Castro estudió pintura, primero, con Pedro Ohlsen, y luego con Pedro Lira, llegando a formar parte del selecto grupo de los más sobresalientes herederos del pintor. Castro logró notoriedad pública con su participación en el Salón Oficial de 1884, donde presentó la ahora clásica obra, Las Playeras. Esta obra fue premiada en el certamen Edward en 1889, para luego ser adquirida por la comisión del Museo Nacional de Bellas Artes, para luego, en 1934, pasar a manos del Museo O’Higginiano, ubicado en la ciudad de Talca.
Editafem se realizó por dos años consecutivos (2017-2018) y logró convocar a más de 60 curadoras, investigadoras y mediadoras de diferentes museos e instituciones culturales, con el objetivo de evidenciar el trabajo de aproximadamente 100 artistas que han estado ausentes en las colecciones nacionales.
La ausencia de mujeres no solo se da en el contenido histórico propiamente tal, sino también en el grupo de personas que producen dichos contenidos. «Existe una cantidad de editoras muy inferior a la cantidad de editores», comenta Correa, y señala que entre un 10% y 15% de las personas que editan Wikipedia son mujeres, «por lo que hay una notoria falta de perspectivas».
Es por esto que iniciativas como Editatón pretenden «terminar con esta brecha de género para que haya un acceso libre a la suma del conocimiento humano, porque si la historia la están escribiendo solo hombres, es un conocimiento incompleto».
En este sentido, el trabajo realizado por Wikimedia es «meticuloso respecto a cómo acceder a la información», explica Correa, ya que muchas veces interfiere «el sesgo de género de la prensa, libros y registros históricos», donde las mujeres no están lo suficientemente analizadas.
«El año pasado hicimos una Editatón en La Serena respecto del legado de Gabriela Mistral, donde la mayoría de los libros de ella no tenían artículos en Wikipedia, a diferencia de los de Pablo Neruda», cuenta Marco Correa, y añade que «es un ejemplo donde dos premios Nobel tienen una diferencia entre la cantidad y calidad de sus contenidos solo por su género».
Como parte de las conmemoraciones por el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, Unesco y Wikimedia decidieron unirse en la actividad #Wiki4Women, una jornada de edición masiva que se realizará a nivel mundial este 8 de marzo, y que busca promover la presencia de mujeres destacadas en Wikipedia.