En la segunda entrega de su viaje por la Antártica a bordo del rompehielo noruego «Kronprins Haakon», el científico español del centro investigador chileno IDEAL narra su encuentro con los krill y por qué pasó 48 horas sin dormir.
Comenzar una campaña oceanográfica siempre es complicado. Los científicos y la tripulación tienen que conocerse entre ellos y los unos a los otros. Ver cuál es la mejor forma para hacer las maniobras e ir coordinándose hasta que se logra una suerte de rutina.
En nuestro caso todo este proceso se ha visto ralentizado por el hecho de que el barco es prácticamente nuevo (salvo por unas pruebas en el Ártico) y toda la tripulación, desde el jefe de máquinas hasta el contramaestre, están descubriendo las mañas del buque, que no son pocas.
Durante los primeros días diferentes alarmas estridentes suenan con frecuencia, ya que estos sistemas tan modernos y automatizados protestan cuando las cosas no se hacen en el orden que ellos quieren. Esta circunstancia y nuestra normal falta de coordinación hace que nos retrasemos más de lo esperado estos primeros días, pero es algo más o menos normal.
Habrá que esperar a ver si ahora que hemos mejorado en nuestra coordinación hombre-hombre y hombre-barco podemos recuperar algo del tiempo perdido y si no deberemos sacrificar alguna de las tareas planificadas a priori.
Ahora que estamos terminando nuestro trabajo aquí puedo decir que el estrecho Bransfield (entre la península Antártica y las islas Shetland del sur) nunca defrauda. Es una zona de especial interés pues aquí confluyen aguas que se originan en otras zonas Antárticas (por ejemplo, del mar de Weddell). Además, en sus aguas conviven ballenas, pingüinos y focas con una flota creciente de barcos que vienen a pescar krill.
Nuestros colegas que se encuentran acampando en Isla Decepción (un volcán activo) desde hace un par de meses han podido enviarnos un corto mensaje donde nos han señalado una zona al sur-este de la isla donde los pingüinos se están alimentando. Sus resultados preliminares nos dicen que está siendo un buen verano para los pingüinos que están ganando mucho peso. Las imágenes tomadas por las cámaras adosadas a la espalda de las aves lo confirman.
Hay mucho krill en el agua y eso siempre es una buena noticia para todos los predadores que dependen de él. La información aportada desde tierra por nuestros colegas es vital ya que nos señala el punto donde anclaremos unos sensores que se quedarán más de un mes (hasta fines de febrero que los recuperaremos) registrando acústicamente la cantidad de krill en la zona, así como las condiciones del agua (salinidad y temperatura principalmente).
Cruzar los datos de estos sensores con los resultados obtenidos en tierra nos permitirá conocer mejor las interacciones entre el krill y los pingüinos, lo que seguro ayudará a mejorar la gestión de estos ecosistemas antárticos.
Las fotos tomadas por los pingüinos y los datos acústicos no mentían. Hay krill en el agua y hemos sido capaces de obtener individuos en muy buenas condiciones.
Lo que ha activado un protocolo que me ha tenido despierto unas 48-72 horas casi sin dormir. Con estos individuos en buenas condiciones hemos realizado una serie de experimentos para estimar la cantidad de energía que tiene disponible el krill para crecer o reproducirse durante el verano.
Aunque mis horas de sueño se vean muy mermadas, espero poder repetir estos experimentos en las Orcadas y Georgia del sur para así poder analizar qué zona de las tres es más favorable para el krill durante este verano. Ahora vamos rumbo a las Orcadas, zona donde se pesca la mayor cantidad de krill en el mundo, pero eso será el próximo capítulo de esta historia.