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Critica a libro “Chile en las series de televisión”: las series de ficción como dispositivos de memoria y reflexión histórica CULTURA|OPINIÓN

Critica a libro “Chile en las series de televisión”: las series de ficción como dispositivos de memoria y reflexión histórica

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Las series se constituyen en productos culturales de hondo valor a nivel artístico e industrial, pero sobre todo social, que ayudaron a enriquecer el debate público en torno a nuestra historia reciente, como las violaciones a los derechos humanos o las condiciones de injusticia y desigualdad todavía existentes en ámbitos tan sensibles como la educación.


“Yo parto de la idea de que los medios de comunicación no son un puro fenómeno comercial, no son un puro fenómeno de manipulación ideológica, son un fenómeno cultural a través del cual la gente, mucha gente, cada vez más gente, vive la constitución del sentido de su vida”,

Jesús Martín-Barbero.

El libro Chile en las series de televisión (RIL Editores, 2019) versa sobre el proceso de producción de tres series chilenas, Los 80, Los archivos del Cardenal y El reemplazante, editado por los académicos de la U. de Chile, Javier Mateos-Pérez y Gloria Ochoa. La investigación está dividida en varios artículos y la elección de dichos productos ficcionales viene dado por su contenido narrativo, el contexto social en el que surgen y la recepción de la audiencia. Esto entendido a partir de la importancia que han adquirido las series como representación sociocultural del país, ya sea abordando la época dictatorial (en el caso de Los 80 y Los archivos del Cardenal), o la actualidad, en específico los conflictos estudiantiles derivados de la crisis del modelo educativo neoliberal “y su impacto en jóvenes de un sector marginal de Santiago” (en el caso de El reemplazante).

Dicen los editores en la introducción:

“(…) Las series de televisión son un eje vertebrador de la programación televisiva. Estos productos audiovisuales han cosechado un importante éxito de seguimiento por parte de espectadoras y espectadores, que aprecian y valoran positivamente las series nacionales. Se trata de espacios televisivos capaces de aglutinar audiencias masivas que siguen la emisión con una periodicidad regular y constante, conformando un público altamente fidelizado” (pág. 15).

Las series, en este sentido, se constituyen en productos culturales de hondo valor a nivel artístico e industrial, pero sobre todo social, que ayudaron a enriquecer el debate público en torno a nuestra historia reciente, como las violaciones a los derechos humanos o las condiciones de injusticia y desigualdad todavía existentes en ámbitos tan sensibles como la educación.

[cita tipo=»destaque»]La investigación parte de la base, siguiendo a Claudia Bossay en uno de los artículos, que el audiovisual (ya sea cine o televisión, ficción o no ficción) crea una interpretación visual del pasado y de la coyuntura político-social del presente, más allá de las licencias creativas que pueden darse en la forma de imprecisiones o decisiones narrativas. Un imaginario de lo posible que, por ejemplo, Los 80 utiliza al insertar registros de prensa de Canal 13, así como registros documentales (Cien niños esperando un tren de Ignacio Agüero), video-reportajes (Teleanálisis) o registros de radio de la época. Ocurre algo parecido con el uso de la fotografía en Los archivos del Cardenal.[/cita]

“Buena parte del éxito de estas series se debe precisamente a la identificación de la audiencia con la memoria personal y colectiva, vinculada a determinadas temáticas que es necesario someter a la discusión pública. Lo que lleva a postular que, para espectadoras y espectadores, es importante que la televisión sea un medio que entregue contenidos para la controversia y la reflexión social sobre el país y la sociedad” (pág. 17).

El libro, que es el resultado de la investigación plasmada en el proyecto FONDECYT La representación de la historia reciente de Chile en las series de ficción nacionales de máxima audiencia y su recepción en el público juvenil (2015, número 1150562), se deriva de tres estudios. El primero relacionado con el contexto de producción a través de entrevistas a directores, creadores (as), guionistas, productores (as), actores y actrices. Aquí se entregan datos de emisión, los costos de cada capítulo y temporada, así como la historia detrás de cada serie: desde el nacimiento de la idea, la investigación previa, hasta la preparación de los y las personajes, las jornadas de grabación, las locaciones, la puesta en escena, la iluminación, el montaje, la banda sonora, incluyendo las dificultades técnicas, materiales, televisivas y políticas (por ejemplo, el tema del aborto en El reemplazante o la crudeza de las violaciones a los derechos humanos y la resistencia armada en el caso de Los archivos del Cardenal). Información que el público general no podría obtener por su cuenta sino fuera por la voz misma de sus protagonistas.

Editores Javier Mateos-Pérez y Gloria Ochoa

El segundo estudio se focaliza en el contenido de las tres series: su relato, narrativa, análisis de personajes. Aspecto relevante es el análisis de las configuraciones de género. Mientras en Los 80 domina un imaginario familiar-tradicional, representado por los Herrera López (en particular de Juan Herrera como el estereotipo de padre de familia patriarcal y Ana, la madre sumisa); en Los archivos del Cardenal, se destaca el rol de las mujeres, a pesar de la trayectoria emotivo-moral de la protagonista (Laura Pedregal) que todavía responde a los cánones patriarcales, donde la figura masculina es presencia constante.

“Laura representa -y asume- una función que el patriarcado ha otorgado a las mujeres: la protección de otros, el sentido de la propia vida a razón de otros, incluso en la muerte. Esta función es coherente con la labor que han ejercido las mujeres en los contextos de represión dictatorial, es decir, en momentos de fuerte aniquilamiento o atomización de la acción política y social” (pág. 97).

En el caso de El reemplazante, se destaca el rol del personaje de Kathy, líder y activista política, como forma de empoderamiento femenino, quien junto a su curso busca resistirse a las lógicas de mercado propias de un sistema neoliberal, en un contexto crudo pero esperanzador de un liceo subvencionado de barrio periférico.

El tercero estudio está enfocado en el análisis de la recepción que el público (en particular, la audiencia juvenil) realizó de estas producciones.

¿Qué llevó a las y los jóvenes a ver Los 80? Gloria Ochoa, en uno de los artículos, destaca que una de las primeras motivaciones surge de recomendaciones o comentarios familiares y amistades. También que se haya indagado en temas no tratados en formato de ficción, “aunque, de acuerdo con algunas opiniones, a veces entrega un contenido informativo que puede resultar escaso o algo desordenado”. Entre las críticas se encuentran no haber profundizado “en el accionar represivo de la dictadura” y “mostrar la llegada de la democracia como un final feliz”. Además, se plantea negativamente “la familia prototípica”, conservadora, patriarcal, una visión cultural donde “la familia triunfa sobre la adversidad y se mantiene siempre unida ante cualquier problema”. Se cuestiona, a su vez, el carácter centralista de la serie, pues los Herrera López son de Santiago.

La principal motivación para ver Los archivos del Cardenal, a juicio de Ochoa, “fue conocer más acerca del periodo de la dictadura militar, tanto por cercanía a esta historia como por desconocimiento de la misma”. Se valora la exhibición de la represión y el terrorismo de Estado, en términos crudos y realistas, por ejemplo, las escenas de tortura. También se valoran otros aspectos como el rol de la Vicaría (una versión distinta de la Iglesia Católica que conocemos hoy; en el tiempo dictatorial, comprometida con los más pobres y con los perseguidos) y la profundidad con que se aborda la psicología de los personajes. Se critica, en cambio, que la serie se enfoque en familias y personajes principalmente de un sector acomodado e intelectual, dejando afuera a personajes de un estrato popular.

En el caso de El reemplazante la motivación es la recomendación de amistades. Además, se valora la participación de un actor conocido como protagonista y el acercamiento a prácticas pedagógicas, “es decir, la forma en que un docente aborda la enseñanza en un contexto de pobreza y vulnerabilidad”. Que aborde la contingencia como la desigualdad del sistema educativo o el movimiento estudiantil no es menor. “A diferencia de las series previas y del boom que hubo a propósito de los cuarenta años del golpe de Estado, El reemplazante aborda temas de actualidad y trata la problemática específica de jóvenes marginales”. Se critica, por el contrario, por no haber incorporado en la historia la situación de sectores acomodados y contrastar ambas realidades.

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Preguntas como ¿qué ha ocurrido en la sociedad chilena durante el siglo XXI que favorece la producción y emisión de tres series de ficción televisiva que abordan parte de la historia reciente del país: Los 80, Los archivos del Cardenal y El reemplazante? son relevantes porque develan la importancia de los procesos de memorialización respecto a la dictadura cívico-militar, proceso que tuvo poco cabida durante los años 90, en la llamada transición;  y el rol de estas series como dispositivos de lectura y reflexión a la par con las nuevas generaciones que son precisamente quienes consumen estos productos culturales.

También ha puesto en relieve y tensión el entramado político-institucional heredado de la dictadura y profundizado en democracia que se hace visible, por ejemplo, en la educación, con un modelo neoliberal que exacerba la competencia, la libertad individual, el esfuerzo personal, que no hace sino configurar subjetividades y sentidos comunes que atraviesan vastos sectores de la población. Es el caso de El reemplazante que funciona como una radiografía del Chile contemporáneo: violencia, vulnerabilidad, pobreza, abandono, abuso sexual, racismo, xenofobia o narcotráfico.

El reemplazante marcó un hito por narrar desde la ficción una contingencia que estaba aconteciendo en la sociedad e instalar el debate sobre la educación en la televisión al hilo de las protestas estudiantiles de 2011 y de las discusiones parlamentarias y técnicas que fueron surgiendo con respecto al tema. En la serie se muestra la pobreza y se recalca la desigualdad explicada como una consecuencia del sistema económico neoliberal y del perverso sistema de educación basado en el lucro” (pág. 220).

La consolidación de este tipo de series, en su abordaje histórico-social en la gran pantalla televisiva y con alta audiencia, viene de la mano con “la creciente apertura de la sociedad chilena a mirar y reflexionar en torno al pasado”, pero también gracias a las profundas transformaciones televisivas a nivel mundial, las nuevas plataformas y tecnologías; y no menor, a una política de financiamiento estatal (pese a sus inconvenientes) desde principios de los 90. Todo lo anterior ha permitido diálogos, encuentros, discusiones e interpretaciones, movilizando y haciendo circular una memoria colectiva y familiar tanto de la historia reciente como de la propia actualidad.

La investigación parte de la base, siguiendo a Claudia Bossay en uno de los artículos, que el audiovisual (ya sea cine o televisión, ficción o no ficción) crea una interpretación visual del pasado y de la coyuntura político-social del presente, más allá de las licencias creativas que pueden darse en la forma de imprecisiones o decisiones narrativas. Un imaginario de lo posible que, por ejemplo, Los 80 utiliza al insertar registros de prensa de Canal 13, así como registros documentales (Cien niños esperando un tren de Ignacio Agüero), video-reportajes (Teleanálisis) o registros de radio de la época. Ocurre algo parecido con el uso de la fotografía en Los archivos del Cardenal.

“Las imágenes que brindan estas series de ficción son esenciales, puesto que nos permiten evaluarnos, mirar nuestra sociedad y cómo la hemos construido. Al final, la invitación es la misma: no parar de reflexionar sobre el pasado, inventar nuevas imágenes y exhibirlas en todos los medios posibles y, así, mediante el arte, lidiar con el peso de la verdad” (pág. 62).

“Lo interesante de estos formatos es que no se quedan en la simple recuperación nostálgica del pasado, sino que tratan de profundizar en su análisis sobre una época que ha sido capital en la transformación social, política, económica y cultural del país, y procuran visibilizar y difundir la historia reciente, no solo para las personas que vivieron los acontecimientos, sino también para las generaciones que los desconocieron o no los vivieron” (pág. 292).

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En definitiva, cabe destacar la comparecencia de varios autores y autoras en un trabajo interdisciplinario (desde expertos en comunicación social, antropólogos, doctores en educación, etc.) Además, y no menor, se agradece que esta investigación vaya más allá de la comodidad del análisis teórico, enfocándose también en las audiencias televisivas, lo que es relevante como praxis académica, generando nuevas reflexiones y/o interrogantes que sirvan de insumos valiosísimos para entender la sociedad actual a partir del prisma de la ficción audiovisual chilena.

Javier Mateos-Pérez y Gloria Ochoa, editores. Chile en las series de televisión. RIL editores, 2019. 312 páginas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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