Uno de los asistentes al reciente festival de cine de Cannes fue el chileno Roberto Anjari Rossi, un documentalista que lleva 15 años viviendo en Berlín. El director se encuentra trabajando actualmente en su primer proyecto de ficción, que trata sobre el primero hombre negro que estudió en Europa, y fue a Francia a conseguir apoyo para el film.
Uno de los asistentes al reciente festival de cine de Cannes fue el chileno Roberto Anjari Rossi, un documentalista que lleva 15 años viviendo en Berlín.
Anjari se encuentra trabajando actualmente en su primero proyecto de ficción, que trata sobre el primero hombre negro que estudió en Europa, y fue a Francia a conseguir apoyo para el film.
«En los festivales me interesa conocer profesionales de mi país y de Alemania, donde vivo y trabajo», explica.
«Si ya tienes un proyecto, antes de venir tienes que saber qué personas te pueden ayudar a tu proyecto, porque los festivales son tan grandes que a veces uno se pierde. Hay que tener paciencia».
El chileno tiene nueve cortometrajes y un documental a su haber («El legado», de 2015, ganador en Fidocs). En la capital alemana es un colaborador habitual de la Berlinale, específicamente el European Film Market.
Actualmente su nuevo film está en la etapa de guión y Anjari admite que tiene algo que ver con su propia biografía.
«Cuando uno viaja a vivir a otro país, independiente de tu apariencia o color de piel, siempre hay cosas a las que hay que adaptarse, sobre todo nosotros que venimos de una cultura católica», comenta.
Tras estudiar Literatura en la UC, el cineasta migró a Alemania para estudiar en la Escuela de Cine y Televisión de Berlín.
«No sé si quería irme de Chile, pero sí quería seguir estudiando. Como Chile es tan caro para estudiar, salía más a cuenta hacerlo en Alemania», explica.
Fue todo un proceso, sobre todo el idioma. Cuando llegó a Alemania, se pasó tres años sin conocer a ningún hispanoparlante ni visitar a su familia en Chile. «Me sentí, durante bastante tiempo, un poco alienígena, pasaba mucho tiempo sin hablar castellano», confiesa.
A eso se sumó su adaptación a costumbres alemanas como la puntualidad.
«Si la junta es a las 8 y llegas a las 8.04, llamas para avisar. También aprendí a ser más ordenado con el dinero, porque vives en una sociedad donde hay mucho ahorro. Se te van contagiando esas costumbres».
Como le pasa a mucha gente, durante el estudio fue armando redes de contacto. «Tus compañeros se convierten en tus colegas y ya cuesta más irse. No sabía si volviendo a Chile las cosas iban a funcionar como acá».
Con su documental «El legado», Anjari estuvo seleccionado en Rotterdam, Guadalajara y Londres, y además de Fidocs se impuso en Toulouse. «Esto me sirvió para buscar financiamiento en otros proyectos».
Este proyecto trata sobre una abuela de 70 años y una nieta, de 17 que refleja dos generaciones de Chile, en una observación de su día a día.
«Por un lado muestra un Chile mucho más costumbrista, donde manda el patrón, hay que temerle al hombre, que manda, es el sustento de la casa y te puede hacer daño. Y por otro un Chile que no le teme a lo masculino, con una chica que quiere ser mecánica automotriz», explica.
Es una película que tiene partes dramáticas, pero también mucho humor. «Por eso creo que le gustó a la gente: ver esta dinámica de las dos mujeres», afirma.
Como demuestra «El legado», a pesar de vivir afuera Anjari no ha perdido el contacto con Chile. Tampoco con su cine.
«También vine a Cannes para conocer a productores y cineastas chilenos. Me encanta lo que está pasando allá. Hay mucha fuerza, mucha gente joven, mucho talento. El cine chileno está teniendo cada vez más atención y mejor reputación».
Para él, vivir en el exterior le ha servido para darse cuenta de varias cosas particulares del país.
«Somos una gran familia todos los chilenos. Por la historia y las fronteras naturales que fueron marcando nuestra personalidad. Tenemos nuestra propias reglas que sólo nosotros entendemos y cuesta comprender desde el extranjero», reflexiona.
Aún así también es crítico.
«Yo quiero a mi país, pero me choca que la gente gane sueldos tan bajos, que trabajen tantas horas, que en el caso de los santiaguinos tengan que viajar una hora y media al trabajo. Incluso la gente que puede costearse un mejor estilo de vida y tener un auto puede pasar una hora en un taco», señala.
«También me choca que teniendo tan cerca la cordillera y el mar la prioridad siga siendo ir al mall y no disfrutar el hermoso país que tenemos. Que la gente vaya poco a los museos, aunque el país ofrezca muchas actividades culturales. Que le peguen a los homosexuales por serlo, como a la niña lesbiana de Pudahuel. Creo que como sociedad todavía tenemos mucho para avanzar».
A la vez tiene esperanza y cree que el país ha cambiado para mejor.
«El ser como una pequeña familia también impide que nadie se arranque con los tarros, ni la izquierda ni la derecha, porque siempre hay un regulador», concluye.