La obra transita en este ámbito en cada una de sus dimensiones: los diálogos están constituidos desde un humor irónico, el lenguaje escénico es caricaturesco y satírico, desarrolla una visión de mundo sardónica y el público, por cierto, ingresa en ese verosímil y ríe, ríe bastante y, como podemos colegir de las reconstrucciones de Aristóteles, es precisamente la risa el efecto de catarsis en la comedia.
La comedia, como forma teatral ha sido, desde sus orígenes, extraordinariamente popular, aunque nunca haya contado con el mismo prestigio que la tragedia o el drama. No es casual que, por ejemplo, solo décadas después de iniciadas las grandes dionisíacas, la comedia tuviese un lugar en ellas de forma institucionalizada. No deja de ser extraño que, en un medio como el nuestro –donde el público es escaso- un estilo como la comedia, popular por naturaleza, es poco practicado. Tal vez, la respuesta sea particularmente sintomática: se trata de que lo popular no tiene mucha reputación, versus lo elitista, versus lo de aquello que supone “estar en el círculo de iniciados” y no fuera de él.
“El desmontaje de los Pereira” es, en toda ley, una comedia. Transita en este ámbito en cada una de sus dimensiones: los diálogos están constituidos desde un humor irónico, el lenguaje escénico es caricaturesco y satírico, desarrolla una visión de mundo sardónica y el público, por cierto, ingresa en ese verosímil y ríe, ríe bastante y, como podemos colegir de las reconstrucciones de Aristóteles, es precisamente la risa el efecto de catarsis en la comedia.
[cita tipo=»destaque»]“El desmontaje de los Pereira” es un trabajo interesante y que abre nuevos espectros en el medio teatral, advierte sobre lo necesitados que estamos de más comedia y busca una mirada irónica, ácida, en relación a nuestro concepto de familia, de relaciones sociales y políticas, con el valor de, efectivamente, hacer reír a la audiencia.[/cita]
La dramaturgia de Pablo Greene logra uno de los fenómenos más difíciles de conseguir en el teatro: hacer reír a la gente. Los diálogos son rápidos, ácidos y a menudo inteligentes, aunque también cae en ciertas obviedades del humor. En lo personal, esto último no me molesta en absoluto, la risa, a menudo, se trata precisamente de eso, generar la posibilidad de distanciarnos de lo real y soltar una carcajada a partir de lo que nos moviliza, si para llorar emocionados no buscamos tantas explicaciones sofisticadas, no veo por qué debería exigírsele lo mismo a otra emoción (similar, al fin y al cabo, al llanto, como la risa), en este sentido, Greene es preciso y eficiente, anuda las situaciones y diálogos para buscar el humor, pero sin perder el orden de la historia ni el sentido de sus personajes.
El mismo dramaturgo es quien dirige el montaje y aquí también se ve un buen manejo del lenguaje, tal vez menos preciso que en la dramaturgia, pero logra sus objetivos de todos modos. Las situaciones están ordenadas de manera sencilla y sin complicaciones excesivas, hay una historia por contar (lo que yo agradezco) y reflexiones que son posibles de generar a partir de los que vemos (lo que también agradezco), en este sentido, el montaje es tradicional, lo que no es un problema en absoluto, sino más bien un uso bien articulado e inteligente del lenguaje escénico, a partir de una toma de decisión estética, no se trata aquí de hacer un teatro efectista en términos de espectáculo, sino que se trata de situaciones bien articuladas en virtud de la comedia, con actuaciones que den lo necesario para que la empresa funcione. Es cierto, que a momentos el trabajo de dirección se pierde por el exceso de situaciones, diálogos e incluso ruido en escena, sin dejar que se asienten los hechos y procesos que se están viviendo sobre las tablas, pero son momentos excepcionales y que no empañan el bien logrado trabajo general.
En este sentido, las actuaciones, en efecto, son un punto central para sustentar el mecanismo escénico y, en términos generales, logran llevar a cabo un trabajo que acompaña y levanta la propuesta de Greene, cada una de las actrices y actores, solventan sus personajes a partir de una lógica que ingresa en el lenguaje planteado y lo enriquecen. Se trata de un elenco extenso y aunque eso a momentos ayuda al relativo desorden de algunas escenas, también permite la descomprensión de la repetitividad que se ve en otros trabajos.
José Antonio Raffo, es un actor que logra desenfado, exceso y una buena dosis de risas en su trabajo, de hecho, articula muy bien su personaje, porque aún siendo excesivo, no sobrepasa al público que, por lo demás, celebra bastante su actuación. Álvaro Valdebenito, por su parte, es preciso y logra pasar, muy rápidamente, por diversos estados emocionales en escena, un juego nada fácil que orienta permanentemente en relación a sus colegas. Mario Ocampo, ejecuta su personaje entregando una imagen reconocible de un personaje tipo, aún así, lo dota de identidad propia. Valentina Parada es una actriz especialmente interesante, en tanto construye un personaje entrañable, con mucha identidad y, al mismo tiempo, da con un cierto verosímil común a personalidades típicamente familiares.
Felipe Rojas desarrolla un trabajo notable. Sus acciones físicas y su voz, las diversas emociones que abre y la solidez con que logra hacer reír, del mismo modo con que articula un verdadero atletismo emocional, hacen que su trabajo desarrolle momentos inolvidables.
Katyna Huberman, por su parte, instala su trabajo con energía y diversos matices –en un personaje que en principio no los tiene- a partir de la relación que sustenta con sus colegas, este, me parece, es otro de los puntos altos de la escena, Huberman, en efecto, multiplica las posibilidades de su rol (insisto, que dramaturgicamente son pocas) a partir de su voz, cuerpo, acciones, es decir, de su actuación y la relación que sostiene con sus compañeros de escena.
Ana Reeves es, como ya he dicho antes, una de las mejores actrices nacionales. Extraordinariamente adaptable a diversos lenguajes y con la potencia de su experiencia, otra vez, propone su personaje desde la ironía, con su particular carisma y, sin duda, con la precisión –tan necesaria para la comedia- de saber accionar y reaccionar en el tiempo justo y con la intención precisa.
“El desmontaje de los Pereira” es un trabajo interesante y que abre nuevos espectros en el medio teatral, advierte sobre lo necesitados que estamos de más comedia y busca una mirada irónica, ácida, en relación a nuestro concepto de familia, de relaciones sociales y políticas, con el valor de, efectivamente, hacer reír a la audiencia.