Al abrir este libro nos enfrentamos a la anatomía presa de la desintegración, de la corrupción, la violencia o la enfermedad, cuestiones que nos recuerdan algunas acciones de arte o performance de Carlos Leppe en “Sala de espera” o el cortometraje “Six men getting sick”, de David Lynch
Este último libro de Maha Vial nos hace entrar en un terreno escabroso, salvaje, nutrido no tan sólo de la palabra poética, sino que también de aspectos propios del teatro, la performance, las artes visuales, el cine o la danza, todo matizado con el desorden de los sentidos que promulgara el incombustible Jean Arthur Rimbaud, que aún resuena en todos los rincones del planeta. Al abrir este libro nos enfrentamos a la anatomía presa de la desintegración, de la corrupción, la violencia o la enfermedad, cuestiones que nos recuerdan algunas acciones de arte o performance de Carlos Leppe en “Sala de espera” o el cortometraje “Six men getting sick”, de David Lynch: “estuve vomitando toda la noche/ la sustancia era verde/ con tintes de sangre y/ uno que otro bicho pataleando/ en su agonía” (p. 19). Así mismo, podemos encontrar su genealogía poética en la obra de artistas tan disímiles como Antonin Artaud, Gabriela Mistral, Francisco de Goya, Alfred Hitchcock en versos como: “La ciudad está llena de pájaros oscuros/ no hay manera de espantarlos/ sus picoteos caen sobre nuestros cuerpos/ como una verdadera granizada” (p. 22), e inclusive Friedrich Nietzsche: “ardan ardan ardan/ los ritmos/ todos los ritmos/ que no se puedan bailar” (p. 31), por mencionar tan sólo algunos.
[cita tipo=»destaque»]podemos ver una poética que surge y se consolida en aspectos relacionados a la suciedad como una estética válida, el feminismo bruto, salvaje, la metalingüística que cuestiona el trabajo poético y el desgarro de una voz en continuo tránsito entre distintos géneros que en esta oportunidad se dan cita en el poema, pero que perfectamente pueden tener su versión cinematográfica, teatral, performática o visual que se mantienen latentes en estos poemas.[/cita]
Así nos encontramos con aspectos muy interesantes en este libro que pareciera moverse en varias dimensiones o aspectos, como el arte poética: “el plan es el siguiente:/ abordar el poema/ a combos y patadas/ sin llantos aunque a ratos/ me encojo y recojo/ con el corazón/ empapado en lágrimas” (p. 8), “hay que dejar que el verso caiga/ que reviente su cuerpo bruto/ sobre un frío adoquín/ y que las palabras heridas/ sangradas/ vapuleadas/ se amontonen/ sobre si mismas sin ton ni son/ hay que dejar que el verso/ se torne violáceo pardo oscuro” (p. 44); la metalingüística: “¿Es posible un poema/ como una brasa candente/ que no se apague/ (…) y se vuelque sobre si mismo/ y sobre la vida/ como una garrapata/ a la carne fresca?/ Es posible/ es la única manera posible” (p. 11) o “la palabra la estoy sacando de un pozo/ (…) al final de la tarde/ una se mira al espejo/ y ve lo que ve la palabra desollada/ pero viva” (p. 15). En estos versos podemos apreciar su ser en el mundo como autoflagelación, sexo y tortura en que el cuerpo humano es una metáfora del cuerpo social, cuestión que se intensifica en poemas donde es el autorretrato su forma y fondo: “¡Ah! Cómo fustigué a la carne/ para que diera y recibiera/ la hice ir y venir/ bajo los mandatos de mi voz/ obediencia/ saturación/ maltrato a veces/ cigarrillos encendidos” (p. 16): Sadomasoquismo, la rompiente del placer. El sexo duro: “yo le digo suciedades/ al final/ monto en cólera/ y me voy” (p. 43)
También podemos ver que la autora trata la palabra como si fuera un flujo más entre la baba, la sangre, los mocos y el orín: “la palabra cambió/ se tornó verdosa/ como agua estancada” (p. 12), en clara alusión al agotamiento de las palabras y el lenguaje: “se escurre sangre entre el subjuntivo/ y el futuro” (p. 7) y es aquí, en el primer poema, donde termina diciendo que hay “una luz con demasiadas sombras” (p. 7), en clave crítica a la ilustración y la razón.
Su búsqueda: “yo le voy dando al pozo/ ese hueco insondable y oscuro/ insondable y húmedo/ (…) la idea es llegar al otro lado/ del mar” (p. 21), una búsqueda interior donde lo que encuentra son vísceras, excremento, fluidos: muerte: “he perdido un dedo de la mano/ escarbando la fosa la casa final/ recorro un tramo de vida una/ huella entre la duda y el gusano” (p. 7).
Por último, quizá el fundamento de todo esto lo podamos encontrar en uno de los poemas centrales de este libro en donde se reivindica la suciedad como una estética que lo une todo: “escarbo los vientres/ buscando el hueso/ no me dejo seducir/ por males menores/ pero sudo demasiado/ y eso empaña la visión/ de críticos y especialistas/ que sueñan con la palabra limpia/ depilada y perfumada” (p. 20), quizá una bandera muy singular de la poética feminista, que deja ver sin embargo un destello de rara e indómita belleza, como los colores aterciopelados de la pudrición.
En conclusión, podemos ver una poética que surge y se consolida en aspectos relacionados a la suciedad como una estética válida, el feminismo bruto, salvaje, la metalingüística que cuestiona el trabajo poético y el desgarro de una voz en continuo tránsito entre distintos géneros que en esta oportunidad se dan cita en el poema, pero que perfectamente pueden tener su versión cinematográfica, teatral, performática o visual que se mantienen latentes en estos poemas. Un estremecimiento, una voz escénica que nos da, en una suerte de vómito, una lección de que los límites del arte son como los del deseo y la muerte: infinitos o inexistentes.
Fuerza Bruta, Maha Vial, Ediciones Kultrún, Valdivia, abril de 2019, 44 páginas.