El libro es un territorio, repito: entiéndase libro no desde la mirada reduccionista e instrumental, no solo como el soporte digital o impreso inofensivo, no solo como un dispositivo que se enciende y apaga, que se abre y hojea, sino como un lugar, un territorio donde somos interpelados y tenemos la libertad de dialogar, cuestionar, con nuestro bagaje cultural, nuestras experiencias más íntimas, para desentrañar lo que nuestro ser necesita, nuestro yo habitante
En las exploraciones acerca de las pedagogías de la lectura en contextos interculturales y de nuevas tecnologías nace el camino hacia el Doctorado en Educación, para escarbar lo que está pasando respecto al libro y el lector remover una de las estructuras más oxidadas, que ha sido incapaz de innovar y actualizar sus lógicas de enseñanza, aprendizaje, sometiendo a muchos potenciales lectores, al aburrimiento y desapego hacia el conocimiento, no digo que la escuela sea la única responsable, pero con el poder que tienen en el sistema político en el que vivimos, y el mayor porcentaje del dinero de las familias se asigna a este tema, aunque parezca lo contrario.
Esta investigación nace del Ethos lector trabajado en mi tesis de Maestría, desde allí se abrieron caminos, el primero lo inicio aquí en Concepción de Chile, para andar, desandar, deconstruir y de ese modo ahondar en el libro como territorio, con todas las connotaciones políticas, filosóficas que ello implica, para recordarnos que libro no es solo lo impreso en papel, para ir a sus diversos formatos que ha adquirido desde que escribimos en las cortezas de árboles (étimo del libro) y ahora en las fibras del computador, del libro electrónico (generadas por metadatos, códigos, eje de lectura finalmente), el formato se transforma tiempo a tiempo, y ese territorio con su lector-habitante también se transforma y su voz necesita oírse, en todas las lenguas y lenguajes posibles, para superar la falacia discursiva política de la educación intercultural (deconstruirla también) será necesario relevar y sistematizar el mosaico inmenso de pedagogías de lectura y formatos de libros existentes en algunos pueblos de nuestro planeta, empezando de atrás hacia adelante (desde los libros digitales de hoy hacia los libros papiro, hasta las tablas de arcilla), empezaremos por casa, la tuya, la mía, la lectura de tus ancestros.
[cita tipo=»destaque»]En este sentido, hay un horizonte de sociedad que se puede vislumbrar en lo que escriben los jóvenes de hoy, en sus hábitos de lectores digitales, que el profesor del siglo XXI, tiene la responsabilidad ética de conocer, indagar, y aprender, para salvar a los escolares y salvarse a sí mismo en sus procesos de actualización docente, del extractivismo informacional, porque si el extractivismo ha dañado el medio ambiente y las economías de distintos países, lo puede hacer también en niveles más profundos de la mentalidad de nuestros habitantes. La máxima de forjar lectores críticos y reflexivos es vital y junto a ello la importancia reflexionar sobre el boom de las imágenes y de la información, para evitar que se borre la memoria del sujeto, para sacarlo del afán inmediatista de sus procesos de comprensión, descripción, interpretación lectora.[/cita]
Este es el sentido de El libro como territorio y el lector como habitante, desde ahí se abren dos caminos paralelos entre lo tecnológico, desde el libro como tal, hasta los diversos software y nuevas tecnologías con las que hoy nos comunicamos, su rol político y ético en todo este recorrido de la historia humana, superar lo instrumental de las TIC`s y del libro impreso, en la vida del lector como habitante de estos diversos formatos del territorio libro, las diversas connotaciones políticas, económicas, filosóficas, planetarias, a las que está expuesto el lector-habitante, desde su postura pasiva o interpeladora frente a las diversas estratagemas que nos plantean las 7 dimensiones a las que podemos acceder desde este dispositivo libro como habitantes despiertos, o dormidos (no adormecidos), que ningún sistema escolarizante, apague, calle y encalle tu voz, tu palabra.
Recordemos que el territorio es un fragmento de la superficie terrestre correspondiente a una nación, país, estado, provincia, cantón, región, departamento o comunidad autónoma, es por tanto una esfera de acción del ser humano, con grandes posibilidades de aprendizaje, dependiendo de la mirada que cada habitante asuma en el territorio, cada territorio tiene el potencial de mostrar las características de personas o cosas, de culturas, biodiversidad y geografías. Es, por tanto, un lugar, con posibilidades infinitas, en ese sentido el libro es un territorio, repito: entiéndase libro no desde la mirada reduccionista e instrumental, no solo como el soporte digital o impreso inofensivo, no solo como un dispositivo que se enciende y apaga, que se abre y hojea, sino como un lugar, un territorio donde somos interpelados y tenemos la libertad de dialogar, cuestionar, con nuestro bagaje cultural, nuestras experiencias más íntimas, para desentrañar lo que nuestro ser necesita, nuestro yo habitante.
Remitiéndonos a su étimo, la palabra «territorio» viene del latín territorium y significa «extensión de tierra dividida políticamente». Sus componentes léxicos son: terra (tierra), más el sufijo -orio (pertenencia, lugar): ¿a qué libros pertenecemos, de qué libros nos sentimos parte, en qué códigos están escritos estos libros?.
Por su parte, el nombre castellano libro, originariamente significaba ‘parte interior de la corteza de las plantas’, por ser empleada por los romanos como papel. Del mismo origen que liber, viene del latín liber. Esta palabra significaba originariamente ‘parte interior de la corteza de los árboles’. Se conserva aquí un recuerdo de la historia de la escritura. Plinio el Viejo nos explica cómo antes de que se conociera el papiro, se utilizaron cortezas de árboles y otros materiales para escribir:
[…] antes de abandonar Egipto debemos hablar de la naturaleza del papiro, en vista de que todos los usos de la vida civilizada dependen hasta tal punto del empleo del papel […] M. Varrón nos informa de que el papel debe su descubrimiento a la victoria de Alejandro Magno, en la época en que fundó Alejandría en Egipto. Hasta entonces no se utilizaba el papel. Primero se usaron hojas de palma para escribir y después la corteza de ciertos árboles (Plinio el Viejo: Historia natural, 13,21).
Independientemente de la exactitud de las noticias históricas de Plinio, es un hecho conocido que las cortezas de árbol fueron uno de los primeros soportes de escritura en la Antigüedad; de ahí que, por metonimia, se haya mantenido memoria de esto en el nombre del formato por excelencia en que se presenta la palabra escrita en Occidente: el libro.
Si nos fijamos en las lenguas germánicas, encontraremos una situación muy similar. En inglés libro se dice book. Esta palabra está emparentada con beech, que es el nombre del árbol conocido en español como haya y que nuevamente nos remite a la actividad de escribir en cortezas. Qué paralelismo más hermoso se da en diferentes lenguas germánicas (en cada caso, la primera palabra significa ‘libro’ y la segunda, ‘haya’): en inglés tenemos: book- beech. En alemán buch-buche, en Neerlandes boek-beuk.
La palabra libro nos proporciona una muestra interesante de cómo el léxico conserva rastros de la historia de los pueblos, así como las historias de lecturas de quienes leen este artículo, de quien escribe el mismo, de quienes registraron todo lo que ha sido divulgado sobre diversos temas, por ello estamos llamados a cavar los rastros de libros de diversos textos, los rostros de diversos autores y lectores que transitan en las bibliotecas convencionales y las digitales.
Todo este mundo de idas y venidas entre una biblioteca y otra, entre un barrio y otro, va hilando espacios y sensibilidades que forjan una nueva mirada de la identidad humana, en un contexto hipertextualizado, intertextualizado, de un boom informacional en el cual, si no se ajustan las tuercas identitarias, desde el respeto, la empatía, y el cuestionamiento por la información que llega, entonces será una generación perdida la que nos suceda y seremos responsables de ello, por haber permitido que caigan en la manipulación y extractivismo informacional (Calderón, 2017).
En este sentido, hay un horizonte de sociedad que se puede vislumbrar en lo que escriben los jóvenes de hoy, en sus hábitos de lectores digitales, que el profesor del siglo XXI, tiene la responsabilidad ética de conocer, indagar, y aprender, para salvar a los escolares y salvarse a sí mismo en sus procesos de actualización docente, del extractivismo informacional, porque si el extractivismo ha dañado el medio ambiente y las economías de distintos países, lo puede hacer también en niveles más profundos de la mentalidad de nuestros habitantes. La máxima de forjar lectores críticos y reflexivos es vital y junto a ello la importancia reflexionar sobre el boom de las imágenes y de la información, para evitar que se borre la memoria del sujeto, para sacarlo del afán inmediatista de sus procesos de comprensión, descripción, interpretación lectora.
El término extractivismo, es planteado por Gudynas (2006) para referirse a la extracción directa o indirecta de algo (por ej. la materia prima de los países), donde hay una apropiación de recursos en ambientes naturales o poco modificados, los que serán utilizados directamente por los humanos (como, por ejemplo, talar árboles para obtener madera), o puede ser indirecta, donde primero se transforma la Naturaleza. En el caso de extractivismo informacional, el término ha sido acuñado también por Calderón, (2017) para referirse a la actividad humana de la investigación. La escritura en este sentido, el extractivismo informacional, está relacionada directamente con las capacidades de acumular información sin transformarla, sin procesarla, sin asimilarla, y ese es el riesgo que corren los jóvenes y niños del sistema educativo actual, en su afán inmediatista, los responsables son ellos mismos, junto a sus profesores y el mismo sistema educativo, que no establece parámetros para resolver las variables de la calidad de la alfabetización en la era de la información, así mismo para resolver las brechas de la alfabetización: comprensión lectora, análisis, crítica y reflexión de los documentos, interpretación y escritura.
En este sentido, este libro está conformado por entrevistas de lectores y gestores de libros, de cultura, por experiencias de talleres barriales y de la memoria publicada el 2013: Palabras de arena en la ciudad de los anillos, es de algún modo una experiencia geoliteraria, dado el constante desplazamiento entre un barrio y otro, un libro y otro, un autor y otro, un lector y otro. Hay en este proceso de talleres de literatura una apuesta por la cohesión social, un ejercicio constante de mediación de la lectura, de calibración del texto (por parte del mediador, del animador, del bibliotecario, del tallerista) para llegar a diversos lectores, con diversas competencias, para lograr que les guste leer y sobre todo que se sientan integrados y valorados para comentar un texto desde su propio léxico, desde su propia mirada, desde su propia experiencia, desde su propia voz, para superar los desafíos del extractivismo informacional, para ser libres al expresar su bagaje cultural en el proceso de interpretación del texto. Al respecto, Lahire en Sociología de la lectura (2000) expresa:
La metáfora de lo cifrado es de manera típica una metáfora de lector. Existe un texto codificado del cual se trata de encontrar el código para volverlo inteligible. Esta metáfora nos ha conducido a un error de tipo intelectualista. Se piensa que leer es comprender el texto, en el sentido de su descubrir su clave, olvidando que no todos los textos están hechos para ser comprendidos de esa manera, sino de diversas maneras.