«Creo que en Argentina y Latinoamérica hay un ejercicio social de memoria histórica, y el cine, como arte de masas, juega un rol importante. Es como una especie de Arca de Noé que va a quedar para los que nazcan en adelante», comenta Naishtat, quién fue reconocido como mejor director en el festival español por la película «Rojo», film protagonizado por Darío Grandinetti, premiado en la categoría de Mejor Actuación Masculina y por el chileno Alfredo Castro.
El director de cine Benjamín Naishtat subrayó el papel «fundamental» del cine en la memoria histórica después de triunfar en el Festival de San Sebastián con el thriller «Rojo», sobre los años 70 en Argentina y que reflexiona sobre la decadencia de la democracia y el auge de la ultraderecha.
«Estos temas de desapariciones, torturas y muertes pasaron en medio mundo porque era la Guerra Fría. Pasó también en el sudeste asiático, muy parecido a Latinoamérica, con la diferencia de que en esos países no hubo prácticamente un ejercicio de memoria histórica. Y eso está en el olvido total», dijo el cineasta en una entrevista..
«Creo que en Argentina y Latinoamérica hay un ejercicio social de memoria histórica, y el cine, como arte de masas, juega un rol importante. Es como una especie de Arca de Noé que va a quedar para los que nazcan en adelante», aseguró.
Naishtat (Buenos Aires, 1986) fichó a dos veteranos de la interpretación como Darío Grandinetti y Alfredo Castro para «Rojo», película que llega en estreno limitado a Estados Unidos tras ganar en el Festival de Cine de San Sebastián (España) los premios al mejor director, mejor actor (Grandinetti) y mejor fotografía (Pedro Sotero).
«Cuando uno hace un proyecto, siempre tiene la duda de si logrará hablarle a una audiencia extranjera o no. Pero luego encontrás algún ángulo por dónde el público se mete. En este caso, la película intenta comentar el deterioro de las condiciones democráticas en la Argentina de entonces, pero a la gente le resuena con cosas que pasan en la actualidad en EE.UU. o en Europa», reflexionó.
Encuadrada justo antes del golpe militar encabezado por Jorge Videla que derribó el gobierno de María Estela Martínez de Perón en 1976, «Rojo» comienza con el encuentro entre un abogado (Grandinetti) y un inquietante hombre que le increpa en un restaurante.
A partir de ahí, la cinta se deja llevar por los secretos, los silencios y el misterio en una tensa narración que explora la complicidad de la sociedad ante el ascenso de fuerzas antidemocráticas.
«Cómo es que no había redes de solidaridad que impedían este tipo de cosas, cómo la gente en su mayoría fue cómplice de estas situaciones. La película intenta dilucidar quiénes eran esos personajes que acompañaban el momento histórico sin cuestionarlo», indicó.
En definitiva, el filme lanza un interrogante según Naishtat: «¿En qué momento empezamos a naturalizar lo que hubiéramos dicho que era inaceptable?».
«Si hace unos años nos hubieran dicho que en el país más rico del mundo iba a haber niños en jaulas, habría parecido un chiste de mal gusto. Hoy es una realidad y la verdad es que, si bien hay una resistencia organizada, no se ve que sea un tema de preocupación mayor para el grueso de la sociedad», ejemplificó con la grave crisis humanitaria de la frontera con México.
Aunque él no vivió la época de «Rojo», cuya ambientación histórica es uno de sus grandes atractivos, el cineasta explicó la conexión de su familia con aquel tiempo.
«Mi familia debió huir del país de la noche a la mañana porque sufrió un atentado. Mi abuela era defensora de presos políticos. Le pusieron una bomba y le quemaron la casa, que era una forma de avisar de que todos estaban en una lista destinados a morir», contó.
«Entonces, toda la familia huyó a Francia en 1975 y eso quedó en la memoria que me fueron transmitiendo cuando fui creciendo», añadió.
Por otro lado, Naishtat explicó que formalmente empleó en «Rojo» técnicas de los años 70, como el zoom o algunos filtros, para aumentar la sensación de época de un thriller que se enorgullece de su condición de cine de género.
Así, el director defendió que cintas como «The Conversation» (1974) de Francis Ford Coppola o «Network» (1976) de Sidney Lumet tenían «un gran comentario político y súper lúcido» pero, a la vez, eran «bombas de género que todo el mundo quería ver».
«De golpe se evita ese divorcio entre arte alto y arte bajo, una discusión odiosa de que si uno se pone a tocar un tema espanta al espectador», agregó.
Finalmente, Naishtat abordó la «intimidante» experiencia de trabajar con artistas de la talla de Grandinetti o Castro.
«Es muy difícil encontrar un lugar desde el que yo pueda aportar a su carrera o a sus técnicas actorales (…). Pero también son personas muy abiertas e instintivas para prestarse a lo que intuyen que está bien (…). Los dos fueron muy generosos», afirmó.