El reporte del Breakthrough National Center for Climate Restoration conmovió al mundo en junio, al pedir medidas urgentes. Y advierte que el neoliberalismo no es compatible con las acciones necesarias para enfrentar la situación climática actual. En ese sentido, para el especialista es importante un renovado rol del Estado, debido al fracaso de la ortodoxia económica de hoy en solucionar el problema.
Un apocalíptico informe sobre el fin de la humanidad en 2050 conmocionó al mundo en junio pasado.
El reporte del Breakthrough National Center for Climate Restoration, un think tank independiente de Australia, advirtió sobre la amenaza que representa el cambio climático.
Fue presentado nada menos que por el exjefe de las Fuerzas de Defensa Australianas y exalmirante de la Marina australiana, Chris Barrie.
«Mientras las autoridades hablan de mantener el calentamiento a 1.5 °C a 2 °C sobre el nivel preindustrial –una meta muy insegura, dado que hay efectos claves que comienzan con apenas 1 °C de calentamiento– su falta de acción de hecho pone al planeta en una senda de calentamiento mucho mayor que destruirá muchas ciudades, países y pueblos, y muchas, si no la mayoría, de las especies», advierte el director de investigación de la entidad, David Spratt.
Spratt es uno de los autores del informe, en su calidad de experto en ciencia y políticas climáticas. Su análisis es demoledor: «Las políticas climáticas internacionales han fracasado en evitar el catastrófico calentamiento global».
«El acuerdo de París estableció compromisos nacionales de reducción de emisiones voluntarios y no vinculantes, que resultarán en una senda de calentamiento de más de 3 °C, y más cercano a los 5 °C si se toma en cuenta todo el abanico de feedbacks del sistema climático», advierte.
«Ese resultado, dicen los científicos, es incongruente con la existencia de la civilización humana, y podría reducir la población humana a mil millones de personas. Incluso el Banco Mundial dice que podría ser más allá de cualquier adaptación», subraya.
Según Spratt, desde que la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático fue adoptada en la Cumbre de Río de 1992, las emisiones humanas de dióxido de carbono se han incrementado en más de 50%, sin que haya señales de ralentización.
«Desde 1992, el calentamiento ha subido de 0.6 °C a 1.1 °C, y la tasa de calentamiento ahora se acelera. La Tierra posiblemente alcanzará el rango inferior de la meta de París de 1.5 °C en cuestión de una década o algo parecido», advierte.
La evidencia de la historia climática del planeta indica que el actual nivel de dióxido de carbono elevará el nivel del mar por decenas de metros y que al final de la civilización alcanzará 3.5 °C en el largo plazo, según el especialista.
Aunque la Convención apunta a un «desarrollo económico de forma sostenible», cada año la huella ecológica humana es mayor y menos sostenible, alerta Spratt. Añade que hoy la humanidad requiere una capacidad biofísica de 1,7 Tierras anualmente en su consumo de capital natural. Un resultado «desastroso» para las instituciones de Naciones Unidas.
Al ser consultado sobre si hubo una subestimación del cambio climático y sus consecuencias, Spratt responde que el error de apreciación y la consiguiente actuación para evitar el riesgo existencial que supone se debe en parte a la forma en que los científicos producen la información climática.
«La mayor parte de la investigación climática ha tendido a subestimar los riesgos existenciales, y han exhibido una preferencia por proyecciones conservadoras y reticente erudición, aunque un creciente número de científicos ha criticado en los últimos años este enfoque», tales como Kevin Anderson, James Hansen, Michael E. Mann, Michael Oppenheimer, Naomi Oreskes, Stefan Rahmstorf, Eric Rignot y Will Steffen.
Spratt cita un estudio que examinó las últimas predicciones de científicos climáticos y concluyó que han sido «conservadoras en sus proyecciones del impacto del cambio climático», y que «al menos algunas de las características claves del calentamiento global por crecientes gases de efecto invernadero no han sido pronosticadas, en especial en las evaluaciones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) en el ámbito de la física».
Los autores concluyeron que los científicos no tienden al alarmismo, en parte debido a la tendencia de sus normas hacia la moderación, objetividad, escepticismo y racionalidad. Esto podría ser la causa de que hayan «minimizado futuros cambios climáticos».
Ya tras el primer reporte del IPCC, en 1990, Estados Unidos, Rusia y Arabia Saudita actuaron para «moderar la alarma en el lenguaje, y fortaleciendo el aura de la incertidumbre», según el empresario británico Jeremy Leggett.
Otro funcionario británico de aquel momento, Martin Parry, recuerda que «a los gobiernos no les gustaron las cifras, así que algunas fueron maquilladas».
«Al igual que la Convención, el procedimiento del IPCC sufre de todos los peligros de la construcción de consenso en un escenario complejo», apunta Spratt. «Sus reportes no siempre incluyen las últimas cifras disponibles y la necesidad de consenso puede llevar a ‘minimizar el drama’ y denominadores comunes bajos que pasan por alto temas clave», prosigue.
Como se ve, la dificultad para enfrentar el problema radica en parte en la necesidad de lograr acuerdo entre varios actores.
«El problema es global y requiere un actuación a alto nivel, pero el proceso internacional de consensos apunta a los denominadores en común más bajos», explica el experto.
«El cambio climático actualmente representa una amenaza cercana a mediano plazo a la civilización humana, pero no es inevitable. Se necesita un nuevo enfoque en el manejo de los riesgos climáticos» para evitar el desastre. Aún así, en su opinión actualmente el mundo no está preparado para imaginar las consecuencias catastróficas del cambio climático.
Otro error es presentar el peligro como un problema futuro, más que un problema actual, añade.
«Lo que hay que hacer ahora es un desafío fundamental a las actuales estructuras de mercado y gobierno», asegura.
Agrega que los líderes políticos y empresariales parecen ser incapaces de incluso entender el tema. Y cita un informe británico de 2016, «Pensando lo impensable», basado en entrevistas a altos líderes de todo el mundo, según el cual su capacidad de anticiparse a eventos inesperados es «peligrosamente inadecuada en momentos críticos».
El estudio halló una fuerte resistencia, o lo que incluso puede llamarse «miopía ejecutiva», a aceptar que puedan suceder eventos «impensables», sin hablar de lidiar con ellos.
Para Spratt, lo importante es entender la crisis en su total dimensión, y lo que requiere para su solución, es decir, acciones de emergencia.
«Se trata de intención política. Lo central a entender es que la política climática internacional está dominada por una preocupación sobre cualquier otra: el cambio debe ser gradual y no afectar a las economías nacionales o global en el corto plazo», critica.
Sin embargo, para él esto ya no es una opción, ya que solo quedan dos escenarios.
La primera opción es seguir al ritmo actual de explotación de recursos, que es insostenible y lleva hacia el colapso, tal como documenta un informe del Club de Roma de 1972.
Spratt señala que las consecuencias del cambio climático ya han causado trastornos geopolíticos extremos. Así sucedió con la extrema sequía y consecuente hambruna en Medio Oriente que propiciaron la Primavera Árabe y la guerra civil en Siria.
Otras vulnerabilidades aparte de un colapso ecológico, son la inestabilidad del sistema financiero internacional, una creciente desigualdad, políticas extremas y el desplazamiento de poblaciones por razones climáticas.
La segunda opción es una acción de emergencia a volver a un «clima seguro». A juicio de Pratt, esto significa, entre otras medidas, el cierre de la industria extractiva de combustibles fósiles y el fin del sistema productivo dependiente de los mismos.
Esto, según dice el escritor australiano Paul Gilding, en su libro The Great Disruption, llevará a un cambio sistémico complejo, con vulnerabilidades y discontinuidades ocurriendo de forma impredecible. «Él dice que habrá una creciente división global entre las viejas y nuevas élites económicas, porque el marco de sostenibilidad es una mala noticia para algunas corporaciones, y hay un desorden causado por la ‘destrucción creativa’ de capital y el abandono de bienes».
Para el experto, estas alternativas nos enfrentan a una disyuntiva a gran escala: o planificada en el marco de una transición de emergencia, o no planificada debido al colapso social y físico a medida que el calentamiento se intensifica.
«El tiempo para un cambio lento se acabó y una ‘victoria’ lenta es lo mismo que una derrota. Ya no hay un camino gradual para tener éxito. Esto debe estar en el foco del pensamiento cuando se evalúen medidas y la escala de la acción requerida en consideración», subraya.
Otro elemento que destaca Spratt es la importancia del activismo comunitario.
«Allí donde hay suficiente espacio democrático, la sociedad civil ha liderado las campañas para la acción climática por décadas. Cada año, crece el compromiso, en el norte y el sur, este y oeste. Campañas valientes han evitado el fracking, cerrado minas de carbón, aplazado o evitado nuevos oleoductos, nueva infraestructura y deforestación», destaca.
Dice que, de esta forma, la sociedad civil ha avergonzado a los gobiernos involucrados en la demora predatoria y les han pedido rendir cuentas, al tiempo que ha impulsado iniciativas oficiales que han reforzado la revolución de la energía renovable.
A esto se suma «un nuevo activismo climático, que califica la crisis climática de amenaza para la humanidad, y desafiando el fracaso de los líderes políticos y empresariales. Esto incluye a Greta Thunberg y el movimiento global StudentStrike4Climate en occidente y sur del planeta, el grupo Extinction Rebellion (XR), a The Climate Mobilisation en Estados Unidos y comunidades similares en otros lugares».
Este nuevo realismo, en sus palabras, está cambiando el relato. “Riesgo existencial”, “crisis de extinción” y “emergencia climática” son conceptos que se han normalizado, y el viejo lenguaje gradualista comienza a desaparecer, mientras el fracaso consume lentamente los procesos de la ONU.
Recientemente el Presidente Sebastián Piñera señaló que el socialismo contaminó mucho más que el capitalismo. ¿Cree Spratt que el capitalismo global es compatible con estas medidas?
«La izquierda revolucionaria está en un mínimo histórico», responde Spratt. «En muchos países casi no existe. Parece fantasioso pensar que el capitalismo per se enfrente la amenaza de alguna fuerza revolucionaria», opina.
Sin embargo, la fase actual del capitalismo global, el neoliberalismo, no es compatible con las acciones necesarias para enfrentar la emergencia climática, asegura.
«Movimientos económicos a gran escala, ya sea en respuesta a una amenaza militar o un desastre natural como terremotos, tsunamis y ciclones, o al servicio de una transformación social a gran escala, se caracterizan por un liderazgo gubernamental fuerte para la planificación, coordinación y reubicación de recursos, respaldado por un poder administrativo suficiente para lograr una respuesta rápida más allá de la capacidad del funcionamiento normal de una sociedad», argumenta.
Para él, un ejemplo de esto son grandes transformaciones económicas como las ocurridas en Asia en la posguerra en Japón, Corea del Sur, Singapur y China.
«También será el caso en la movilización por la emergencia climática. Los gobiernos nacionales y subnacionales tienen la capacidad social única para planificar, dirigir recursos, desarrollar capacidades laborales, bajar impuestos y dirigir inversiones financieras, coordinar la innovación y fijar marcos regulatorios», señala.
En ese sentido, para el especialista es importante un renovado rol del Estado, debido al fracaso de la ortodoxia económica actual en solucionar el problema. «La mayoría de la acción climática, incluso a nivel de la ONU, y en muchos grupos ambientales, está en un marco neoliberal, es decir, aquel que enfatiza el papel dominante de un mercado regulado ‘eficiente’, con la menor cantidad de objetivos sociales posibles», critica.
Advierte que esta metodología ha creado modelos energético-climático-económicos para las autoridades según los cuales lo «óptimo» (más “eficiente”) en nivel de calentamiento está alrededor de 3-4 °C, una propuesta absurda cuando los principales científicos señalan que dicho nivel sería catastrófico y tal vez cause el fin de la civilización.
«Los mercados son amorales, en el sentido de que se guían por ‘el valor de la acción’ –ganancias y dividendos– y no por preocupaciones éticas. Hasta ahora, no han respondido adecuadamente, incluso en sus propios términos, a los riesgos financieros del cambio climático», puntualiza. «Cuando las decisiones son tomadas por el interés del inversionista, la empresa, el producto, la mina o el petróleo, no importa lo que beneficia más a la sociedad como un todo».
Al mismo tiempo, dice, los gobiernos han sido incapaces de regular los costos asociados a la actividad que no son tomados en cuenta por el mercado, como mala salud, impactos ambientales o sociales, «y no hay mejor ejemplo que el cambio climático».
«El resultado es un fracaso del mercado a gran escala. Tal como están estructurados y regulados actualmente, los mercados no han estado ni cerca de la tasa de cambio necesaria. Un resultado clave en el periodo de la acción climática de emergencia será la apreciación del necesario papel del Estado como regulador y protector de condiciones económicas y sociales, especialmente cuando está en juego el futuro de la sociedad», remata.
«No se trata de miedo versus esperanza, sino de valentía», precisa. Y «Greta Thunberg es un buen ejemplo de una persona que tiene el valor de llamar las cosas por su nombre», concluye.