La primera impresión al ver “Mejor que nosotros” es la perplejidad. Lo más corriente de la Ciencia Ficción es llevarnos al espacio, muchos años a futuro. No es el caso. La pantalla nos muestra un escenario familiar, del todo “terrícola”. Por otro lado, estamos a años luz de un Apocalípsis, algo que nunca deja de estar de moda.
Para quien vea con atención la serie rusa “Mejor que nosotros” (“Лучше, чем люди”, es decir, “Mejor que la gente”), cuya primera temporada fue estrenada el 16 de agosto por Netflix, el futuro puede resultar muy perturbador. Más aún si se piensa que el planteamiento central está lejos de resultar improbable. En un mañana muy próximo, el mundo –o, al menos, Moscú, como punto de partida- ha abierto los brazos a androides con los que se convive en lo cotidiano, pero aún dejándolos a nivel de sirvientes.
Todo marcha con pasmosa regularidad, hasta que entra en escena un curioso “ejemplar”. Su origen es harto extraño. Comprado en el mercado negro, fue creado por la industria de una nación con muy buenas ligazones con el Kremlin: China. Más allá del adelanto tecnológico del titán asiático, el guiño no deja de ser relevante, sobre todo dada la actual guerra económica que el país sostiene con Estados Unidos, archienemigo eterno de Rusia.
[cita tipo=»destaque»]Esto es típico de los rusos. Ellos funcionan del todo al contrario de el típico autobombo estadounidense, que siempre han detestado. Ellos hacen su tarea y se van… “Mejor que nosotros” es exactamente eso. Una serie 100% rusa, con toda esa carga extraña que tienen desde los “Zares” en adelante.[/cita]
El singular robot obedece al nombre de “Arisa”. Se somete sin rechistar a la sumisión que le corresponde como construcción humana, pero muestra un rasgo inusual para su especie: “empatía”, además de ser capaz de “reaccionar” a los estímulos que recibe de los humanos que la rodean.
Como las audiencias piden “conflicto” tan particular creación no cae en manos de un cualquiera. Llega a Viktor Toropov, director de una megacompañía de robótica llamada “Cronos” y verdadero emblema de cierto tipo de ruso del siglo XXI, globalizado, empeñoso y con un deseo avasallador de dinero y poder. Toropov es eso y más: no cede ante nada por conseguir sus propósitos. Encarna una obsesión que raya en lo psicopático. Ni que decir que su sola presencia nos recuerda la crueldad humana personificada. Su voz (altamente recomendado es ver esta producción en ruso con subtítulos para constatar las diversas entonaciones de los personajes) causa escalofríos. Como no, ve el gran negocio en replicar a “Arisa” al por mayor y enriquecerse hasta el hartazgo. Más dinero y más poder.
Cuenta, por cierto, con una “ayudita de los amigos”. El gobierno ruso tiene una insólita idea que le ayudará a ponerse de cabeza en el proyecto. Por cierto, Toropov no ve en “Arisa” más que a una robot sin nada singular, tan común como cualquiera de sus compatriotas. Aunque parece modelo de pasarelas, su belleza le es indiferente. Es un mero “objeto” que puede generar insólitas ganancias. Ahora, no deja de resultar llamativo que sea justamente un robot “femenino” el protagonista de esta historia. Puede percibirse una metáfora muy singular: en sus primeros momentos los robots serán sumisos, pero pronto se rebelarán. Tienen la rebelión inserta en su sangre, aunque ésta sea “robótica”.
(Advertencia: Llegados a este punto, aunque pueda parecer redundante, señalamos que entregaremos datos sobre la trama de la serie, usanza que los expertos llaman “spoilers”. Aquí, optamos por un término más cercano y anticuado también, si se quiere: “avances”-).
“Better than us”, por su título en inglés, es de reciente factura: 2018. Está ambientada en 2029, hecho crucial, pues causa extrañeza en el espectador. ¿Puede ser que en sólo 10 años tengamos androides en casa? La apuesta es ambiciosa, así como la de Netflix que compró la serie a una productora rusa: ya está traducida a numerosos idiomas, entre ellos el alemán y el turco, sólo a modo de ejemplo. Vemos que se busca una producción de repercusión global.
Convengamos en que la lengua rusa es compleja. Y mucho. De partida, le caracteriza un alfabeto muy particular, el cirílico, algo que incide mucho en su nivel de difusión en Occidente. Pese a ello, se advierte bien claro: Rusia -con la traducción de su idioma al inglés- quiere entrar fuerte en este mercado de las series que, como no, domina “Occidente”.
Algunos indicios más. Hasta hace algunas semanas, la alabada cinta “Leto” fue exhibida en el Cine Arte Alameda, centrada en un relato tan poco comercial (hasta para los rusos) como los inicios del rock soviético de los ’80. Expresiones que hoy suenan tan añejas para la juventud como una radio a casette. “Kino” (“Cine”), la banda central de la película, ejerció en la URSS un efecto similar al de “Los Prisioneros”. Son, por tanto, manifestaciones de un pasado inexistente. Igualmente, en Internet rondan dos series también traducidas a nuestra lengua: “Method” y “Trostky”, esta última con una magistral recreación de la vida del revolucionario en la que –maravillas del Séptimo Arte- también es posible “ver” a un Lenin casi como si estuviera vivo y no en el mausoleo de la Plaza Roja. Ambos grandiosos, excelsos, portadores de una nueva “visión de la Humanidad”, pero también mundanos, egoístas y profundamente egocéntricos. Los dioses, como siempre, tienen los pies de barro.
La primera impresión al ver “Mejor que nosotros” es la perplejidad. Lo más corriente de la Ciencia Ficción es llevarnos al espacio, muchos años a futuro. No es el caso. La pantalla nos muestra un escenario familiar, del todo “terrícola”. Por otro lado, estamos a años luz de un Apocalípsis, algo que nunca deja de estar de moda. Afortunadamente, el fenómeno ya pasó de moda. No habrá ningún fin del mundo cercano y la gente de este planeta habrá de hacerse cargo de su vida, sin esperar algo como un derrumbe de todo.
En la serie todo se ve tal como si fuera hoy, pero con algunos adelantos tecnológicos de los que carecemos al presente. Hace unos días, Facebook cambió su formato. ¿Cuántas veces lo ha hecho ya? El usuario da lo mismo: la compañía decide y uno acepta. Es “gratis”, al fin y al cabo. La serie refleja exactamente eso: cómo la tecnología se infiltra en la vida sin que podamos hacer nada para evitarlo. La tecnología no ingresará de modo violento en nuestras vidas: le abriremos las puertas con todo gusto.
Eso ha sucedido en esta sociedad de este “futuro” cercano. Los robots traen el desayuno y hacen los contactos con la gente a la que uno debe ver. No tienen hambre ni ansían relaciones sociales: son los súbditos perfectos. Nunca reclaman por sus “derechos”, pues no saben que los tienen. Cualquier sociedad avanzada quisiera “ayudantes” como éstos. La pregunta que surge es: ¿nos convertiremos, por nuestra parte, en una suerte de esclavos, tal cómo nos sometimos en sólo 10 años a los teléfonos inteligentes y las Redes Sociales? La serie nos indica que sí.
El ciudadano común de este mundo acepta a los robots de buena gana, pues sabe que no conocen la rebelión: no está en su “programación”. El humano es amo y señor. Pero ¿por cuánto tiempo? Esa es la duda implícita. ¿Cuántas décadas pasarán hasta que los robots puedan discernir y tomar decisiones? No se nos dice, pues aún no sucede. Tampoco se nos ofrece algo tan aventurado como un “salto en el tiempo” y mostrarnos que pasará mañana. El viejo “realismo ruso” revive en gloria y majestad.
Tras la desintegración de la URSS, la actual Rusia es otra y ha llegado a unos niveles de tecnologización sorprendentes. Es muy probable que esta serie nos indique precisamente cómo el país está experimentando un imprevisible adelanto, ante el que no es posible ni reaccionar. No por nada su Ejército es el segundo más poderoso del mundo, tras EE.UU. Toda esta monstruosa tecnología se ve reflejada en la serie.
Estamos en un mundo en el que todo lo “digital” ha sido incorporado a la vida cotidiana, partiendo por algo tan elemental como que todo se busca vocalmente: eso de digitar palabras en un teclado es algo que no solo no existe, está del todo erradicado. Estamos en 2029, insistimos en eso: sólo 10 años al futuro.
No es el presente, por cierto, pero falta poco. Lo insólito no es un futuro improbable, si no todo lo contrario. 10 años pasan volando, más aún en el plano tecnológico. A mediados de la década pasada, algo tan remoto como los “Cd`s” estaban vivitos y coleando. Hace dos décadas existió en la Tierra algo llamado “disquetes”. Como se ve, el tiempo pasa rápido. Y ya no podemos detener su avance.
En una década más, la existencia ordinaria no ha cambiado mucho, salvo por un elemento nunca antes integrado: los robots
El ser humano, por cierto, no abandona su histórica falta de tino para enfrentarse a aspectos complejos. “Mejor que nosotros” le muestra imperfecto y tendiente al sentimentalismo, frente a robots que parecen no tener la más mínima falla, salvo sus movimientos torpes. Nunca retroceden ni buscan “explicaciones”. No conocen la culpa ni el remordimiento. Tampoco saben de sufrimiento o enfermedades. ¿Se entiende, ahora, adonde se dirige el título de la producción “Mejores que nosotros”?
Los protagonistas humanos son, esencialmente, adultos tan comunes como usted o como yo. Tratan de sacar adelante su vida en un contexto cambiante que les resulta incomprensible, tienen una irreparable mueca de desilusión y van al trabajo ante todo para conseguir dinero con el que mantenerse mes a mes. Es el capitalismo… Ya entró hondo en Rusia, y en Chile, o donde usted lo quiera.
A diferencia de lo que tantas veces se nos dijo al final de la “Guerra Fría”, los rusos no son incomprensibles ni tan radicalmente distintos a nosotros. Tampoco son enemigos de la civilización ni nada parecido. El demonio “no es manejado por Moscú”, como dijo Pinochet en los ’80, célebre frase de su paranoia, tal como que había una “conspiración del marxismo internacional” en su contra. Apoyado de forma firme -hasta el atentado a Letelier en Washington en 1976- por Estados Unidos, era comprensible que los rusos fueran los “maestros “ del Demonio.
Hay más.
A mediados de los ’80, Ronald Reagan lanzó un proyecto gigantesco para enfrentarse a los rusos en el espacio. Actor de Hollywood y con buenos asesores, tuvo la espléndida idea de llamarlo “Guerra de las Galaxias”. Pasados unos buenos años, hoy ese clima de persecusión resulta incomprensible. Pero ni tanto. Aún persiste la idea de quienes son el “Imperio” (maligno) y quienes los “Jedi” que salvarán al Universo.
“Mejor que nosotros” va por una vía distinta. Humaniza a los rusos y les presenta tan llenos de problemas y vulnerables como los occidentales. No son los espías infalibles ni seres a los que el frío de cada invierno ha quitado toda humanidad. Sufren cuando atentan contra su familia y experimentan un legítimo terror cuando su vida es amenazada. Lo vertiginoso es que se ven rodeados de robots y drones.
Aquí, volvemos a la Ciencia Ficción. No es difícil recordar la película “Farenheit 451”, sobre todo aquellas escenas donde se devastaba toda la cultura escrita en el fuego. Nada se salvaba. Aquí no hay fuego, pero tampoco pasado. No hay memoria: sólo robots y un presente agobiante, un hoy del cual no hay forma de escapar.
Esto no sólo le pasará a los rusos. Sucederá, tarde o temprano, en cualquier país. Es cosa de tiempo. Por eso –es nuestra hipótesis- esta es una de las series de anticipación más extraordinarias de nuestro tiempo. Quizás la mejor en lo que va de la década. Respecto a la introducción de la robótica en nuestras vidas, de seguro no hay una serie tan avanzada como esta. Esto es, como se dice, “otra cosa”.
Por otro lado, se percibe algo perturbador. los robots avanzan, pero los humanos no. Lo que anuncia esta serie es que es posible que el “reinado” humano entre en crisis, pero sin ningún tipo de terror o violencia. Tan sencillo como dar o recibir un “Me gusta”.
Sin embargo, hay un movimiento antirobot. Su nombre no deja de llamar la atención. Son los “Liquidadores”. Quien sepa algo de la Historia de Rusia o incluso si vio “Chernóbil” sabe que ese fue el nombre que se les dio a los miles de civiles a los que el gobierno de la época –Gorbachov, digámoslo: tampoco debió de verla fácil- envió a sofocar la peor tragedia nuclear a la fecha. Los mandaron a la muerte o al cáncer, el que terminaría redundando en lo mismo. Es imposible que la productora rusa que hizo esta serie omitiera ese detalle. Pues bien, aquí tenemos a los “liquidadores” del siglo XXI, cazando robots.
¿Y quienes son estos nuevos liquidadores? Gente joven e impetuosa, con tatuajes por todos lados y con ganas de cambiar el mundo. Tienen una idea fija. Su lema es: “Vida a los humanos. Muerte a los robots”. En eso son consecuentes a la Historia de su país. El clásico revolucionario ruso ya no ve al Zar como objetivo, si no que a los robots. Y no pararán ante nada. Su misión es eliminarlos. Como ya no es tiempo para discursos en una plaza de San Petersburgo en 1917, estos chicos se esconden en un galpón siniestro a tratar como “cambiar el mundo”. Pero la idea es la misma.
Ante todo, luchan por eliminar a los robots que les están “quitando el trabajo”. ¿Cómo no ver aquí una alusión a cómo los países europeos están reaccionando a la inmigración? ¿No es el mismo discurso que están esgrimiendo algunos chilenos ante los inmigrantes? Vemos, por tanto, una queja subrepticia en las naciones desarrolladas, pero que va a llegar a Chile. Hoy está de moda ser altamente tolerante, pero el chileno tiene un problema de raíz: es clasista y, evidentemente, racista.
“Mejor que nosotros” pone la intolerancia en los robots. Es muy probable que una reacción similar ante los extranjeros tenga igualmente lugar en Chile. ¿Es sólo cuestión de años?
Rusia ya está ensayando “autos voladores”, al igual que otras potencias. Recientemente, Trump dijo que la próxima guerra “estará en el espacio”. Son perspectivas tan impresionantes que cuesta imaginar. Ambos gobiernos están apuntando a la inteligencia cibernética para seguir su guerra. Es un viejo conflicto: quien domina el mundo. No hay manera de que estas dos naciones se “entiendan”. Nunca, jamás, lo harán.
Es posible que la “Guerra Fría” siga viva. Lo extraño es que aún nadie se haya atrevido a darle un nombre genérico a este fenómeno.
Volvemos a nuestra serie. No deja de llamar la atención el escenario. O más bien su ausencia. Su total anulación.
El viejo Moscú, el de las películas de espías no existe. Estamos ante una capital ultra avanzada. No es que Gorbachov sea ya un episodio perdido; hasta un personaje del tipo Putin lo es en esta ciudad en donde ya no parece existir autoridad central.
Nos posicionamos en un Moscú sin tiempo, o mejor dicho, “sin pasado”. No hay el más mínimo indicio turístico, como la Basílica de San Basilio o el Kremlin. Sencillamente, no existen en este Moscú con robots. Da una sensación extraña. ¿Es que el futuro globalizado acabará con la “identidad” de todas las ciudades? ¿Es posible que todo el mundo se vuelva “uno” y que las urbes pierdan su esencia?
Hablamos antes de una muy singular propuesta de este gobierno del futuro cercano. El ministerio del Trabajo de Rusia ha decidido que los ciudadanos se pueden jubilar a los 40 años, para estar con sus familias y así “disfrutar” de la vida. Tal cual. Ni los rusos más optimistas esperarían hoy eso. Pero he aquí que el gobierno llama a un concurso para que las empresas de alta tecnología presenten un robot que pueda sustituir las tareas labores de la gente. Cómo se mantendrá la economía del país, no se nos dice. Todos jubilados a los 40 y felices.
Hay un extraño guiño al presente. Putin aumentó hace no hace mucho la edad de jubilación para hombres y mujeres (de manera muy drástica para el ruso común y corriente), lo que generó muchas protestas en Moscú y ha atentado contra su popularidad, la que, sin embargo, bordea aún un 65% de aprobación, algo insólito para las democracias occidentales.
El justificativo para producir robots en serie es la mencionada “Arisa” (interpretada magistralmente por la actriz Paulina Andreeva). Ni que decir que además de su enigmática frialdad del tipo espia, se mueve y habla como robot de modo perfecto. Su rostro no deja entrever la más mínima emoción. Una representación de antología. Y por si pudieran quedar dudas, en cierto momento suelta esta joya: “Un 83% de los hombres del mundo me considera atractiva”. O sea, un robot con autoconsciencia.
Para vislumbrar un antecedente creíble debemos remontarnos a 1984; es decir, a Terminator. Ahora, como cualquiera sabe, Arnold jugó al rol de bestia, perseguidor que no se detiene ante nada y es capaz de “sacarse un ojo” en una escena clave de la cinta.
“Arisa” es otra cosa. Más allá de que su belleza sea digna de cuento de hadas, es capaz de matar por defender a “su familia” (humana) e incluso enamorarse del padre, que vive un lapso muy complejo con su esposa. Llega a proponerle relaciones íntimas, ante la estupefacción del hombre, que se queda de una pieza: una robot proponiéndole sexo.
Como vemos, es una ciencia ficción inusual: de carne y hueso.
Hay otros aspectos sorprendentes en éste futuro, uno de los más llamativos es que… los seres humanos han dejado de ser esclavos de la pantalla de su celular.
No obstante, persiste la misma enfermiza relación con la tecnología, pero se “ve” distinta. Estamos en presencia de un mundo en el que los teléfonos sirven para lo que fueron creados: hablar con alguien. Todo lo demás se centra en pulseras “inteligentes” que “obedecen” cada orden.
“Llama a Sergey”, y se hace. “Prende la televisión”: dicho y hecho. Ya tenemos algo parecido en marcha, pero aquí el asunto es llevado al extremo.
Los rusos, obviamente, están –ahora mismo- buscando alternativas tecnológicas, independientes de Occidente. La intervención que hicieron en las últimas presidenciales de USA da cuenta del nivel creciente de su avance. Si pudieron torpedear a Estados Unidos es posible que puedan hacer cualquier cosa. Lo complejo es si esto se les va de las manos. Y es muy probable que eso suceda. Y que Trump y sus sucesores caigan en la misma tentación.
¿Tiene algo que ver todo esto con la Cultura?
Por supuesto que sí. Si la pensamos como una forma de “vivir”, no como una doctrina o teoría.
En “Mejor que nosotros” hay un “cierto” funcionamiento del mundo, que indica “exactamente” lo que se nos viene a todos. Anteriormente, referimos el concepto de “anticipación”. Es probable que no sea más que ver cómo viene todo en unos cuantos años. Ya no podremos detener esto, como no pudieron hacerlo los viejos hombres del cine mudo respecto a la voz y el color. Ya no hay vuelta atrás.
Por supuesto, hay muertes y varias, pero nada a nivel de matanza, ni un encarnizamiento demente a lo “Gotham” (a futuro, se puede venir alguna columna sobre esta gran serie). Además, un malestar profundamente inexplicable. Nada es sencillo, ni fácil ni expedito. Un martirio subterraneo inexplicable. Una fatiga de fin de mundo. Algo que tal vez pueda relacionarse con la falta de preponderancia de lo humano en una era de tecnologización como nunca hemos vivido. Puede que nuestros “15 minutos de fama”, al decir de Warhol, pronto pase y este sea nuestro relevo.
Todo este tipo de preguntas es lo que deja en el aire “Mejor que nosotros”, una serie que, creemos, hará escuela. Habrá que ver la segunda temporada que Netflix tiene hasta la fecha celosamente guardada.
No es que no lo haya hecho nunca, pero Netflix tiene algo “guardado” con esta serie. Una expectativa respecto a lo que viene.
Los rusos nunca han querido ser Hollywood.
No buscan la espectacularidad de por sí. Son reflexivos y amantes del detalle. Todo ello se ve plasmado en “Mejor que nosotros”, serie que les da pie para montar una producción impresionante y quedarse en silencio, disfrutando de la tarea bien hecha.
Esto es típico de los rusos. Ellos funcionan del todo al contrario de el típico autobombo estadounidense, que siempre han detestado. Ellos hacen su tarea y se van… “Mejor que nosotros” es exactamente eso. Una serie 100% rusa, con toda esa carga extraña que tienen desde los “Zares” en adelante.
Después de todas estas reflexiones, queda la pregunta: ¿”Mejor que nosotros” es el FUTURO o un presente que se nos acerca sin que nos demos cuenta?
Francisco Ramírez es periodista y escritor.