El pueblo, entendido como el «pueblo mestizo», según el Premio Nacional de Historia, «tiene un daño transgeneracional, es una memoria subconsciente, de exclusión, de rabia, de no integración, de ignorancia de su condición de ciudadanos, etc., que le lleva a realizar estas ocupaciones de la ciudad con saqueos, violentas, porque no tiene mecanismos de integración real a la sociedad central, ni económicos ni culturales y, menos, políticos».
El Premio Nacional de Historia Gabriel Salazar atribuye a una postergación de varios siglos del «pueblo mestizo», por un lado, y a la escasa posibilidad ciudadana de participación desde el retorno de la democracia, por otro, el estallido social de los últimos días.
Asimismo, señala que el pueblo carece de propuestas concretas porque aquellos históricamente responsables de plantear alternativas, como las universidades, los intelectuales o los partidos, han fallado.
Esto explicaría, entre otras cosas, la acción destructiva del movimiento social que ha habido.
«Creo que en esta situación han incidido dos factores históricos: uno a largo plazo, que tiene que ver con la existencia marginal y normalmente anonadada del pueblo mestizo, sobre todo de la juventud mestiza y, por otro lado, otro proceso histórico de más corta duración, que arranca más o menos el año 1991 o 1992, es decir, con la instalación del modelo neoliberal, a través de un sistema político que funciona regularmente, son dos procesos que convergen en haber producido lo que ha ocurrido los últimos días», explica el historiador.
Lo primero, en su opinión, es un fenómeno que no se ha estudiado y ha estado oculto constantemente a la mirada de los académicos y los políticos.
«Se trata del pueblo mestizo, el pueblo mestizo del cual nadie habla, porque nadie se siente mestizo, y que ha constituido en Chile casi los dos tercios de la población, desde el siglo XVI hasta el día de hoy», señala.
Salazar cita una investigación reciente de la Universidad de Chile que demostró que el 52% de las personas que se estudió tiene, en su composición genética, sangre mapuche y es, por tanto, población mestiza.
«Este pueblo mestizo tiene la peculiaridad de que nació en el siglo XVI, por tanto, no tiene memoria de sí mismo hacia atrás, entonces es un pueblo que no tiene tradiciones, a diferencia del pueblo mapuche, que tiene una larguísima memoria hacia atrás de sí mismo y tiene profundas tradiciones que le permiten saber cómo y qué enseñarles a sus hijos», subraya.
Para Salazar, el pueblo mestizo, además, fue un pueblo sin territorio, porque el territorio era originalmente de los mapuches y luego, por derecho de propiedad y apropiación, de los españoles y los criollos.
El pueblo mestizo no tenía ni territorio ni derecho de propiedad desde que nació. Fue un pueblo que no tiene derechos, porque la Corona de España dictó derechos para los españoles y para los criollos, incluso dictó el derecho indiano, para los mapuches, «pero no dictó nunca nada, ningún derecho para los mestizos».
Este pueblo, entonces, nació sin memoria, sin territorio, sin lenguaje, sin derecho y en esa condición vivió desde el siglo XVI hasta más o menos 1931, cuando se dicta el Código del Trabajo, que de alguna manera fue el primer derecho que lo cubrió y le dio algún sentido legal a su existencia.
«Es un pueblo increíblemente marginado, ignorado, maltratado y como no tenían derechos podían ser abusados, hombres, mujeres y niños a lo largo de toda la historia», enfatiza.
Este pueblo que terminó, luego de vagabundear por siglos, en el territorio centro sur, migró a las urbes para constituir una ciudad popular que tiene sus propias características.
Apareció en los rancheríos primero, después los conventillos, las poblaciones callampas, las poblaciones, después las villas, etc., hasta hoy, en que tres cuartos de la ciudad de Santiago es la ciudad mestiza, en sus palabras.
«Cada vez que puede, porque no ha sido integrado al sistema laboral, saquea las ciudades en las cuales vive», destaca.
Estos saqueos han sido recurrentes a lo largo del siglo XX chileno: en 1903, con la ocupación e incendio total de Valparaíso por el «bajo pueblo»; en 1905, en Santiago, con lo mismo, y en 1957.
Durante la dictadura militar contabiliza 22 jornadas nacionales de protestas, con la diferencia que no hubo saqueos, porque más bien estaban dirigidas contra el Gobierno.
«Este pueblo todavía está vivo y no se ha estudiado, no tiene historia, nadie escribe al respecto, nadie lo recuerda, nadie se siente mestizo, pero existe y los psicólogos han demostrado que el daño que sufre una generación dada se transmite a lo largo del tiempo», resalta.
Para él, este pueblo tiene un daño transgeneracional, es una memoria subconsciente, de exclusión, de rabia, de no integración, de ignorancia de su condición de ciudadanos, etc., que le lleva a realizar estas ocupaciones de la ciudad con saqueos, violentas, porque no tiene mecanismos de integración real a la sociedad central, ni económicos ni culturales y, menos, políticos.
«Este es un factor de largo plazo, porque en todas las acciones ‘vandálicas’ –entre comillas, como le pone este Gobierno–, cada vez que el pueblo aparece en el centro de la ciudad, lo hace mediante los jóvenes. La juventud marginal, la juventud mestiza ha estado siempre en esta condición, no se siente integrada al sistema, no reconoce las tradiciones europeas ni criollas, porque jamás los integraron a eso. Se reconoce más con las tradiciones mapuches y eso implica que no reconozca ni una tradición acá y rompan todo, no se identifica con nada», afirma.
Para él, este es un problema de fondo, de largo plazo, que descansa en esta idea de que el daño transgeneracional se mantiene vivo, de una manera u otra, y esto es lo que está aflorando hoy día, estas manifestaciones de rabia y violencia contra un sistema que nunca ha integrado a esta gente, comenta.
Por otro lado, para el historiador está la crisis del modelo neoliberal, que instaló la dictadura de Augusto Pinochet y luego continuó durante la democracia, a pesar de que nunca fue aceptado por la ciudadanía.
Él recuerda que, ya en el año 1991, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) hizo varias preguntas a nivel nacional, como sobre la confianza en el actual sistema político, los políticos y el Estado, y ya en aquel momento arrojó que la mayoría de los chilenos no lo hacía.
Esta desconfianza solo ha ido aumentando en el tiempo, para pasar del 54% en 1991 a más del 90% en 2017.
«Es decir, estamos viviendo con este modelo una crisis de representación brutal, esta es una caldera hirviente, explosiva, volcánica, que podría estallar en cualquier momento, entre otras cosas, porque el modelo no entrega mecanismos de participación ciudadana que sean efectivos, si es que hay algún mecanismo efectivo, y que no hay realmente, son todos mecanismos consultivos: al final consultan, pero la autoridad decide», advierte.
Para él, un problema de fondo es que la gente no ha logrado construir un “sí quiero esto”. ¿Por qué razón?
«Antes las universidades, los intelectuales, construyeron alternativas que le ofrecían al pueblo y este podía tener alternativas a mano, de la Universidad de Chile o la Universidad Católica, o de las ideologías extranjeras, de la Unión Soviética, de Castro, de Mao Tse Tung, etc., pero hoy el pueblo no tiene esas propuestas alternativas», dice.
«El marxismo está totalmente demodé, China y la Rusia están neoliberales, Castro está desvencijado, Chávez desapareció y los partidos de izquierda chilenos son todos neoliberales. No hay izquierda en este país y las universidades no están proponiendo al pueblo alternativas, y las ONG que lo hicieron en los 80 y principio de los 90, desaparecieron».
Por eso el pueblo tiene un descontento gigantesco pero no tiene propuestas alternativas oficiales o instituciones donde pueda participar para expresar lo que quiere, no solo lo que no quiere. Eso, para Salazar, explica la reacción de sabotaje al sistema.
Las reacciones de sabotaje tienen que ver con el hecho de que “como no puedo cambiar las estructuras de lo que me afecta negativamente, entonces destruyó su materialidad, tal como los obreros antes destruyeron los medios de producción, porque no tenían los mecanismo para manifestar su descontento».
Otro aspecto es lo que enseña la historia sobre los efectos que han tenido los estallidos sociales. Para Salazar han existido, pero fueron diversos según cada episodio.
Por ejemplo, la represión del Ejército de Chile a los movimientos populares en 1903, 1905 y 1907, que causaron sendas masacres –icónica es la ocurrida en la escuela Santa María de Iquique–, produjeron un proceso de reflexión al interior de los militares, y les hizo tomar conciencia del rol «pretoriano» que tenían al servicio de la oligarquía como encargados del «trabajo sucio», según el historiador.
El resultado a mediano plazo fue la acción militar que se manifestó en el Parlamento en 1924 para desembocar en la Constitución de 1925, que marcó el fin del parlamentarismo y el inicio del presidencialismo en Chile.
Por otro lado, las masacres posteriores (1957) produjeron una radicalización política. Por ejemplo, empujaron a la izquierda hacia el marxismo, especialmente al Partido Socialista, mientras un desprendimiento del Partido Comunista daría origen al MIR.
En la derecha, en tanto, causaron un acercamiento con Estados Unidos, «el imperialismo norteamericano», en palabras de Salazar, uno de cuyos ejemplos es el convenio de la UC con la Universidad de Chicago que daría origen a los «Chicago Boys».
En cuanto a la crisis de hoy, el historiador teme que la derecha se «encierre» en un discurso represivo y del tipo «nosotros somos la autoridad, somos los demócratas, somos la Constitución», y van a «cerrar los ojos para no ver la profundidad del problema», mientras la izquierda prácticamente no existe.
«La cuestión es lo que puedan hacer los movimientos sociales por sí mismos, las comunidades locales por sí mismas, y los pocos intelectuales que estamos tratando de ayudar a esa alternativa», añadió.
«La solución a este problema tiene que ser de fondo y tiene que entrar la ciudadanía a deliberar para producir una propuesta constitucional distinta, y eso excluye a la clase política. Nadie quiere a la clase política. La calle les echa garabatos en general, llámense de izquierda, de centro. Es la ciudadanía la que tiene que hablar».
Para Salazar, además, los militares en general actuaron con cautela, dadas las circunstancias. «Ellos no quieren de nuevo hacer ese trabajo sucio para salvar el prestigio de una clase política que no ha hecho otra cosa que crear problemas. Pudieron haber sido mucho más drásticos en la represión. Creo que eso abre el camino a un entendimiento entre la ciudadanía y la policía y los militares para deliberar juntos sobre una nueva democracia en este país».
¿Cree Salazar que la solución va por la vía de la Asamblea Constituyente?
«No hay duda, porque hay que cambiar el modelo», responde el historiador. «No solo el modelo que se generó en los 80, sino el modelo de acción frente al pueblo mestizo que viene desde el periodo colonial. Y esa es una cosa mucho más profunda que hay que tomar en cuenta, y que es difícil hacer, porque implica reconstruir al ciudadano chileno real, soberano, capaz de deliberar y dictar por sí mismo la Constitución que necesita».