Francisco Krebs, como director del montaje, ha sabido leer con notable lucidez el texto, levantando una propuesta escénica que da cuenta de la brutal crítica propuesta en el texto que, precisamente, se erige a través de un humor igualmente brutal. Krebs sabe modular los distintos elementos del montaje en diversos aspectos, en la medida que matiza el ritmo y potencia de las acciones, da cuenta de un acabado y muy bien logrado efecto de distanciamiento y, por lo mismo, produce un lenguaje específico para la puesta en escena que suma a la atmósfera y (posibles) sentidos del trabajo.
La palabra terrorismo comenzó a usarse en el contexto de la revolución burguesa de Francia y, en términos generales, puede decirse que implicaba una visión peyorativa sobre ciertos activismos políticos que veían en la violencia una respuesta a las exigencias sociales, se trataba, en última instancia, de un adjetivo que buscaba desenmascarar cierto tipo de discurso tras el cual se vislumbraba una suerte de ideología, mas, definiéndola como una especie de ideología en bancarrota, una ideología aniquiladora de lo político.
El dato cobra particular intensidad si pensamos que, entonces, el concepto de terrorismo nace en el mismo contexto que nace la idea del Estado moderno, como si (parafraseando a un viejo lingüista) se tratara de una hoja de papel impresa por ambos lados, es decir, diferentes, pero inseparables.
[cita tipo=»destaque»]Héctor Morales, en el rol protagónico, muestra aquí su –realmente- extraordinario talento actoral. Es sabido que, desde hace años, Morales es uno de los mejores actores nacionales. No se trata solo de su talento, sino también de su energía, su técnica, su precisión. Cada vez que lo vemos en escena, sus gestos, movimientos y acciones, despliegan calidad, en la medida que están bien ejecutados y que nos regala un ser de otro mundo, un ser delirante y, sobre todo, embadurnado él mismo de cada uno de los textos, precisamente por ello es que logra exponerlos tan bien, con tanta verdad, a pesar de tratarse de un trabajo que busca el distanciamiento y que no se encuentra en un marco realista. Morales es una fiesta en escena, un carnaval permanente, sin descanso, de una potencia arrolladora.[/cita]
Por lo mismo, no debe extrañar que la idea del terrorismo de Estado se manifiesta como la comprensión de una maquinaria política y social que define prácticas de poder tangibles, concretas, muy reales.
Es precisamente sobre este problema que la brillante comedia negra “Muerte accidental de un anarquista” se articula. Obra que es un clásico de Darío Fo y que se encuentra con temporada, en el teatro de la Universidad Católica.
La dramaturgia de Darío Fo, ácida, implacable y llena de humor negro, manifiesta una mirada ferozmente despiadada sobre la administración estatal, particularmente, sobre los mecanismos policiales y represivos, sobre la irracionalidad, corrupción y falta de, ya no digamos respeto, sino de interés en los derechos civiles. Lo mejor, es que Fo se vale de la comedia, del delirio y la risa, para levantar su discurso, extrañándonos como ciudadanos (eso somos, después de todo) de las prácticas de poder que a lo largo de los siglos, fuimos naturalizando.
Francisco Krebs, como director del montaje, ha sabido leer con notable lucidez el texto, levantando una propuesta escénica que da cuenta de la brutal crítica propuesta en el texto que, precisamente, se erige a través de un humor igualmente brutal. Krebs sabe modular los distintos elementos del montaje en diversos aspectos, en la medida que matiza el ritmo y potencia de las acciones, da cuenta de un acabado y muy bien logrado efecto de distanciamiento y, por lo mismo, produce un lenguaje específico para la puesta en escena que suma a la atmósfera y (posibles) sentidos del trabajo.
Las actuaciones, por otra parte, sostienen con extraordinaria calidad la propuesta. El elenco es, sin duda, sólido y se trata de ejecutantes del viejo arte de la actuación con experiencia que se trasluce en el escenario.
Jaime McManus propone con singular astucia su personaje, las acciones que levanta en escena son una sutil mezcla entre fragilidad y bestialidad, instalando un carácter que permanece todo el tiempo en un estado casi borderline: peligroso y enigmático. No debería extrañar, pues McManus es un actor solvente, de trayectoria y aquí, una vez más, demuestra su enorme calidad interpretativa.
Del mismo modo, Karim Lela también levanta una actuación de muy buena ejecución, en el mismo tono, sus gestos y acciones, también cargados de extrañamiento y grotesco, dan una buena contrapartida a sus compañeros de escena y con mucha generosidad, sostiene la escena para que, al menos en ocasiones, los otros brillen. Lela hace gala de una voz potente y muy bien trabajada, de movimientos precisos y de energía carismática.
Willy Semler, Alejandra Oviedo y Felipe Arce, por otra parte, aunque tal vez un poco alejados del tono general del resto, también muestran un trabajo sólido y bien ejecutado, dando cuenta de experiencia y talento escénico.
Sin duda, Héctor Morales, en el rol protagónico, muestra aquí su –realmente- extraordinario talento actoral. Es sabido que, desde hace años, Morales es uno de los mejores actores nacionales. No se trata solo de su talento, sino también de su energía, su técnica, su precisión. Cada vez que lo vemos en escena, sus gestos, movimientos y acciones, despliegan calidad, en la medida que están bien ejecutados y que nos regala un ser de otro mundo, un ser delirante y, sobre todo, embadurnado él mismo de cada uno de los textos, precisamente por ello es que logra exponerlos tan bien, con tanta verdad, a pesar de tratarse de un trabajo que busca el distanciamiento y que no se encuentra en un marco realista. Morales es una fiesta en escena, un carnaval permanente, sin descanso, de una potencia arrolladora.
Pablo de la Fuente, a cargo de escenografía e iluminación, construye una propuesta escénica no solo bien ejecutada, sino que a juego con el trabajo directorial. Todo lo que hay en la escenografía tiene, de un modo u otro, una carga semiótica que permite conectar el espacio con las acciones, del mismo modo que la iluminación genera diversos ámbitos simbólicos que acentúan la carga de los acontecimientos.
En esa misma lógica, el vestuario creado por Daniela Vargas y realizado por el (gran) Julio San Martin, asume esa misma línea. Se trata de vestuarios no solo bien confeccionados, sino que también asumen una propuesta escénica que produce, efectivamente, una red significante entre textos, personajes y acciones.
Alejandro Miranda, en la composición musical suma una carga dramática a la escena, permitiendo que los hechos se permeen de efectos sonoros que cargan dramáticamente el montaje, mismo efecto –por cierto- que logra Pablo Mois con el trabajo audiovisual.
“Muerte Accidental de un anarquista” es un montaje de primera línea, bien articulado, inteligentemente dirigido y con soberbias actuaciones, en que toda la puesta en escena cristaliza una visión sobre el texto. Se trata, sin duda, de una obra imperdible que, particularmente en estos días, cobra un sentido que va más allá del teatro, para instalarse en la escena social.
Muerte accidental de un anarquista
Teatro UC, Jorge Washington 26, Plaza Ñuñoa.
Pregramación y precios en teatrouc.uc.cl