La obra, estrenada originalmente en el año 2012, cuenta (ficcionalmente) hechos acontecidos durante la década del 70, en torno al taller literario que impartió Mariana Callejas en su casa de Lo Curro, lugar donde paralelamente al taller, funcionaba un cuartel de la entonces DINA, donde se torturaba y donde, además, Callejas junto a su pareja –ni más ni menos que Michael Townley- articulaban los atentados que posteriormente llevaban a cabo, entre otros los de Orlando Letelier y su asistente Ronnie Moffit y Carlos Prats con su esposa Sofía Cuthbert.
Hoy se ha vuelto a imponer el concepto de “estado de excepción” como ámbito de discusión y discurso político, en la medida que el estallido social vivido en Chile en los últimos meses trajo de vuelta todo un aparato de acción político, desde el Estado, para avasallar el movimiento que, precisamente el estallido antes mencionado, hizo emerger.
Si ese estallido tendrá un asidero político de larga duración y con cambios definitivos sobre Chile, es un tema que aún –desde mi punto de vista- se encuentra en discusión, sin embargo, el concepto de “estado de excepción”, a la luz de nuestra historia reciente y no tan reciente, parece ser un oxímoron (ya diré por qué) que podría definir buena parte de nuestra identidad. Esto, porque -a momentos- parece que hemos sido una sociedad que ha vivido permanentemente en un “estado de excepción” y que, de tanto naturalizarlo, creíamos que era lo normal, como se entiende, se trata de un oximorón, pues lo que definiría un estado de excepción es que se encuentra fuera de la normalidad.
[cita tipo=»destaque»]“El Taller” es una obra que, aunque estrenada el 2012, parece absolutamente necesaria, casi urgente, hoy día, toda vez que remite a la necesidad de no enceguecernos (¡cuantas lecturas tiene la ceguera hoy!) frente a una realidad que emerge desbordante, multiforme y terrible frente al país, pero que por necesidad o comodidad, no estamos dispuestos a ver, literalmente, o simplemente porque no nos quieren dejar ver, en la medida que una visión de tan tremenda honestidad, nos obligaría a reformular la identidad total de las sociedades que conforman Chile.[/cita]
En cierto sentido, “El Taller”, la obra de Nona Fernández, dirigida por Marcelo Leonart, toca, entre otros tópicos, este problema. La obra, estrenada originalmente en el año 2012, cuenta (ficcionalmente) hechos acontecidos durante la década del 70, en torno al taller literario que impartió Mariana Callejas en su casa de Lo Curro, lugar donde paralelamente al taller, funcionaba un cuartel de la entonces DINA, donde se torturaba y donde, además, Callejas junto a su pareja –ni más ni menos que Michael Townley- articulaban los atentados que posteriormente llevaban a cabo, entre otros los de Orlando Letelier y su asistente Ronnie Moffit y Carlos Prats con su esposa Sofía Cuthbert.
Tal vez, en cualquier otro sitio del mundo, extrañaría que la realidad superara a la ficción, pero no en Chile. Mientras en un piso de la casa se desarrollaban tertulias literarias y se discutía sobre estéticas librescas, en otro piso estaba el cuartel de Townley y Callejas para preparar atentados y, en otra ala de la casa, directamente, se torturaba.
La dramaturgia de Nona Fernández, precisamente, da cuenta de esta excepcionalidad, de este surrealismo perverso que se vivía ahí y que, sinecdóquicamente, manifiesta la situación de Chile, donde toda aquella excepcionalidad, donde toda aquella forma desbordante y macabra de la realidad, se había hecho común, se había normalizado hasta ser parte del cotidiano. En este sentido, la dramaturgia y el montaje, hoy, cobran un significado relevante, al ponernos nuevamente, frente a la cara, el tipo de sociedad que somos, capaces de normalizar (y por tanto docilizar) lo anormal, lo indómito, lo violentamente crudo de nuestra vida política y social.
La dirección de Leonart, en este sentido, juega muy bien el trabajo de escenificar el texto, desde el inicio hasta el final del montaje, todo se instala desde una potente teatralidad, con esto me refiero a que nunca se juega al realismo, sino que se busca poner en evidencia el espacio representacional del mundo y activar, desde esa distancia justamente, las reflexiones que puedan emerger del trabajo. Precisamente por ello, la dirección es certera y, desde mi opinión, se ajusta con brillantez a lo que le texto requiere.
Las actuaciones son también un punto alto del trabajo, cada una de las actrices y actores dan cuenta de solvencia en su trabajo y se observa, además, el disfrute que este les provoca, hay delirio y juego permanente, creación de caracteres con profundidad y también el desarrollo de una lógica interna en cada uno de ellos, pero que al mismo tiempo se cohesionan como una totalidad, se trata de un elenco que articula, sin duda alguna, un excelente trabajo.
El diseño integral, de Catalina Devia, juega con brillantez a partir de la época, de la memoria y de la necesidad de solventar a estos estrafalarios personajes que deambulan entre la música disco, la literatura, el terror (real) de la muerte y el deseo de fama, de la misma manera que la música de José Miguel Miranda se suma al entramado simbólico ya mencionado, transmitiendo las diversas atmósferas para los distintos momentos del montaje.
“El Taller” es una obra que, aunque estrenada el 2012, parece absolutamente necesaria, casi urgente, hoy día, toda vez que remite a la necesidad de no enceguecernos (¡cuantas lecturas tiene la ceguera hoy!) frente a una realidad que emerge desbordante, multiforme y terrible frente al país, pero que por necesidad o comodidad, no estamos dispuestos a ver, literalmente, o simplemente porque no nos quieren dejar ver, en la medida que una visión de tan tremenda honestidad, nos obligaría a reformular la identidad total de las sociedades que conforman Chile.
El Taller