Acaba de publicar sus crónicas urbanas en un libro llamado «La ciudad que me habita». Recordó que fue el propio Presidente Sebastián Piñera el que ordenó, en 2010, el traslado de una estatua de José Miguel Carrera. «La ciudad es un espacio en disputa permanente y el escenario sobre el cual conflictos de diversa naturaleza, algunos más patentes que otros, tienen lugar», explicó.
La ciudad que me habita (Letra Capital Ediciones) es el último libro del periodista e historiador Vólker Gutiérrez, que reúne las crónicas que ha escrito en los últimos años sobre la ciudad de Santiago. La urbe le apasiona. Como fundador y presidente de Cultura Mapocho, ha trabajado incansablemente para difundir la historia y el valor patrimonial de la ciudad, algunos de cuyos emblemas están a maltraer el último tiempo por la crisis social, como la emblemática Plaza de la Dignidad.
«Nada impide que a futuro, si la sociedad lo estima así, el monumento a (Manuel) Baquedano también cambie de lugar», comentó en referencia a la estatua del general de la Guerra del Pacífico, mientras recordó que lo mismo ordenó el Presidente Sebastián Piñera hace unos años sobre la estatua de José Miguel Carrera, con su traslado desde el bandejón de la Alameda al frente de la Plaza de la Ciudadanía.
«Lo importante, reitero, es que el debate sea democrático», recalca.
Gutiérrez señaló que estas columnas fueron escritas y publicadas por separado y según motivaciones específicas, «aunque siempre con el norte puesto en las variadas aristas de temáticas con las que me vinculo públicamente desde hace muchos años, entre ellas: la historia, la ciudad, el patrimonio cultural. Después de hacer una revisión de casi todas las columnas, que han sido publicadas en diversos medios –algunos más masivos que otros–, el criterio de selección fue que giraran de forma bien directa en torno a la historia, la ciudad y el patrimonio».
En ellas es posible leer sobre situaciones, lugares y anécdotas que para muchos son desconocidas.
El autor además subrayó que el libro tiene varios propósitos. Entre otros, interpelar al ciudadano y también revisitar el pasado. «Yo diría que el que más resalta a la luz de su lectura, es el llamado, la interpelación de quienes vivimos en las ciudades a ser ciudadanos activos, preocupándonos de cómo las urbes se van configurando e incidir en su destino», dijo.
En ese sentido, agregó que «igual a lo que he dicho en distintos espacios, como en las clases universitarias que hago hace varios años sobre la ciudad, mi preocupación es claramente el futuro de las ciudades. Y para ello, para ayudarnos a delinear lo que vendrá, necesitamos hacer cosas en el presente y escarbar en el pasado».
Su convocatoria hoy es a «callejear», a usar los espacios públicos y «apropiarnos de ellos, dándole sentido tanto a la condición de gregario que tenemos los humanos, como a uno de los aspectos medulares del origen de la propia ciudad: ser un lugar de encuentro».
«Respecto a escarbar en el pasado, el sentido es encontrar ahí las huellas de lo que hemos construido y que nos ha llevado a la situación presente: en cualquier ámbito de nuestras vidas de humanos –doméstico, de relaciones personales, de enfermedades, de relaciones de pareja–, si queremos resolver conflictos, si queremos mejorar una situación, si deseamos ser más felices, necesitamos tener antecedentes, saber cómo hemos llegado al lugar en que nos encontramos», explicó el periodista.
Gutiérrez expresa que «para eso vamos a la historia, miramos el pasado, buscamos huellas, de la misma forma que Hansel y Gretel marcaron con migas una línea en el camino al bosque, para regresar al origen, la casa paterna y, así, posibilitar un futuro deseado».
En ese sentido, el pasado no es solo una fotografía antigua enmarcada que sirve para adornar una pared, sino también una linterna que ilumina el presente: «Hay muchas vías para aproximarse al pasado y una de ellas es contar historias que, efectivamente, no sean tan conocidas o que se hayan olvidado de la memoria colectiva. José Zapiola, músico e intelectual del siglo XIX, hizo todo un esfuerzo para rescatar las perdidas partituras del Himno Nacional original y con ello la figura de Manuel Robles, su autor. Dicho trabajo posibilitó que el intendente Benjamín Vicuña Mackenna usara esa canción en actos oficiales y que más de un siglo después pudiera ser grabada en disco, que hoy sepamos un poco más de la escena musical chilena de los albores republicanos y que, por ejemplo, entre otras cosas, entendamos la relación actual entre las composiciones de músicos criollos y la música que se hace en otras latitudes».
Por eso, para él conocer, saber la historia, no es una opción, sino una necesidad.
Como buen conocedor de la ciudad, Gutiérrez sabe que la Plaza de la Dignidad ha sido un constante territorio de disputa desde el estallido social del 18 de octubre y recordó los versos del cubano Silvio Rodríguez en su canción «Nunca he creído que alguien me odia», en la que dice que «cuando lo quieto se siente movido /todo cambia de sentido”.
«La ciudad es un espacio en disputa permanente y el escenario sobre el cual conflictos de diversa naturaleza, algunos más patentes que otros, tienen lugar. Obviamente, cuando en las sociedades hay serias y mayoritarias críticas a la forma en que se ha funcionado y se expresa una decisión de modificar tal estado de cosas, la disputa puede llegar a niveles insospechados, como cuando se hizo la independencia nacional. En esos contextos, no solo se duda del pasado, sino que se lo cuestiona y objeta también», precisó. Para él, ello explica en gran parte lo que ha ocurrido con las estatuas y monumentos desde el 18 de octubre pasado.
«No hay un ataque a un objeto porque sí, sino a su carga simbólica. Hace unos meses, en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, las autoridades retiraron de un parque la estatua de un médico, considerado el padre de la ginecología moderna en ese país, porque sus trabajos se basaron en el abuso sobre mujeres esclavas», contó.
Gutiérrez recordó que en la actual Plaza Baquedano, hacia 1910, se instaló una estatua que fue donada por la colonia italiana –de ahí el nombre de Plaza Italia– y que casi dos décadas después fue retirada y en su lugar se dispuso el homenaje en bronce al general que condujo al triunfo de las tropas chilenas en la guerra de 1879.
«Las autoridades y la sociedad chilena, hacia 1930, estimaron que era más importante rendir tributo a un militar que a la idea de libertad que expresa la estatua italiana, esto es, resignificaron un espacio público que comenzaba a adquirir mayor relevancia en la vida urbana de Santiago. Ergo: las estatuas se mueven. ¿De qué depende que ocurra tal cosa? De la valoración que hacen las generaciones actuales sobre el pasado».
En ese sentido, Gutiérrez se preguntó si hoy en Chile el general Baquedano representa los valores de justicia y equidad que reclaman las mayorías como sustento básico del orden social, que definitivamente es lo que se está discutiendo. «El ideal es que el debate transcurra por cauces democráticos y no bajo la imposición autoritaria y represiva. En 1928 la estatua italiana fue dispuesta en un espacio distinto al original. Nada impide que a futuro, si la sociedad lo estima así, el monumento a Baquedano también cambie de lugar».
Para él, lo importante «es que el debate sea democrático y, a todas luces, uno de los serios cuestionamientos actuales es al tipo de democracia que tenemos en el país». Por eso –recalcó– es que «debemos apurarnos en establecer un sistema político que sea representativo y respetado para, en ese contexto, definir y establecer después qué haremos con los símbolos dispuestos en el espacio público».